JANE DEE
El auto no estaba aparcado y la casa estaba increíblemente silenciosa. Creí que los padres de Blake no estarían y con eso me facilitaban el charlar con su hijo acerca de nosotros. Toqué el timbre, esperé unos segundos y nadie respondió. La siguiente vez solo llamé a la puerta un par de veces, pero nadie abrió. Gracias a lo que Allison me había dicho respecto a Blake, sabía que de alguna forma él estaba dentro de esa casa, pero se negaba a salir de su habitación.
Dee: No me voy a ir hasta que abras la puerta.
No tardó ni un segundo en leer el mensaje. Los puntos suspensivos flotaban y flotaban para luego desaparecer. Blake dejó de estar en línea y quise imaginar que me había hecho caso. Los pasadores para asegurar la puerta se escucharon y luego la manija giró. Blake vestía unos pantalones grises holgados con una sudadera verde y tenis blancos que le resaltaban su vestimenta. Parecía que estaba dormido porque su cabello negro era un completo desastre. Abrió la boca, pero sus palabras se las llevó el viento debido a que lo interrumpí.
—Tienes miedo, yo también. Nadie nace listo para vivir los obstáculos de la vida, Blake, pero aprendemos a superarlos. Avanzamos. Algunos tardan más que otros, pero tarde o temprano lo hacen. Superan sus propios demonios. Porque es eso. No depende de los demás, no son los miedos de los demás; se trata de los nuestros. Nosotros mismos nos atamos y nunca nos soltamos por temor a lo que sucederá después. ¿Sabes por qué todos los niños le temen a la oscuridad? Porque en realidad no es la oscuridad lo que les aterra, es el que no saben con lo que se pueden encontrar. Es una analogía rara, pero así es la vida y el destino. Ninguno de nosotros sabe lo que va a pasar hasta que pasa, hasta que decidimos no tener miedo. Ya sé que no quieres hacerle daño a nadie, pero a veces sucede, sin intención de hacerlo, pero sucede. Tenemos que avanzar juntos, Blake. Tú y yo. No podemos quedarnos estancados. Por favor, abre los ojos.
—Ya lo sé. Lo sé. Todo el mundo a mi alrededor avanza. Siempre lo hacen. No están estancados como yo. Mientras ellos siguen con sus vidas, yo me quedo atrás. No me digas que abra los ojos, Jane, los tengo bien abiertos y desde que tengo memoria siempre he sido un ser despreciable. De una u otra forma lastimo a los que amo y no quiero que eso pase contigo. No puedo… Yo… No quiero ser la causa de tu dolor.
—Entonces no lo seas. No me rompas el corazón para proteger el tuyo.
Seguía negando con la cabeza y había separado sus ojos de los míos. Avancé unos pasos y tomé su mejilla. Hice que Blake me mirase con atención a pesar de que me dolía mucho verlo tan derrotado y con tan poca esperanza en sí mismo. Era como si la cortina de humo negro que Blake usaba para protegerse, se había marchado y ahora podía ver a su verdadero yo. Me causaban ganas de abrazarlo y protegerlo. Se veía tan frágil como una figura de porcelana.
—Cuando nos conocimos dijiste que era una cobarde por intentar suicidarme —Mordió el interior de sus mejillas. Intentó mirar a otra parte, pero se lo impedí colocando mi otra mano sobre su mejilla—. El miedo que le tienes a amar y ser amado son exactamente lo mismo que huir al acabar con tu vida. Ambos temen fracasar. Ambos deben ser superados. Yo jamás rompería tu corazón y sé que tú jamás romperás el mío, Blake. No importa cuántas veces lo intentes. Entiendes que la única persona con la que deseo estar eres tú, ¿verdad?
No me di cuenta de que había lágrimas en las esquinas de mis ojos hasta que Blake las limpió. Le sonreí porque no podía evitar hacerlo cuando miraba su rostro. Esta vez Blake fue quien dejó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.
—¿Ya te he dicho cuánto me gusta verte sonreír?
—Deberías hacerlo más seguido.
Levanté los talones y lo besé.
Se suponía que mi primer beso lo tuve a los trece años mientras jugaba siete minutos en el paraíso con un grupo de compañeros de la escuela. Clark Meléndez y yo estuvimos dentro de ese closet de limpieza conversando la mayor parte del tiempo hasta que él decidió cumplir con el propósito del juego. Yo había aceptado por la simple curiosidad de saber qué se sentía ser besada. Había sido el peor beso de mi vida. Clark era bueno conversando, pero al besar parecía un borracho en busca de baño público. Sin ritmo y ridículo. No besé a nadie más después de eso y verdaderamente me alegraba que Blake fuese el segundo beso de mi vida que sin duda iba a calificar como el primero. Sus labios eran delicados y excitantes al mismo tiempo, lo cual hacía nuestro primer beso como el mejor. Era sutil e intenso al igual que largo. Tuve que tomarlo del cuello para sentir más de él y cuando me abrazó por la cintura sentí que mi corazón estaba a nada de salir de mi pecho. Entramos a la casa y caímos en el sofá. El tiempo se detuvo. Nos fundimos como el metal el uno con el otro. Parecíamos uno mismo. Incluso creí que éramos infinitos.
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Los padres de Blake llegaron de improvisto y tuvimos que fingir que no estábamos cruzando la delgada línea entre los besos cariñosos y las caricias excitantes. El señor Flaubert no tardó mucho en volver a irse, ya que tenía que ir a visitar a un paciente minino a unas cuadras al este. Sin embargo, la señora Flaubert se quedó con nosotros y nos consintió con galletas de nuez que había horneado esa misma mañana para su hija. Se tomó su tiempo para dejarnos a Blake y a mí solos hasta que nos dijo que estaba muy cansada y que necesitaba quitarse el olor a hospital y medicinas con una buena ducha. Seguí repasando la actitud de la madre de Blake por un buen rato porque cada vez que la conocía, más veces me convencía de que parecía una mujer bastante libre. Más de lo que alguien debería ser. No lo sé. De una buena forma. Era como si disfrutara de las cosas que la rodeaban sin preocupaciones o remordimientos. A veces imaginaba que la señora Flaubert había cargado con muchos costales llenos de ladrillos por un largo, largo tiempo y que ahora se veía tan tranquila porque ya no los tenía.