En el pasado, mucho antes de la barrera.
Valhrys
El Reino Dorado. ¿Por qué se llama así?
Hay una leyenda antigua que hace siglos fue escuchada por todos los rincones del reino.
La leyenda contaba que un espíritu y un alma se volvieron uno, y eran tan perfectamente imperfectos.
Tenían un poder que nadie lograba comprender: creer.
Es estúpido y algo tonto, pero solo con creer puedes hacer que algo te dañe o te dé felicidad y paz.
Algunas personas se burlaban y decían que era algo estúpido.
Pero no lo es.
El creer y hacer que algo tenga el poder de afectarte o no, está en tus manos.
Si ellos creían en los ángeles, también creían en los demonios, pero tenían algo que las personas no comprendían: la decisión de darles o no ese poder.
Los rumores dicen que ellos eran como una estrella fugaz.
Veloces e iluminando el camino, y si era necesario, lo volvían todo de cabeza cuando la injusticia quería acabar con el reino.
Coloco las manos en mi espalda mientras camino con la frente en alto.
—¡Mira qué tenemos aquí! —Aparece de la nada el destino, colocando un dedo en mi frente, haciéndome retroceder.
—¡Ey!
Sonríe mientras se aleja un poco de mí.
—Cuidado, no me vayas a morder, déjale eso a los lobos.
—¿Por qué lo haría? ¿Qué clase de persona crees que soy?
—Una demente —responde con burla.
Ruedo los ojos y camino hasta llegar al árbol. Me siento en sus raíces mientras me dejo llevar por la paz que siento.
—¿Cómo puedes estar tan calmada cuando el árbol que tienes cerca contiene una oscuridad que te puede hacer pedazos en cualquier momento?
Habla mientras se acerca a mí.
Veo todo el reino en paz y suspiro.
—No lo sé. De alguna manera, la maldad acecha, destino. Tú lo sabes, no es el árbol, somos nosotros. Nosotros tenemos el poder de decidir si nos vamos a dejar dominar por ella o si lucharemos por lo correcto —hablo y siento una corriente de energía en las raíces—. Él es solo un elemento para contener la oscuridad.
—Sabias palabras para una persona que está con él las 24 horas.
Responde el destino mientras mira el árbol detenidamente.
—Te tengo envidia, árbol. Estás con una persona muy hermosa y que te canta en las noches en vela cuando no puede dormir.
Lo miro sorprendida y él sonríe.
—¿Me espías, destino?
—¿Quién, yo? —responde haciéndose el indignado—. Jamás haría tal cosa.
Responde y me guiña un ojo para sentarse a mi lado.
—Por favor, no te vayas nunca… —me responde mientras me abraza como si temiera soltarme.
—Tu guardiana nunca se irá de tu lado… Lo prometo.
Hablo mirándolo a los ojos mientras veo cómo una lágrima traicionera baja por su rostro.