La Última Flor Para El Invierno

UNO

JANE DEE

El parque es tranquilo y silencioso cuando no hay niños corriendo alrededor y padres gritando que tengan cuidado al jugar en el tobogán o en los columpios. Los columpios. Mi abuela Gabby solía llevarnos a mi hermano y a mí a los columpios cada viernes después de la escuela. Era divertido columpiar a mi hermano mientras se reía nerviosamente y su pequeña sonrisa se dejaba ver siempre. La sonrisa de Tim es algo que nunca he de olvidar, definitivamente haría lo que fuera  para que esa imagen sea lo último que veré mientras siga con vida. Me causa tristeza que no sea así ya que la última cosa que verán mis ojos antes de que reúna el valor para tomar estas pastillas, será aquella hoja de otoño que lucha por quedarse en esa rama torcida que tiene el árbol que está justo frente a mí. Esa hoja se parece tanto a mí. Aferrándose a algo que claramente ya está perdido.

Con mi pulgar separé una de las tres pastillas blancas que tenía sobre la palma de mi mano y las miré detenidamente antes de regresarlas a su envase. Algo me decía que con tres pastillas no me sería suficiente para cumplir mi objetivo. Necesitaba todo el envase de medicamento.

—No lo hagas.

Mi mirada se cruzó con la de un chico que estaba de pie al lado del columpio. No percibí su presencia en ningún momento, así que hizo que abriera mis ojos mucho más.

—Aquí no —Tomó asiento en el columpio que estaba a mi lado—. Convertirás este parque en un muy mal lugar para los niños.

Su abrigo largo y negro lo hacía ver misterioso. Su tez blanca como la luna resaltaba al igual que esos ojos azul grisáceo.

—¿No tienes familia?

—Mi hermano.

—¿Qué edad tiene?

—Trece.

El chico asintió.

—Si vas a abandonarlo así de repente, al menos espera a que tenga dieciocho años y pueda valerse por sí mismo —Mis ojos se llenaron de lágrimas—. No seas tonta.

Se levantó del columpio y me arrebató el tubo de pastillas que tenía en la mano. Él se alejó del parque y solo pude ver hacía donde se dirigió gracias a las lámparas públicas que iluminaban la calle. Entonces un montón de mariposas cobraron vida dentro de mi estómago y comenzaron a revolotear.

No le pregunté su nombre, pero parte de lo que había dicho retumbaba en mi cabeza como un eco. No podía abandonar a mi hermano. Jamás me lo perdonaría y yo jamás estaría en paz por haberlo abandonado tal como hizo nuestra madre cuando éramos unos niños. Si me iba, Tim estaría bajo el techo de mi padre y su novia con cara de troll y alma de demonio. En pocas palabras dejaría a mi hermano completamente solo.

Lo que tenía planeado hacer era una atrocidad. Tenía planeado rendirme. La abuela Gabby estaría decepcionada de mí si hubiese terminado con mi vida de esa manera. Seguramente se estaba retorciendo de enfado en su tumba por los pensamientos tan pesimistas que había estado teniendo durante las últimas semanas. Ella no me enseñó eso. Ella me enseñó a ser fuerte y darle la cara a la vida. Me enseñó a ser amable y decidida. Me enseñó a no abandonar a los que me importan como mi madre lo hizo alguna vez conmigo y Tim.

—¿Dónde estabas? Creí que algo malo te había pasado.

—Estoy bien.

Tim ya había preparado nuestra cama con cobijas calientes para así no pasar frío debido al comienzo del invierno. Me recosté al lado de Tim después de haberme quitado los tenis y que mi hermano colocase la almohada con más relleno que logramos conseguir en una venta de garaje.

—Papá no encontraba sus pastillas para el dolor de espalda. Se molestó mucho, pero Minnie lo ayudó a calmarse. Ya sabes… De ese modo.

Me sentí nerviosa por haber tomado la medicina de mi padre para acabar con mi vida. Me sentía culpable por haber dejado a Tim aquí con mi padre molesto y con Minnie sabiendo que tiene unos modos bastante exóticos para calmar a mi padre. Me sentí molesta por no haberle dicho algo al chico de ojos grises después de que se llevó la medicina.

—No te preocupes. Comprará otras cuando sepa que ya se las terminó.

—Pero vi el tubo hoy en la mañana y parecía estar a la mitad.

—Ya duérmete, Tim.

No pude conciliar el sueño toda la noche. Mis pensamientos iban y venían al parque y el muchacho que, de una forma cruel, evitó que me suicidase. También pensaba en mi hermano y en la abuela Gabby, sabía que no era justo para ellos. Estuve repasando toda mi vida hasta el día de hoy, revisando y analizando cada cosa, cada emoción y cada decepción que había vivido. Cuando me convencí de que lo que pasaba era un asco comparado con la vida que realmente quería para Tim y para mí, me decidí a cambiar eso. Me propuse a cambiar la historia que teníamos porque así debía ser. Porque así lo habría querido mi abuela y porque así lo quiero yo. Da igual el horrible hombre que tenemos por padre. Da igual el intentó de madrastra que la vida nos colocó. Da igual esta casa y esta habitación porque yo haré que todo sea mejor.

No me voy a rendir.

No hasta haber estado satisfecha con mi vida y asegurarme de que mi hermano viva con felicidad y sin miedo a que mi padre lo golpee. Lo haré. Y lo voy a lograr.




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