5 DE AGOSTO
7 DE AGOSTO
El fiscal Diego Saldívar, revisó su documento por última vez, borró algunas comas y reemplazó ciertas palabras, no quería caer en la redundancia gramatical. Finalmente determinó que su narrativa y sintaxis eran las adecuadas; un documento simple, pero conciso, entendible y respetando la pluma fluida que le otorgó sus años de lectura. El fiscal estaba listo para presentar su informe a la diligencia oficial, por lo que, compulsó los archivos y procedió a insertarlas en sus respectivas actas para llevárselas presencialmente al capitán de la policía. La mañana grisácea y el frío típico de la ciudad, compaginaban una sinfonía con el atentado. Las calles se alteraban siempre por el traslado del comercio y la megafonía popular, así se vivía en la capital San Martín. La muerte del ministro y postulante republicano, David Sanabria Luján, hostigaba a una presunción atroz, un olor a los nefastos años donde la democracia fue abatida por el ataque comunista, rememorando la década de los múltiples atentados subversivos; autos explotados, niños, hombres, madres y mujeres muriendo de forma salvaje, mientras las autoridades vivían aterrorizadas por los placajes criminales. El fiscal conducía su auto y recordó los cuerpos calcinados; por instantes trasladó esas memorias en pasajes de su vida, anécdotas que deseaba olvidar, historias que simbolizaban parte de su leyenda personal. Ya ubicado en la comisaria, el fiscal caminó seguro y solicitó la firma del capitán de la comandancia, para llevar el caso en litigio a la jurisprudencia nacional de la fiscalía. En la recepción, lo atendió un oficial de grotesco bigote.
— Buenos días, soy el fiscal distrital adjunto, Diego Saldívar y busco al capitán Antúnez.
— El capitán lo está esperando en su despacho, acompáñeme por favor.
El oficial, accedió a la solicitud y señaló el camino hacia el despacho del capitán. El fiscal se detuvo frente a la puerta, observó la perilla que rasgaba la vejez, embocó un breve suspiro e ingresó al despacho de color verde opaco y extendió su saludo al capitán Hermenegildo Antúnez.
— Capitán Antúnez, llevo adjunto mi acta para realizar el procedimiento efectivo que acata las reglas principales que ordena la jurisprudencia nacional de justicia.
— Iba a enviarte un oficial para recoger el informe. Es grato verte, fiscal Saldívar— El capitán encendió un cigarrillo.
— ¿Cree que exista algún tipo de reivindicación política en este atentado? Estos crímenes no se rememoran desde esa nefasta época antidemócrata, donde el comunismo intentó adoptar su postura en el poder.
— Los matices indican un atentado político; Sanabria Luján era el candidato del partido republicano y el posible electo presidente según las últimas encuestas nacionales, además su opositor es un comunista y esos tipos de izquierda son capaces de todo con tal de apropiarse del poder; sin embargo, no encuentro un solo escape arbitrario en este caso para interceptar a Jerónimo Chávez, el actual opositor. Ahora está en el sur, declarando su discurso proselitista y sería descabellado señalarlo como autor.
— En la operación de lotización petrolera, Chávez fue vinculado junto al ministro de transporte Elías Becerra Gaona, siendo parte de la mafia opresora, no obstante, fue su antecesor en el cargo, el capitán y ahora comandante Jorge Centeno Condori, él que se opuso a la prisión preventiva de Chávez y dimitió los registros. Esos 18 meses de prisión preventiva, quizá nos hubiese otorgado una ventaja significativa para investigar sus lazos delictivos, porque es evidente sus conexiones con las corporaciones internacionales.
— Cada decisión se ejecuta por alguna razón fundamental — inhaló y exhalo de su cigarro—Saldívar, aún eres joven y tienes que entender algo; la ley abarca lo que los ojos pueden observar, este lugar es un campo minado y siempre caminamos con mucho sigilo.
— La justicia no tiene cargos, solo actúa en base a principios y mi objetivo es aplicar la ley sin restricciones.
— En estos momentos, necesito que actúes con templanza y estudies el caso de los fenecidos, utiliza a tu equipo especializado y a las patrullas que necesites, tenemos que atrapar a ese criminal antes de los comicios y hacer que se pudra en la prisión.
— Gracias capitán, es lo que haré.
— Y Saldívar — se detuvo un momento, procedió a levantarse y ver por la ventana— no confíes en nadie, porque ahora todo es incierto.
Con el sello aprobado, el fiscal se fue apartando levemente a los exteriores de la comandancia. Tras ello, procedió con su viaje a la morgue central para examinar los cuerpos calcinados. Ya había visto los cadáveres en la mansión, pero no poseía los resultados oficiales sobre la necropsia. El fiscal gozaba de una estrecha relación amical con el fallecido ministro. Durante su periodo de estudiante en la Universidad Nacional de la República, el fenecido Sanabria Luján fue su docente del curso teoría constitucional y política. En esta etapa, el alumno Saldívar y el ministro compactaron ideales y disfrutaron de pláticas diarias, además de, compartir ágapes frecuentemente en la mansión del ministro. Para Saldívar no era un caso ordinario, se trataba de la muerte de un amigo excepcional. El fiscal estacionó su auto en la parte lateral del hospital nacional e intentó dialogar con una enfermera, quien instantáneamente huyó, ya que, escuchó el clamor de un paciente moribundo. El fiscal caminó por el blanco porcelanato del hospital, constatando el estado más extremo de las personas, batallando entre la vida y la muerte. Gemidos grotescos y proliferaciones desdeñables, el ambiente respiraba aquel aire de incertidumbre. Diego Saldívar palpó la puerta de la morgue, la ventisca frívola y el fuerte aroma a formol, invadían la habitación. El forense Máximo Huertas embocaba una barra de chocolate, se notaba las sobras de pecanas en sus dientes. Presuroso al observar al fiscal, cogió una servilleta y se limpió los labios, para admitir el acceso al magistrado.
— Buenas tardes fiscal Saldívar; hace un momento estuvo aquí, el hijo del fallecido ministro.
— Conversé con el muchacho, estaba devastado por esta tragedia familiar.
— Tiene que ver esto fiscal y percatarse de los detalles que dejaron estos cuerpos luego del análisis.
El forense destapó las sábanas y mostró los tres cuerpos. El ministro y su esposa yacían irreconocibles, totalmente calcinados. Adversamente, el menor no contaba con lesiones inflamables
— Ve esto fiscal— el forense señaló la zona del pectoral superior derecho cerca al hombro y la clavícula— esta protuberancia es un hueco de bala, según mi estudio podría tratarse de una de nueve milímetros, el asesino por alguna extraña razón disparó al occiso y le extirpó el calibre de su cuerpo dejando estos relieves. La mujer — señaló esta vez el cuello— fue estrangulada con una cadena y luego le abrieron el cuello con un cuchillo.
— ¿Por qué el asesino, haría tal cosa? sí finalmente iba a calcinar los cuerpos.
— La respuesta, es incierta. Observe a este niño fiscal, el asesino casi no lo tocó. Su muerte fue por una inyección letal, lo críptico es el mensaje escrito en el centro de su pecho.
El fiscal asomó su cabeza hacia el centro del pectoral y observó lo que decía el anuncio del criminal “El fuego del 95 aún vive entre nosotros”
— ¡Qué demonios es esto! — el fiscal exclamó desencajado.
— ¿Acaso cree que se trata de un atentado terrorista? — Huertas sonrió con nerviosismo- Eso no puede ser posible en estos tiempos, los subversivos están muertos y ni siquiera en Quitamarca hay rebeliones. La guerra ya no existe fiscal— replicó exaltado.
— La guerra nunca acaba doctor, simplemente descansa hasta que un nuevo rebelde aparezca e intente reivindicar su codicia; quiero que esto quedo excepto de la prensa, no podemos esparcir datos reveladores hasta tener una conexión certera.
— Está bien fiscal, procederé de acuerdo a la normativa y la decisión de Rodrigo Sanabria.
— Cuento contigo, Máximo.
El fiscal se retiró de la morgue con el juicio cortado y ese extraño presentimiento de que el estado trataría con una amenaza mayor. Al llegar a casa, destapó una botella de whisky y bebió de ella. El fiscal utilizó la bebida como el único refugio, puesto que, no tenía a nadie más que solo a él y su creencia en la justicia. Se arrastró por su sala, ya impactado por el licor e ingresó al cuarto donde solían dormir sus padres. En 1995 sus padres fallecieron en un atentado terrorista. El padre del fiscal, el abogado Marco Felipe Saldívar Guevara y su esposa Tulia Valladares Ganoza, se dirigían a retirar un fajo de dinero para realizar un pago a la inmobiliaria, continuamente un microbús verde se estacionó en la parte lateral del banco y cerca de tres minutos subsiguientes aquel vehículo colisionó ferozmente expandiendo su onda explosiva y derribando la entidad financiera generando así la muerte del noventa por ciento de operarios y clientes de aquella mañana. El estudio policial determinó que el vehículo de transporte público trasladaba en su interior ocho barriles de petróleo y un detonador, que fue activado al momento de tocar el claxon. El fiscal creció siendo un huérfano y la mujer que cuido de él, fue su abuela. Luego de 5 años, la mujer fallecería a la edad de 88 años, culminando el último lazo familiar del fiscal. Es por ello que optó por regresar a la casa de sus padres y cada vez que se sentía solo se sentaba en la cama de ellos para recordarlos. “Viejito te extraño, desearía conversar contigo y contarte cómo es la vida en estos tiempos, lo atrapante e hilarante que puede ser nuestra sociedad, evolucionamos en tantas cosas, pero seguimos siendo unas bestias salvajes hiriendo al resto sin contemplación, vivimos en una selva, donde el depredador máximo es la injusticia”. El fiscal se desplomó en el suelo.
Al despertar, se duchó y se vistió con un traje oscuro ceñido para asistir al funeral de su viejo amigo. Bebió un poco de café caliente y se asomó a la ventana para ver el amanecer, un día soleado, despejado y agradable, ambiente que no validaba la sangrienta realidad de esa mañana. El fiscal llegó al cementerio y se encontró con la delegación principal del estado, siendo estos los miembros más resaltantes: El presidente de la república, Fernando García Rodríguez, el capitán de la comisaría de San Martín, Hermenegildo Antúnez y el juez principal de la república, Francisco Asprilla Izarralaga. Además, acompañaban el velatorio los miembros de la escuadra oficial, los 11 ministros restantes, múltiples catedráticos y alumnos que compartieron experiencias con el ministro Sanabria, todos mostrando sus honores. El fiscal saludó a Rodrigo Sanabria quien se encontraba junto a su tía y su novia. El fiscal recordó el día trágico que vivió cuando tuvo que enterrar a sus progenitores, entendía la situación y sabía que lo que más deseaba ese joven, era que el tiempo pasara ferozmente para que los recuerdos renegridos se extingan. Posterior a la ceremonia fúnebre, cuando todos se retiraban, el fiscal saludó cordialmente al capitán Antúnez y este le presentó al actual mandatario de estado.
— Señor, le presento al fiscal que llevará el caso del ministro Sanabria, su nombre es Diego Saldívar y trabajará en conjunto con nuestra delegación de San Martín.
— Buenos días, señor presidente— el fiscal hizo el gesto de cordialidad al estrecharle la mano— cumpliré con mi deber judicial y atraparé a ese criminal.
— Quiero ver a ese canalla, arrastrándose sobre el patio de la República, suplicando por su vida; lo que le hizo a mi amigo no puede ser perdonado. Confiaré en ti fiscal, porque alguien me dijo, que tú eras el indicado para este caso— el presidente correspondió al saludo.
— ¿Alguien? — el fiscal observó absorto al presidente — ¿Quién es esa persona?
— Los votos de confianza siempre son secretos, fiscal. Espero, noticias efectivas en los próximos días.
El presidente se despidió junto a su delegación, dejando confuso al fiscal Saldívar. En la tarde de aquel miércoles, el fiscal intentó trabajar en su hogar, aún no estaba en condiciones, todavía asumía estragos de su jornada nocturna y no podía sacarse de la cabeza esas palabras del presidente. A quién se refería con ese “Alguien”. Debido a su angustia laboral, salió a comer, ya que no había ingerido alimento sólido desde la tarde anterior. Se acercó a un restaurante popular en una esquina, cerca de un bello parque de excesiva vegetación y que tenía como atracción una pileta con una imagen clériga. El fiscal solicitó a la mujer de corta estatura un plato de arroz con carne y papas fritas. Durante el aguardo, el fiscal revisó el periódico del día. La noticia principal destacaba la muerte del ministro y las posibles teorías; desde algunas muy acertadas como un posible atentado político, hasta ridículas ofensas que sustentaban un posible ajuste amoroso, después de todo el periódico que poseía ese establecimiento era un amarillista. El mesero llevó su platillo y el fiscal procedió a ingerir. El fiscal requirió la cuenta, empero, antes de pagar se asomó un niño de aproximadamente seis años, un pequeño ambulante con la cara sucia al igual que su vestimenta. Este le ofreció caramelos al fiscal, quien ameno le regaló una sonrisa y le entregó una moneda. El niño gustoso recibió el gesto cortésmente y expresó acercándose al fiscal “Dónde vayas, te estaré observando” para posteriormente salir corriendo por la acera. El fiscal se levantó y fue tras el pequeño desesperadamente. En su trayecto, tropezó con el mesero, cayendo sobre los platillos y perdiendo de vista al instigador. El fiscal regresó a casa, está vez con la certeza de que este asesinato era un tipo especial. Ahora, su duda era la siguiente, por qué atacó al ministro y por qué esto conectaba con la masacre del 95. Entre ideas y documentos, el fiscal volvió a ingerir una botella de escocés quedando inconsciente en su escritorio.
Fue a partir de las dos de la mañana que su teléfono sonaba asiduamente. El fiscal taciturno atendió las masivas solicitudes. Su asistente, la fiscal Lucía Cárdenas Zavaleta le explicó el motivo de urgencia. En los alrededores del bar Luna Roja, suscitó un atentado; un disparo certero liquidó al instante al juez principal del poder de justicia, Francisco Asprilla Izarralaga. El fiscal Diego Saldívar, sintió un frio grotesco de temor insaciable. El miedo repentino lo hizo sudar, las gotas caían por su frente, poco a poco se iba desvaneciendo el efecto del escocés. El fiscal salió de su habitación presuroso, subió a su auto y partió hacia la ubicación del crimen. Cuando aparcó en el lugar, pudo ver al occiso cubierto por la tela forense, rodeado de oficiales y medios de prensa. El fiscal solicitó el acceso y se acercó al cuerpo, destapó aquella tela y constató el rostro del juez Asprilla y la nota emplazada en el bolsillo superior del saco. El fiscal retiró el papel que contenía un mensaje del asesino “Uno por uno, los pilares del estado caerán, así como el vástago que aniquiló mi esperanza de vivir”. Saldívar se comunicó con el capitán Hermenegildo Antúnez, para explicarle lo sucedido. La respuesta del receptor fue breve “Ven temprano a mi despacho y conversemos”. El fiscal regresó a casa, manejando sobre la lluvia nocturna.
Editado: 28.03.2025