El eco de la visión aún resonaba en el corazón de Alina. Por primera vez, entendía que la magia no era simplemente luz o oscuridad, sino un delicado equilibrio que debía abrazar.
—No puedo luchar contra mi propio linaje —murmuró, mirando a Sereth—. Debo aceptarlo, entenderlo.
Kaelen asintió con respeto.—El poder que buscas no está fuera, sino dentro. Solo cuando integres cada parte de ti, el fuego brillará con verdadera fuerza.
Eiran colocó una mano firme sobre su hombro.—No estás sola en esto estamos contigo, en cada paso.
Alina cerró los ojos, dejando que la llama en sus manos creciera lentamente. En su interior, una danza de luces y sombras se entrelazaba, creando un fuego nuevo, único. Entonces, una calma profunda la envolvió, como si por fin su alma encontrara reposo pero en la distancia, un rugido feroz sacudió el aire.
—No hay tiempo para descansar —advirtió Kaelen—. La batalla se acerca.
Alina abrió los ojos, decidida.
—Entonces preparémonos. La última hechicera está lista para enfrentar su destino.