Las manos de Sereth se elevaron y un resplandor plateado envolvió el claro. Frente a ellos apareció una escena vivida, como un sueño tangible.Era un tiempo antes del renacer de Alina, cuando el mundo aún respiraba magia pura y desatada.
En un altar antiguo, dos figuras se enfrentaban: Lioren, el padre de Alina, con su bastón de fuego azul y morado, y una sombra oscura que parecía absorber la luz a su alrededor.
—Esta es la batalla que dividió a nuestra familia —explicó Sereth—. Mi hermano no cayó por debilidad, sino porque intentó contener la oscuridad que amenazaba con consumirnos a todos.
Alina observaba, fascinada y aterrada.—¿Qué pasó después?
—Lioren selló la oscuridad dentro de sí mismo, sacrificándose para proteger el mundo. Pero el sello se rompió con tu despertar —dijo Sereth—. Y ahora, esa oscuridad busca liberarse.
Eiran apretó la mandíbula.—Por eso los Heraldos te persiguen no solo quieren el poder… quieren el fin de la magia misma.
La visión se desvaneció, dejando un silencio cargado de peso Alina respiró hondo.—Entonces no solo lucho por mí, sino por todo lo que queda de este mundo mágico.
Sereth asintió.—Y por eso debes estar preparada porque el equilibrio no es solo luz contra sombra… es la aceptación de ambas.
El destino de la última hechicera estaba sellado, y la verdadera batalla apenas comenzaba.