La última hechicera

El Encuentro en la Penumbra

Alina salió de la casa con paso firme, mientras la aldea comenzaba a prepararse para lo inevitable. El aire estaba cargado de tensión, y en cada rincón se sentía la sombra de un peligro inminente. Pero algo más brillaba en su interior: la certeza de que, a pesar de todo, la magia aún respiraba en ella.

El bosque cercano era oscuro y profundo, un lugar que la mayoría evitaba, excepto quienes conocían sus secretos. Su abuela le había enseñado a escuchar el lenguaje de los árboles y a sentir la energía que fluía en el viento. Ahora, esa sabiduría sería su única aliada.

Un leve crujido la hizo detenerse. En la penumbra, una figura se deslizó entre las sombras y apareció frente a ella. No era un enemigo, sino un joven con ojos que reflejaban la tormenta y la calma al mismo tiempo.

—Alina —dijo con voz serena—. No estás sola en esta lucha.

Él extendió la mano y, sin pensarlo, ella la tomó. En ese contacto, una corriente cálida recorrió su cuerpo y la magia, dormida por tanto tiempo, despertó con fuerza, bañando sus manos en un resplandor azul y morado.

—Soy Eiran, guardián del bosque —continuó él—. He vigilado estas tierras durante siglos, esperando que llegara alguien como tú.

Alina lo miró, sorprendida, sintiendo que ese encuentro era el comienzo de algo más grande que ella misma.

—¿Entonces qué hacemos ahora? —preguntó, con una mezcla de miedo y esperanza.

Eiran sonrió y señaló hacia el horizonte, donde las primeras luces del amanecer rompían la oscuridad.

—Prepara tu corazón, hechicera. El mundo está a punto de cambiar.




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