La Última Flor Para El Invierno

PRÓLOGO

La primera vez que me sentí tranquilo fue cuando abracé a mi mamá después de mi primer ataque de asma. La segunda fue cuando la conocí a ella. Agradecía a aquel problema en el que nos habíamos metido el primer día del último año del preescolar. Éramos vecinos y asistíamos a la misma escuela. Ella siempre había estado frente a mí y jamás fui capaz de hablarle porque me aterraba lo tonto que podía llegar a ser porque con tan solo mirarla a los ojos sentía que mis piernas eran gelatina. 

La admiraba. A pesar de ser siempre juzgada ella nunca dejó que nadie la lastimara. La única persona que podía hacerlo era ella misma.

Julie Díaz era tan admirable para mí. Crecimos y con el tiempo acepté mi deseo de ser igual de fuerte, paciente y amable que ella.

—Deberías quitar esa cara de enojado que tienes todo el tiempo.

—Pero no estoy enojado.

—Las personas no saben eso.

Me dijo mientras se columpiaba y la coleta que siempre llevaba se balanceaba en el aire. Yo la miraba y fue entonces cuando me percaté de que no sólo sentía admiración por ella sino que también la quería. Julie me gustaba. No sabía cómo se sentía estar enamorado, pero si era una especie de dolor dentro del  estómago y entre las tripas cuando ves a esa persona, entonces estaba muy enamorado de Julie. Estoy seguro de que ella fue mi primer amor y la primera vez que creí no necesitar mi inhalador para respirar. Era algo increíble.

—Es mi mejor amiga. ¿No crees que sería extraño si la invito al baile de invierno?

—Para nada —contestó mi hermana sin dejar de jugar el videojuego que mi tía le regaló—. No pierdes nada invitándola. Deja de pensarlo tanto.

Tardé una semana en pedirle a Julie que viniese conmigo al baile de invierno. Me sorprendió la facilidad y rapidez con la que aceptó mi propuesta. Sin titubear o pensarlo por un minuto. Estaba tan emocionado por ir con ella que le pedí a mi padre que me llevara a comprarle flores para poder impresionarla cuando fuéramos a recogerla. Después de comprarlas le rogué que lo mantuviese en secreto porque sabía que Allison se burlaría de mí por lo cursi que estaba siendo.

El día llegó y yo me vestí con un traje negro, arreglé mi rebelde cabello negro sin ayuda de mi madre e hice un collar con las figuritas de barro que hacía mi hermana. Julie se veía tan bonita, más de lo normal, su vestido morado con encaje y su cabello café totalmente recogido hacía que sus mejillas rosaditas resaltaran más. Sin embargo, algo en su mirada era distinto. Lo confirmé cuando llegamos al evento y jamás quiso bailar. Ni siquiera su canción favorita. Ella sonreía, pero yo sabía que no estaba feliz. Creí que estaba aburrida.

Fui muy estúpido al no darle importancia.

Seguíamos reuniéndonos en el parque, pero la actitud de Julie ya no era tan radiante como antes. A veces estaba de buen humor, a veces estaba callada y otras veces decidía ignorarme.

—Su madre me dijo que está resfriada, Blake. No tienes de qué preocuparte.

—Si fuera cierto, me habría enterado primero que tú, papá.

—¿Dices que estoy mintiendo? —Fingió que le rompía el corazón al tocar su pecho con la mano—. Yo jamás digo mentiras, jovencito.

Me daba risa su exageración. Papá revolvió mi cabello antes de hablar.

—Dale tiempo nada más.

Pasadas dos semanas decidí ir por mi cuenta al parque donde nos reuníamos, para mi sorpresa, Julie ya estaba ahí. Balanceándose levemente en los columpios como siempre. Ella miraba al suelo y no se dio cuenta de que estaba ahí hasta que me senté en el otro columpio a su lado. Alzó la vista y sus ojos estaban rojos. Sus mejillas tenían rastros de lágrimas. Había llorado por mucho tiempo, y lo volvió a hacer cuando me miró.

Me confesó que sus padres estaban a punto de divorciarse. No había más cariño entre ellos, lo único que estaba presente era el odio que de la nada les nació el uno por el otro.

—Mi padre dice que cuando estaba triste solía ir a un lugar tranquilo. Estar con su abuela era ese lugar tranquilo que lo calmaba siempre que se sentía mal.

—¿Cuál es tu punto?

—A mí me gusta hacer rompecabezas —expliqué—, Allison juega fútbol y mi madre observa las estrellas. Deberías buscar algo para ti.

—¿Cómo qué? No hay nada. No tengo nada.

—Sé que amas ir al lago —Sonreí—. ¿Por qué no intentas ir ahí cada vez que te sientas triste?

—¿Tú me acompañarías?

Afirme con la cabeza.

Ahora Julie era quien tocaba a mi puerta casi siempre. Mis padres comenzaron a hacer preguntas sobre nosotros, pero yo siempre dije que era mi mejor amiga a pesar de que siempre sentí algo más que eso.

Los meses pasaron, el cumpleaños de Allison pasó, mi cumpleaños pasó y los padres de Julie no se divorciaban. Escuché hablar a mi madre sobre la relación que llevaban aquellos adultos problemáticos y resultaba que volvían a estar juntos para después pelear de la manera más horrible que encontrasen. Alguna vez odie a los padres de Julie por ser así.

Un fin de semana fuimos a visitar a mis abuelos a Carolina del Sur. En ese fin de semana estuve todo el tiempo mirando partidos de hockey con mi abuelo. Me emocionaba ver cada movimiento que hacían los jugadores que comencé a desarrollar amor por el hockey. Tanto era mi amor por el deporte que obligué a mis padres a que me inscribieran en un equipo de hockey. Fue difícil convencerlos debido a mi asma, pero al final lo logré. Estaba muy emocionado por decirle a mis amigos y en especial a Julie.




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