La llave pesaba más de lo que parecía.
No en masa, sino en significado. Aióna la sostenía entre los dedos, y cada giro involuntario revelaba imágenes parpadeantes: un Olimpo donde Poseidón jamás nació, un mundo sin Prometeo, una guerra entre titanes que nunca terminó. La llave era una puerta, sí. Pero también era un juicio.
—¿Y si lo que encuentro… me destruye? —preguntó.
—Te destruirás de todos modos si no lo haces —dijo Mneme con una calma terrible—. Los dioses no temen tu poder, Aióna. Temen tu historia.
La musa levantó la mano, y el estómago de Cronos —esa prisión sin relojes ni horizontes— comenzó a girar sobre sí mismo. Una espiral de tiempo quebrado se abrió como una herida en el aire.
Aióna vio la Línea Prohibida: una cuerda dorada rota en múltiples fragmentos, suspendida en el vacío. Cada trozo flotaba como una escena a punto de suceder. Algunos brillaban. Otros sangraban.
—¿Qué es esto…?
—Son los recuerdos que Cronos vomitó sin saberlo. No fueron liberados con sus hijos. Quedaron atrapados contigo. Cada uno es un momento que te fue robado.
Uno de los fragmentos brilló con fuerza. Aióna lo tocó.
Y cayó.
No cayó hacia abajo. Cayó hacia adentro.
Se encontró en un pasillo angosto. Las paredes eran espejos. Su reflejo corría, lloraba, reía, gritaba, moría, nacía. Todos los reflejos eran ella y al mismo tiempo ninguna era.
—¿Esto soy yo?
Una voz respondió, pero no era Mneme. Era más antigua. Más cruda. Más cruel.
—Esto es lo que no dejaste ser.
Aióna giró. Frente a ella estaba un niño.
O lo parecía.
Sus ojos eran completamente negros, como relojes sin manecillas. Su cuerpo cambiaba de edad con cada parpadeo: bebé, joven, anciano, feto, adolescente. Era el tiempo personificado, pero sin nombre.
—¿Quién eres tú?
—Soy el Tiempo No Nacido. Lo que existe fuera del control de tu padre. Soy todo lo que fue posible y no ocurrió. Y tú, Aióna… tú eres mi espejo.
Aióna sintió vértigo. Su pecho se apretó. Este ser no era enemigo, pero tampoco aliado. Era peligroso porque decía la verdad sin intención de consuelo.
—¿Viniste a impedir mi despertar?
El niño sonrió, y por un instante pareció tener el rostro de Cronos.
—No. Vine a advertirte: recordar duele. Pero despertar duele más.
Aióna apretó la llave en su mano.
El fragmento que había tocado flotaba ahora frente a ella como una esfera de cristal. Dentro, una escena: un campo de guerra dorado. Ella, de niña, de pie junto a Rea. Zeus aún era un infante en brazos. Y Cronos… Cronos la miraba con ojos llenos de miedo.
Aióna susurró su propio nombre.
—Aióna Eiló—Thémis.
El cristal estalló.
Un hilo de poder entró en su pecho. Algo dentro de ella cambió. Su voz dejó de temblar. Su forma se definió. Ya no era solo una sombra dentro del olvido. Era una hija del tiempo con un apellido robado.
Y los espejos comenzaron a quebrarse.
Cada uno revelaba una nueva línea. Una nueva versión. Una nueva memoria.
“La diosa perdida ha recordado su linaje.”
“El reloj prohibido vuelve a latir.”
“La grieta en el tiempo está despierta.”
Cuando abrió los ojos, Aióna estaba de nuevo en el vientre del titán.
Pero ahora, todo temblaba a su alrededor. El cuerpo de Cronos se estremecía desde adentro.
Y Mneme, con la voz temblando por primera vez, dijo:
—Has activado la primera línea. Ahora los dioses comenzarán a recordarte… y con eso, a temerte.
Aióna sonrió.
—Que tiemblen.