La casa llevaba décadas en silencio, devorada por el moho y la soledad. Las paredes agrietadas y las ventanas rotas dejaban entrar una brisa fría que olía a polvo antiguo y a cosas que no debían despertarse.
Cinco adolescentes se sentaron en círculo sobre el suelo mugriento, rodeados de latas vacías y linternas que temblaban con cada ráfaga de viento.
En el centro, una tabla Ouija, polvorienta, con las letras apenas visibles bajo una capa de tiempo.
-No funciona -murmuró Raúl, empujando el puntero con desgana.
Pero entonces, sin que nadie lo tocara, la pieza de madera comenzó a deslizarse lentamente. Una letra. Luego otra. Luego otra más.
E-L C-O-M-I-E-N-Z-O D-E-L F-I-N
Se quedaron congelados. Nadie hablaba. Nadie respiraba.
-¿Esto es una broma? -susurró Lucía, pero la voz le tembló.
La tabla volvió a moverse.
Y-A E-S T-A-R-D-E
Una ráfaga más fuerte llegó apagando las linternas. Todo quedó en oscuridad.
Un zumbido, como el eco de una tormenta muy lejana, retumbó bajo sus pies.
Y en lo profundo del mundo, algo se abrió.