La cena continuó bajo un murmullo contenido. Como brasas bajo ceniza.
Entonces, uno de los nobles rompió el silencio.
Me estudio primero. La mirada fria. Calculadora. Luego se volvio hacia el principe con una cortesia ensayada que no llegaba a sus ojos.
—Alteza —dijo, aclarándose la garganta—, corre por el castillo un rumor inquietante: que una mujer fue encontrada y encerrada en las celdas por intentar atacaros. ¿No será esta señorita esa prisionera?
Varias cabezas se giraron al unisono. Las miradas se clavaron en mi como alfileres. Buscaban en mi rostro la confirmacion. La grieta. La mentira.
Mantuve la sonrisa intacta. Como si fuera una mascara tallada en mi piel. Pero por dentro, la rabia hervia.
Rowan guardó silencio. Midió a cada noble con una calma que no necesita palabras. Entonces alzó la cabeza y se dirigió al noble, con voz fría.
—Esos rumores son falsos —dijo—. Layla fue hallada herida y retenida por seguridad. No hubo intento de agresión.
La sala se estremeció.
"Hallada herida y retenida por seguridad"
La ironía me golpeó con más fuerza que la acusación. Qué forma tan elegante de reescribir la verdad.
Pero era una grieta que podía explotar. Sonreí.
—¡Cierto, caballeros! —exclame con una inocencia que habria convencido a un santo—. ¿Cómo podría yo atentar contra la vida de Su Alteza? Estoy muy agradecida por todo lo que ha hecho por mí.
Me incliné apenas hacia la mesa, dejando que las palabras hicieran su trabajo.
Entonces, como quien nota algo por primera vez, abri los ojos con alarma fingida.
—Pero, príncipe —dije, la voz cargada de preocupacion— ¿cómo es eso de que os atacaron? ¿Estáis herido?
Las palabras salieron suaves. Inocentes. Y letales.
Rowan me miró. Sus ojos grises se estrecharon una fraccion. Sorpresa. O admiracion. Quizas advertencia.
La sala entera se giro hacia nosotros como un solo organismo. Copas suspendidas en el aire. Cubiertos detenidos a medio camino. El noble que había sembrado el rumor se irguió en su silla, los hombros tensos, oliendo la provocación.
Un murmullo se deslizó por la mesa. Rapido. Hambriento.
Rowan respiró hondo. El silencio se estiro como una cuerda tensa.
Buscó la copa y la sostuvo sin beber.
—Sí —respondió al fin, con voz plana—. Fui herido en una emboscada a las afueras del campamento.
—¿Emboscada? —repetí—. ¡Qué horror! ¿Y quién fue? ¿Bandidos?¿Traidores? ¿Enemigos entre los nuestros? —quebré la voz en un gemido teatral. Una dama aterrada pidiendo consuelo.
Las miradas se dispersaron. Buscando culpables. Algunos eligieron el silencio. Otros se relamieron ante la posibilidad de un enemigo invisible. De una conspiracion en palacio.
El noble anciano se sobresaltó. El joven de sonrisa afilada me lanzo una mirada que prometida entretenimiento. Esperando verme tropezar.
Rowan no convirtió aquello en espectáculo. Frunció apenas el ceño. Y eligió la brevedad como escudo.
—Fue por proteger a alguien —dijo, seco—. No voy a ahondar ahora.
Un murmullo recorrio la mesa como una corriente electrica.
Entonces, Rowan hizo algo inesperado. Bajo la voz. No tanto como para que nadie oyera. Pero si justo lo suficiente para que solo los mas cercanos escucharan.
—No os preocupéis por mí, querida —hizo una pausa. Se inclinó hacia mí. Sus ojos grises clavados en los mios—. Estoy bien.
Sin vacilar, tomó mi mano. El contacto fue rapido. Firme. Posesivo.
Y la besó en el dorso. Un gesto público. Teatral. Una declaracion que no necesitaba palabras.
La sala contuvo el aliento.
Pero lo peor no fue el beso. Fue que no me soltó. Sus dedos permanecieron anclados a los míos, firmes y deliberados.
La humillación y la rabia me golpearon juntas. Como un puño directo al estomago. Aquel contacto era cadena y blindaje a la vez.
Contuve el impulso de arrancarme la mano y vomitar.
Cerré los ojos. Respire y me obligué a conservar la compostura por un segundo.
Abri los ojos. Alce la cabeza, y hable con la voz de una prometida ofendida.
—Me parece intolerable —cada palabra medida—, que no se me haya informado de que mi prometido estaba herido. Espero que no vuelva a ocurrir.
Gire mi mano bajo la suya. No para liberarme, sino para entrelazar nuestros dedos. Un gesto de intimidad que la sala entera vio.
— Me preocupo mucho por vos, Alteza.
Las palabras llenaron el silencio como humo denso.
Rowan inclinó la cabeza. Un gesto de deferencia que la corte registro al instante.
No me solto. Al contrario, sus dedos se ajustaron a los mios, reforzando el contacto.
—Lo siento —murmuró. Lo suficientemente alto para que todos oyeran—. No volverá a pasar.