La última defensa de la creación: Vol. 1

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Peligrosas confrontaciones iban y venían en el campo de batalla. Si bien el inicio fue un visible derroche de muertes a favor de las Pesadillas, cuando los terrícolas se abofetearon y reaccionaron, la resistencia pegó fuerte.

Determinaron el nivel de los monstruos enseguida que expusieron sus habilidades y con base en ello tomaron mejores decisiones a la hora de luchar, evitando más lluvias de asesinatos. Sin embargo, había criaturas que no cabían exactamente en las ecuaciones para las estrategias y eran las que medían 2.4 m y 2.3 m, siendo esta última una verdadera pesadilla de la cual tratar. Apenas uno de esos tocaba el suelo, desencadenaba muertes, y más si la zona era ocupada por Liberados débiles en comparación.

Una pequeña minoría podía presumir haber derribado a dichos enemigos, como algunos de los agentes y el grupo de Gabriel. Ellos tenían en su registro el asesinato de al menos una de las Pesadillas más pequeñas, solo que haber obtenido esa proeza tuvo un enorme costo.

Gabriel vio morir a más de la mitad de sus miembros, permaneciendo con vida nada más que 10 personas, entre las cuales estaban todas las que se conocen, incluyendo a Gregor, que aportó con un desempeño bueno a su manera y supo sobrevivir a los peligros.

Los destacados fueron varios, pero hubo un grupo que subió a la cima y se sentó a esperar otros escaladores que nunca subieron. Se trataba del equipo de Gunnar y sus socios.

Los nuevos integrantes actuaron en silencio con excelencia. Curiosamente, fueron los más jóvenes quienes aportaron el doble que los mayores, precisando al chico llamado Nicolás. Sus fríos asesinatos y peleas con extrema precisión lo destacaron más que Adelaida, porque ella no luchó con constancia.

Por otro lado, los hermanos también brillaron. Lo particular en esta ocasión fue que Sophia continuó sus peleas individuales, incluso en episodios preocupantes jamás llamó a Benjamín para que la ayudara. Estaba decidida en cumplir sus objetivos impuestos.

Hablando ahora del trío compuesto por Gunnar, Silvia y Caesar, ellos resplandecieron y superando las expectativas de Rosalía, Matthew, Gabriel y cualquiera que haya dado un juicio a sus destrezas.

Nadie creía cómo Liberados sin ser aún Controladores tenían esas habilidades en batalla. Tampoco creyeron que las desarrollaron con la influencia total del Divino Espejos y le dieron cabida a posibles pasados intrínsecos a la matanza y lucha. No existían otras respuestas; donde ponían el ojo, ponían la espada.

—¡Caesar, ya basta! —gritó Gunnar. Era la tercera vez que decía que se calmara. Se veía enojado.

El rugido del hombre derivó del comportamiento descontrolado del chimpancé, puesto que después de un tiempo, de forma imprevista, transformó esa conducta normal que venía teniendo con Silvia y expulsó un humor salvaje. En su cara solo existía una furia inexplicable.

La rubia, pendiente a la conducta de Caesar, quiso hablarle y averiguar qué le pasaba con intenciones netamente hospitalarias, pero las respuestas nunca llegaron porque el primate estaba en modo intratable.

Sin una puerta donde entrar, le informó a Gunnar del caso y se acercó; sin embargo, fue infortunado debido a que no logró nada. Se repetían los momentos incomprensibles que había venido presentando desde que el Divino Espejo entró en su vida. A Gunnar le tocó ser paciente.

Lo que había desatado al ser más fuerte del lado de los terrícolas, aparentemente, estaba relacionado con la aniquilación que sufría el mundo. Caesar parecía tener a un culpable específico a su ira descomunal: las Pesadillas. Arremetió como loco a toda criatura que veía y con el báculo los fulminaba de un solo batazo. Para los más poderosos enemigos, una inyección más agresiva de fuerza bruta en sus golpes fue suficiente. Con la energía injusta que tenía, careció de rivales dignos.

Esto implicó un enorme respiro y alivio en los corazones de los Liberados, por ejemplo, Mark casi se sintió feliz observando la matanza, y gracias a ello, James pudo mantenerse con vida. No obstante, a ciertas personas también les trajo miedo. La existencia de Caesar generaba tal sentimiento cuando de humanos se trataba.

El chimpancé después del último llamado detuvo su descontrol y violencia y se quedó de pie con los ojos cerrados.

—Silvia, protégelo y no permitas que nadie se le acerque… Nadie es nadie —ordenó.

—Está bien, Gun. Cuenta conmigo.

A lo dicho, hecho. La mujer estuvo presente siempre al lado de Caesar, asesinando incluso con mayor velocidad que antes, ya que debía cuidarlo. El primate se sentó y no volvió a lanzar más ataques. Los ojos todavía cerrados y la cara hirviendo de rabia.

—Caesar, mi amigo, tómate el tiempo que te apetezca. Aquí voy a estar y nadie o nada te tocará un pelo —expresó Silvia, mientras con lentitud se acercaba y le daba un beso lleno de afecto en la frente. No consideró un segundo de que en esa zona hubiera estado manchada por sangre de Pesadilla. Se lo dio y ya. Posteriormente, emprendió de nuevo el trabajo como cuidadora y sacó a relucir su catana.

Así, el tiempo bajo el área cubierta de neblina roja transcurrió hasta que el mundo se giró en el punto donde el amanecer cubrió Boston. Gradualmente, los primeros rayos de sol fueron penetrando la neblina y los espejos rojos iniciaron su declive respecto a la constancia con las que se originaban.

Los Liberados entonces cantaron victoria al erradicar la última bestia sin boca en la zona, sin embargo, el triunfo se manchó de rojo por el gran precio que pagaron. De los miles de personas, la conclusión reveló el número de 208 sobrevivientes, de los que ninguno resultó ileso. Incluso Gunnar, Silvia y los otros fueron heridos. Obviamente, el grado varió de individuo.

—Demonios, por fin… Por fin se acabó este infierno… —pronunció Sophia, muerta del agotamiento. “Mi primera victoria independiente. Nada mal”.




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