El símbolo bajo las manos de Alina latió una vez más, y con un suave temblor, el suelo se abrió en silencio. La tierra cedió revelando una escalera de piedra que descendía en espiral hacia la oscuridad una ráfaga de aire antiguo escapó desde las profundidades, cargada de polvo, magia… y algo más. Algo viejo. Algo que recordaba.
—Ese lugar nos estaba esperando —dijo Lyra, apenas en un susurro.
—¿Estás bien? —preguntó Kaelen, posando una mano en el brazo de Alina.
Ella asintió, aunque sus ojos seguían fijos en la entrada. —No fue solo una voz… fueron muchas. Como si… algo dentro de mí las reconociera.
Eiran descendió primero, su espada lista, cada peldaño parecía susurrar bajo sus pies el resto lo siguió en silencio, las paredes del descenso estaban talladas con símbolos que brillaban al paso de Alina. No con luz… sino con memoria.
—Esto no es un sepulcro —dijo Lyra, tocando una de las inscripciones con dedos temblorosos—. Es un templo.
—¿Para qué? —preguntó Kaelen.
Alina se detuvo frente a una puerta de piedra cubierta de runas que reaccionaron ante su presencia, abriéndose con un suave gemido. Dentro, una sala circular los esperaba. En su centro, una fuente seca, rodeada por estatuas de mujeres con ojos cerrados y manos unidas.
Una inscripción rodeaba la base de la fuente Alina se acercó y las leyó en voz baja:—“Donde la última recuerde, la llama dormida despertará.”
Una chispa de luz brotó del centro de la fuente, flotando en el aire… y se dirigió directamente al pecho de Alina sus ojos se abrieron de par en par.
Y entonces, lo recordó todo...