El mundo había cambiado.
No con truenos. No con rayos.
Sino con memoria.
Ēnalith caminaba entre ruinas antiguas que empezaban a florecer.
No porque hubieran sido restauradas…
sino porque ya no se les negaba su existencia.
A su paso, las sombras se transformaban en figuras.
Los ecos encontraban sus voces.
Los nombres prohibidos volvieron a ser pronunciados.
Y con cada historia recordada, una nueva divinidad despertaba.
La diosa dejó de vagar.
Ya no era tiempo de buscar.
Era momento de fundar.
Eligió un lugar imposible de ubicar en el mapa:
el cruce entre las tres líneas del tiempo.
Donde el pasado duele, el presente se niega y el futuro aún no se atreve a soñar.
Allí alzó el Santuario del Recuerdo.
Un templo sin cúpulas, sin columnas, sin jerarquías.
Un espacio donde cada historia tendría su altar.
Los primeros en llegar:
Ankhet, diosa de los partos sin tumba, trajo un río subterráneo con los nombres de todas las madres que nadie lloró.
Threnos, protector de las lágrimas invisibles, enseñó un canto que solo puede escucharse cuando uno llora sin ser visto.
Mnéara, guardiana de los no nacidos, talló un círculo de piedra con los nombres que nunca llegaron a ser pronunciados.
Iskura, alada y rota, tejió alas de humo y esperanza para quienes han sido exiliados por amar.
Volkar, el herrero pacífico, forjó una campana que solo suena cuando alguien elige la compasión sobre la guerra.
El Panteón de los Invisibles nacía.
No era un nuevo Olimpo.
No un nuevo Asgard.
No un reemplazo del Cielo.
Era algo diferente.
Un refugio.
Un hogar para lo que la historia no supo amar.
Y con cada nuevo altar, Ēnalith sentía algo en su interior repararse.
No una herida.
Sino una raíz.
Pero el nuevo mundo no fue recibido con aplausos.
Desde lo alto del Olimpo, los dioses antiguos observaron con creciente incomodidad.
Zeus se mantenía en silencio, como quien sospecha que su era ha terminado.
Atenea anotaba frenéticamente posibles estrategias para preservar el viejo orden.
Apolo, por primera vez, callaba su canto. Porque intuía que una nueva música estaba surgiendo.
Y en la sombra más profunda del Tártaro…
Cronos despertaba.
Sintiendo algo que no comprendía:
la ausencia de su hija.
O quizás…
su inevitable regreso.
Mientras tanto, Ēnalith escribió su primer decreto:
✦ "Que ninguna historia sea pequeña.
✦ Que ningún nombre vuelva a ser arrancado.
✦ Que el olvido no vuelva a gobernar por comodidad.
✦ Que los invisibles ya no se escondan.
✦ Que este panteón no sea de poder… sino de justicia."
Y con esas palabras, las estrellas cambiaron de posición.
Porque el cielo… empezaba a contar historias que nunca antes se habían oído