La última hechicera

Recuerdos de Sangre

La luz azul atravesó el pecho de Alina sin herirla, pero su cuerpo se tensó. Sus rodillas cedieron, y cayó al suelo, jadeando. Sus ojos seguían abiertos, pero ya no estaban en el presente.

Imágenes la inundaron como una tormenta: una mujer de cabello oscuro —igual al suyo— alzando un cetro entre ruinas encendidas. Un círculo de hechiceras unidas por un juramento. Una criatura hecha de sombra y hueso que surgía del abismo… y una niña, pequeña, escondida tras una columna quebrada ella.

—¡Alina! —gritó Kaelen, corriendo hacia ella—. ¿Qué está pasando?

Pero Lyra lo detuvo.

—No la toques está viendo lo que fue sellado en su sangre.

Dentro de su mente, Alina caminaba por un santuario idéntico a ese, pero intacto, vivo. La voz de una mujer la llamaba con ternura.

—Eres la última, mi estrella protege lo que fuimos no olvides quién eres.

La mujer le sonreía… su madre.

Un estremecimiento recorrió el templo la fuente volvió a llenarse, no de agua, sino de luz líquida que pulsaba con energía ancestral, entonces una grieta se abrió en el techo del santuario, y una sombra descendió lentamente.

No estaban solos.

Eiran desenfundó su espada al instante, sus ojos clavados en la figura flotante que surgía entre las estatuas.

—Sea lo que sea eso... despertó con ella.

Alina alzó la vista, aún temblando. Su voz, más firme que nunca, rompió el silencio:

—Lo recuerdo todo sé lo que soy.

Y la criatura se detuvo en seco, como si también lo recordara...




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