La Última Flor Para El Invierno

NUEVE

JANE DEE

Recibí la peor noticia en cuanto llegué a la pastelería.

No creí que fuera a afectarme tanto, pero lo hizo. Por primera vez desde que conocía a Raquel tenía ganas de decirle que se había equivocado. Que tomó una pésima decisión al decirle a Blake que solo debe venir tres días a la semana mientras que yo tengo que trabajar toda la semana a excepción de los sábados y domingos. Rachel estaba conmigo cuando el tema fue mencionado y mientras ella sentía envidia por Blake yo sentía que me habían arrebatado varias oportunidades de verlo y hablar con él. Oportunidades en las que él pudiese volver a llamarme por mi apellido. Oportunidades de pensar en lo apuesto que es y solo mirarlo sin que él se percate. Sin duda alguna Raquel había arruinado mis planes de soñar despierta con Blake.

—Cuando era niña odiaba venir de compras con mi madre, pero ahora creo que es lo que más me gusta. Al menos así evito atender a clientes altaneros en la pastelería —Suspiró—. ¿Qué hay de ti, Jane? No has hablado desde que Steve nos envió a comprar las decoraciones para invierno. ¿Hay algo nuevo que contar?

Mucho, de hecho.

—No. Nada nuevo —Observaba las cortinas de luz blanca que había colgadas en el mostrador—. Estas son lindas.

—Tienen copos de nieve y estrellas —Rachel las descolgó—. Brillan, son largas y lindas. A Steve y a Raquel les encantarán. Además, creo que combinan con el diseño que tu hermano le dio a las paredes de afuera de la pastelería, ¿no crees? —Afirmé, sonriendo—. Nos las llevamos.

—¿Qué más hay en la lista que Steve te dio?

Rachel abrió su bolso y sacó el papel rojo y arrugado que Steve le había dado con toda la lista de decoraciones y comida que debíamos comprar por él. Ya habíamos tachado varias cosas de la lista y el carrito de compras estaba casi lleno. En realidad esperaba que no hubiese algo más en la lista porque temía que el dinero que Steve nos dio a ambas para pagar tal vez no fuera suficiente. Me vería y sentiría terriblemente mal si llegamos a las cajas de la tienda y la mujer u hombre que se encargue de cobrarnos se dé cuenta de que tal vez no llevamos suficiente dinero.

—Esferas moradas.

Rachel me guío al pasillo navideño y mientras ella buscaba las esferas yo me deleité con todas las familias que estaban en ese pasillo. Algunas eran de tres miembros y otras de cuatro. Los padres estaban concentrados en buscar las esferas perfectas para su propio árbol de navidad. A mi parecer era bastante pronto para comprar esferas navideñas, ya que apenas estamos en noviembre. Falta una semana para Acción de Gracias. No obstante, el ver lo lindas que se veían las personas con esa sonrisa plasmada en sus rostros y compartiendo opiniones para adornar su hogar, me parecía hermoso y me hacía sentir feliz. Esa felicidad se fue convirtiendo poco a poco en tristeza para después terminar en celos. Aparté mi atención de lo que miraba y mi mente se invadió de pensamientos que ni yo sabía que existían.

La imagen de mi padre, mi madre, Tim y yo conviviendo como la familia que se suponía que debíamos ser. En mi fantasía incluso aparecía la abuela Gabby dándonos regalos de navidad a mi hermano y a mí. Es decir, las navidades con mi madre nunca eran navidades de verdad porque ni siquiera había un árbol que decorar y mucho menos regalos. Tim ni siquiera sabía que en navidad se daban regalos hasta que comenzamos a vivir con la abuela Gabby. Las navidades con ella sí eran reconfortantes, pero siempre deseé tener más que eso. Siempre deseé que mi madre se presentara en casa de mi abuela y decidiera que se quedaría con nosotros de una vez por todas. En ese entonces, el volver a ver a mi padre nunca pasó por mi cabeza. También recuerdo que siempre le pedía a Santa Claus que me diera de regalo una mamá nueva o que, por lo menos, la única que tenía volviera por nosotros. Que dijera que no era su intención abandonarnos. Que no era su intención ser alcohólica. Que de verdad nos amaba tanto como nosotros siempre lo imaginamos, tanto como yo siempre lo imaginé.

De cualquier forma nunca ocurrió.

Y las navidades que llevamos teniendo Tim y yo ahora que vivimos con mi padre tampoco se quedan atrás con las que solíamos tener con mamá. No son similares, me refiero a que mi padre sí gasta su preciado dinero comprando un árbol de navidad y decoraciones solo porque sabe que a Minnie le encanta esa festividad. A veces pienso que si no fuera por Minnie, ni mi hermano ni yo disfrutaríamos de una cena navideña. Y estoy segura que esa es la única razón por la que soporto a Minnie un cinco por ciento. Porque sé que sin ella, mi padre ni siquiera pensaría en comprar un árbol de navidad, aunque nosotros, sus hijos, se lo pidiéramos.

—Listo.

⁕⁎⁕

Tim llegó temprano a la pastelería y seguía molesto. No sé por qué estaba molesto en realidad. No sé qué hice o qué fue lo que dije anoche para que siga molesto incluso hoy. Rachel notó su extraño comportamiento debido a que en cuanto entró a la pastelería no chocó los cinco con ella como suele hacer siempre que la ve, además de que no ha dicho ni una sola palabra a nadie desde que llegó.

—La pubertad es difícil, Jane. Yo te lo confirmo. Tuve esa misma actitud tantas veces que mis padres consideraron enviarme a un internado de monjas.

—No creo que sea eso. O al menos no sólo por eso.

—Dijiste que anoche también estaba así, ¿verdad? —Asentí—. Tal vez no le está yendo muy bien en la escuela. ¿Ya le preguntaste?




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