El escudo de luz de Alina brillaba intensamente, disipando momentáneamente las sombras que se abalanzaban. Pero las criaturas oscuras no se rendían; sus gruñidos se mezclaban con el crujir de las ramas rotas y el viento gélido que azotaba el bosque.
Eiran tomó una postura firme, concentrando la energía que lo rodeaba. Sus manos comenzaron a brillar con un tono dorado, y con un gesto rápido, lanzó una llamarada que barrió a las sombras, dejando tras de sí un rastro de cenizas y un silencio pesado.
—No basta con protegernos —dijo Eiran, mirando a Alina—. Debemos encender la chispa que despierte la magia en el mundo otra vez.
Alina respiró hondo, sintiendo el poder latir en su pecho. Cerró los ojos y dejó que la magia fluyera libremente, como un río desbordado. Su cuerpo se iluminó con un resplandor azul y morado, más fuerte que antes.
De repente, una llama pequeña pero pura apareció entre sus manos, bailando al ritmo de su pulso.
—Es solo el comienzo —susurró—. La primera llama para el renacer.
—Juntos, podemos lograrlo. La última hechicera no está sola.