La última hechicera

El Fin de una Era

La aldea de Eldara despertaba lentamente bajo un cielo teñido de nubes grises y susurros olvidados. Las llamas de las chimeneas dibujaban columnas de humo que se elevaban hacia el horizonte, mientras los aldeanos se preparaban para un día más, aunque nada sería igual después de aquella noche.

Alina abrió los ojos con una mezcla de cansancio y urgencia. Su piel aún llevaba el frío de la noche, y sus dedos temblaban levemente, como si la magia dentro de ella quisiera despertar. Pero la magia estaba muriendo, lo sabía. Ella era la última de su linaje, la última hechicera, y con ese título venía un peso imposible de ignorar.

—No puede ser... —susurró, con el corazón encogiéndose—. Otra vez.

Su abuela, la sabia que le había enseñado los secretos de la magia ancestral, apareció en la habitación. Sus ojos, llenos de años y sabiduría, se posaron en Alina con una mezcla de miedo y esperanza.

—El enemigo regresa —dijo con voz firme—. Pero no estás sola, mi niña. Aún tienes el poder para cambiar el destino.

Alina sintió cómo la llama de su espíritu se encendía, pese al temor. La profecía hablaba de una hechicera que renacería entre las cenizas de un mundo sin magia, y ella debía ser esa luz.

Con la determinación tatuada en el alma, Alina salió de la casa, sintiendo que cada paso la acercaba a un futuro incierto, pero lleno de posibilidades.




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