La Última Flor Para El Invierno

VEINTE

BLAKE FLAUBERT

—Falta poco para Acción de Gracias, ¿no estás emocionado, Blake?

—Como un pez cuando lo sacan del agua, Allison.

—Deja de ser así de antipático y por lo menos finge que te alegra aunque sea un poquito.

Sonreí falsamente y mi hermana rodó los ojos.

La cosa es que no me alegraba para nada. Hacía dos años que Acción de Gracias no era festejado en esta casa de la manera en la que solíamos hacerlo cuando era pequeño. Mis padres habían dejado de festejar Acción de Gracias junto a sus amigos por varias razones. Estaban ocupados o tenían compromisos con sus propias familias. Creí que Acción de Gracias sería igual que el año pasado; con solo nosotros cuatro y mis abuelos comiendo los ricos platillos de mi mamá. Sin decoraciones excesivas, ruido de más y un pastel. Sin embargo, ahora podía dejar a un lado mi fantasía de que sería así porque justo en este momento me encontraba comprando ingredientes de cocina junto a mi ruidosa hermana que no paraba de decirme lo mucho que le emocionaba volver a ver a nuestros tíos y amigos antiguos reunidos.

—¿Por qué no fuiste a la pastelería?

—No tenía ganas —Ignoró a la mujer que le estaba dando pruebas de diferentes quesos para mirarme mal y regañarme—. De hecho ni quería salir hoy de mi cama. Por eso falté a la escuela y al trabajo, no me sentía en condiciones de salir, pero heme aquí ahora.

—¿Qué mala excusa pusiste para no ir?

—Resfriado. A nada de ser hospitalizado.

—Mamá va a matarte cuando se entere de lo que has hecho. La escuela y el trabajo no son un juego, Blake. Debes ser responsable.

—Mamá me ayudó con la mentira —Esta vez Allison no tuvo nada que decir. Estaba maravillosamente confundida—. No puedes juzgar el poder que mamá tiene sobre nosotros. Es la ley. Y el que me ayudara no me libró de no salir hoy.

Allison se encontraba escogiendo tomates y los más frescos los guardaba en una bolsa de plástico que después dejó caer en el carrito de metal que yo conducía.

 —¿Papá te dijo que la señora Dolly vendrá a Acción de Gracias? —Miré de inmediato a mi hermana mientras mi estómago estaba sufriendo una bajada en picada—. Sí. Yo reaccioné de la misma forma que tú. Dijo que conversó contigo en el cementerio y te dio una carta.

—No voy a decirte lo que me escribió.

—No quería saber de cualquier manera —Terminó de escoger la bandeja de fresas y las dejó en el carrito. Alzó su mirada para decir—: Ahora sé porque te animaste a ir a esa fiesta aunque terminaras en una pelea con esos dos estúpidos intentos de atletas.

—¿Cómo supiste que eran…?

—¿De verdad crees que los gemelos no me dicen nada sobre quienes te rodean? —La sonrisa de victoria que abarcaba su rostro se borró de inmediato cuando miró por encima de mi hombro. De pronto mi hermana pareció estar incómoda—. Ya vámonos.

—Aún falta ir por las judías verdes.

La prisa que tenía mi hermana por marcharse del supermercado no era normal. Miré detrás de mí y lo único que encontré fue a una familia de cinco escogiendo el pavo que llevarían. Mis ojos se cruzaron con el hijo mayor de esa familia que se encontraba tecleando algo en su celular. Extrañamente, algo me pareció familiar en él, como si ya lo hubiese visto antes. Di pasos largos para alcanzar a Allison y darme cuenta de que estaba observando algo en la pantalla de su celular. De pronto el entusiasmo que invadía a mi hermana se desvaneció. Parecía disgustada, molesta y consternada.

—¿Alls, estás bien?

Apagó el celular y lo guardó en su suéter de lana azul.

—Sí. Ya vámonos.

Allison me quitó el carrito de compras de las manos para marcharse del supermercado sin mirar atrás o demostrar una pizca de la alegría que sentía hace unos minutos.

⁕⁎⁕

La primera vez que Megan entró a mi habitación tenía cuatro años de edad. Maya estaba visitándonos después de haber llevado a su pequeña hija de viaje a las playas de Miami junto a la familia de quien en ese entonces era su novio. Recuerdo que cuando Megan entró a mi habitación lo primero que hizo, además de abrir la boca enormemente, fue dar pequeños saltos mientras observaba el techo de mi habitación con emoción y curiosidad. Ella alzaba sus manitas intentando alcanzar las estrellas fluorescentes que estaban pegadas en él imitando un cielo nocturno con sus respectivas constelaciones. Siempre me había preguntado de dónde salieron esas estrellas hasta que mis padres le contaron la historia a la misma Maya. Solo se trataba de un pequeño capricho que había tenido casi a la edad de Megan que me había causado cierta obsesión por las estrellas y el espacio exterior. Mis padres estaban fascinados con mi aprecio a las estrellas que llenaron el techo de mi habitación con ellas, de esa manera, podría imaginar que dormía bajo las estrellas reales.

Ahora que me encontraba acostado y mirando a esas estrellas con atención, podía darme cuenta de que observar al techo era más relajante que fumar una o dos caladas de cigarrillo. Perderme en ese techo repleto de estrellas era mejor. Podía fingir que unía nuevas constelaciones con mis dedos. Solo tenía que alzar el brazo y señalar a cualquier estrella fluorescente que me pareciera estar sola y abandonada para unirla con otras más. Era bastante fácil. Todas encajaban a la perfección sin necesidad de ser forzadas. Mi dedo se topó con otra de ellas, pero esta era diferente. No estaba completa. Le faltaba una punta para completarse y ya no había más estrellas que estuviesen solas como para poder emparejarla. La estrella rota estaba sola entre las demás.




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