Mucho después de que Ēnalith pronunciara el Nombre que nadie pudo decir,
mucho después de que su figura se disolviera entre fragmentos y silencios,
algo extraño comenzó a suceder.
Niños comenzaron a recordar cosas que no vivieron.
Ancianos soñaban con lugares que nunca visitaron.
Y entre los espacios vacíos de los libros, aparecían frases nuevas:
“Aquí estuvo alguien que amó lo que no existía.”
No era magia.
Era memoria que ya no pedía permiso.
En una pequeña aldea, junto a un río que no aparece en los mapas,
una niña nació con ojos de dos colores:
uno reflejaba el presente.
El otro… reflejaba antes del principio.
Su madre, al verla, solo dijo:
—Te llamarás Myria.
—Porque serás muchas cosas a la vez.
Y esa niña, aún sin saberlo,
era el primer eco de algo que se estaba gestando.
No un regreso.
Sino una continuación.