La Última Flor Para El Invierno

TRES

JANE DEE

«Trabajen y así tendrán su propio dinero para gastar.»

Siempre era su respuesta a todo.

El distintivo de mi padre era lo tacaño que podía llegar a ser.

Rápido entendí que vivir con él era como vivir sola. Parecía que su novia cara de troll era lo único que le importaba además de cuidar que nadie le quitara su dinero. Así que, una noche, mientras Tim y yo estábamos recostados en el tejado de la casa, decidimos tomar la palabra.

Trabajar no era una mala idea, pero el problema era que a Tim no le darían un empleo ya que era menor de edad. Lamentable, ya que él era al que más le entusiasmaba obtener uno. Recuerdo que le dije que yo trabajaría mucho para poder pagar lo suyo y lo mío, pero él se molestó y dijo que no era justo. Buscó y buscó empleo junto a mí, pero no logró conseguir nada, así que decidió crear su propio negocio y comenzó a vender todas sus pinturas e incluso llegó a alquilar su arte. Me refiero a que pintaba cosas para que otros lo presentaran como suyo. Le pregunté si le molestaba y él dijo que mientras nos beneficiara a ambos estaba bien.

Nos fue bastante bien durante unos meses. Después las personas comenzaron a aburrirse de lo que hacía mi hermano y el local en el que yo trabajaba fue clausurado por falta de higiene. Rápidamente, Tim y yo buscamos empleos nuevos para seguir con la buena vida que habíamos tenido hasta ese entonces. Para nuestra suerte, encontramos a una pareja —Raquel y Steve—  quienes nos ofrecieron empleo a los dos en el mismo lugar con una paga bastante buena. Con ese dinero yo pude pagar lo que necesitaba para mis estudios y Tim por fin pudo comprar pinturas nuevas para su arte.

Con el tiempo Tim y yo entramos en confianza con Raquel y Steve al grado de contarles el porqué de que pidiésemos empleo siempre. Ambos lamentaron nuestra situación y nos aseguraron que siempre nos apoyarían como jefes y amigos leales. Cada vez que volvía a casa de mi padre, la idea de que Steve estuviese en su lugar era de locos, algo que de verdad anhelaba demasiado. Y Tim comenzaba a sentir lo mismo, pero con Raquel. Pienso que de alguna forma mi hermano y yo vimos a Raquel y Steve como los padres que nunca tuvimos.

—¿Por qué tengo que ir al otro lado de la calle? Sabes que ahí trabaja Angus y no lo quiero ver.

—Deja a un lado tus problemas amorosos y trabaja. Raquel me dijo que intentáramos repartir varios, así que debemos esparcirnos.

—¿Y tú a dónde irás?

—Yo me quedo aquí. Raquel está por la preparatoria Northville. Y tú estarás  en la calle de atrás —Rachel frunció la nariz y se quejó de nuevo por el puesto que le había otorgado—. Los volantes para la pastelería estarán por los alrededores y así conseguiremos más clientes. Tal vez clientes apuestos.

Rachel lo pensó por unos instantes.

—Bueno… Iré a repartir los malditos volantes.

Hoy tenía el día libre gracias a que mis últimos dos profesores del día no habían asistido a la escuela. Y, aunque fuese temprano y nadie esté, no quería regresar a casa porque en realidad prefería ir a cualquier otro lugar, además había recordado lo que Steve me había dicho hace dos semanas acerca de las malas ventas que la pastelería ha tenido últimamente gracias a que el centro comercial construyó una pastelería más grande y que, a simple vista, se ve bastante agradable. Mi hermano tuvo la idea de cambiar los colores cafés de la fachada de la pastelería por tal vez unos tonos verdes que hicieran contraste con el uniforme amarillo de trabajo; yo aporté la idea de fabricar volantes para promocionar los pasteles y sabores que tenemos, y Rachel dijo que necesitábamos más personal que solo un lava trastes, dos meseras que al mismo tiempo cobran las ventas y un pastelero. A Raquel le parecieron buenos consejos al igual que a Steve, así que al día siguiente mi hermano ya tenía la pintura para rediseñar la pastelería y Raquel ya había diseñado los volantes y solo faltaba imprimirlos todos.

—No, gracias.

Ya habían pasado horas y algunas personas que pasaban frente a mí tomaban el volante que les ofrecía con amabilidad; otros también lo tomaban, pero en cuanto veían un contenedor de basura lo arrojaban dentro y algunas otras personas simplemente ignoraban mi presencia.

Se suponía que no podía dejar mi puesto hasta que terminase de repartir todos los volantes, sin embargo llevaba menos de la mitad ya repartidos. Hubo un momento en el que absolutamente nadie pasó por la calle, solo era yo, así que comencé a preguntarme qué tal les estaba yendo a Rachel y Raquel. Algo muy en el fondo me decía que tanto Rachel como Raquel ya tenían más volantes repartidos que yo. Número uno: Porque Raquel es bastante convincente cuando se lo propone. Número dos: Porque Rachel es muy difícil de ignorar por lo bonita que es.

Un grupo de mujeres entró a la pastelería y tomó asiento en la mesa más grande que teníamos. Noté que Steve no estaba en el mostrador, entonces me vi obligada a entrar a la pastelería y a colocarme mi delantal amarillo para atender a las señoras que parecían tener una conversación bastante interesante. Cuando por fin logré obtener sus pedidos, Steve salió de la puerta que da a la cocina y en cuanto miró a las mujeres y a mí sirviendo unas cuantas rebanadas de pastel y malteadas se acercó.

—Raquel va a matarme si se entera que te quité de tu puesto.




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