14 DE AGOSTO
18 DE AGOSTO
El fiscal resumió sus datos, elaboró un escalafón detallado acotando las filiaciones obtenidas. La identificada se llamaba Yanela Padilla Catacora, de 25 años, ciudadana nacida en Huarma, al sur del País, cuyos padres fueron dos trabajadores de hacienda, siendo identificados como Wilfredo Padilla Chávez y Analí Catacora Tupiño, ambos fallecidos en el año 2003. Sus cuerpos fueron encontrados en la rivera marina que rodea el océano cercano a la costa capitalina. La autopsia verificó que la causa de muerte fue ahogamiento. Yanela Padilla Catacora, solicitó la cremación inmediata y la negación a participar en un contrato de obituario. Desde aquel entonces, se pudieron registrar cinco cambios de viviendas, todas en zonas alejadas, siendo la última ubicación vigente la siguiente: Avenida Los Geranios 123, Pabellón A, departamento 204. El fiscal validó el inciso de culpabilidad, al ser confirmada la identificación de la dama, como la repartidora del paquete. Es por ello que, el fiscal elaboró una tipificación detallada, con la finalidad de indicar los actos y medidas, para capturarla, y es así que, se dirigió a la residencia junto a los oficiales. La patrulla llegó al departamento, el establecimiento constaba de tres pabellones en forma de pórtico, cada uno de 8 pisos y en el centro se encontraba el área de recreación, con juegos y césped artificial. El fiscal inspeccionó el acceso y ubicó el pabellón A, subió las gradas, junto a dos oficiales y tocó la puerta. No recibió respuesta inmediata; tocó nuevamente y escuchó un bullicio, por lo que ingresó utilizando la fuerza y encontró a una anciana bebiendo una taza de avena. Ante la sorpresa del magistrado, una figura saltó por la ventana y empezó con el escape. La caída fue loable, después de todo, se trataba de 2 pisos. La mujer escapaba raudamente. El fiscal adjunto intentó ser indulgente, aun así, superando sus temores a la altura promedio, saltó sin meditar las repercusiones. El fiscal cayó bruscamente, se levantó y comenzó el seguimiento. La avenida extensa, incluía muchas casas abigarradas, aun así, apaleaba diversos pasajes consecutivos. Los policías indagaron las zonas cercando un perímetro. Entre el sector 123 y 126 se ubicaron 2 oficiales y los otros estatales viajaban en la patrulla. La mujer divisó la presencia oficial y corrió por el interior del mercado. El fiscal ingresó y pudo ver cómo su víctima zigzagueaba por la senda, una zona angosta, por lo que, rozaban constantemente con los mercaderes. El fiscal seguía corriendo, el sudor se acumulaba cada vez más en su frente y caía por sus mejillas. Ambos salieron del lugar y la patrulla apareció, parecía el final de la cacería. En un segundo de indolencia, la mujer se deslizó entre un comerciante de ropa y otro de bebidas, atravesando el alambrado del pasaje. El fiscal saltó por la cerca, traspasó la valla, llegando a la zona de ebanistas. Ambos saltaron y rompieron algunas tablas y tabiques. El fiscal lucía mallugado, no podía detenerse. Avisó de su ubicación a los oficiales por el receptor de comunicación y llegaron a la avenida las Palmeras. La mujer trepó por una morada que contaba con escaleras laterales. El fiscal seguía detrás, cada vez más cerca. Ambos llegaron a la azotea del lugar. La mujer saltó a la siguiente vivienda, el fiscal hizo lo mismo. Prosiguieron con la misma secuencia, un par de veces más, hasta que el fiscal interceptó el impulso y ambos cayeron sobre un techo de Eternit que cubría una estructura pétrea. Los dos estaban exhaustos y desechos. La mujer se impulsó con ferocidad, buscando la salida, cojeaba, porque se había lastimado la pierna producto del grotesco impacto. El fiscal, con su atuendo rasgado y con indicios de sangre por su cuerpo, se arrastraba tras ella. La mujer logró salir y observó con decepción a los oficiales armados en posición. Yanela Padilla Catacora, agachó la cabeza y alzó sus manos, para ser finalmente capturada por la orden oficial.
La patrulla la condujo a la estación de San Martin. El fiscal la observaba con ahínco, no quería despegarse ni un centímetro de su objetivo. La comitiva dirigida por el fiscal, reposó en la estación. Lo primero que hicieron los oficiales, fue otorgarle a la capturada, los auxilios ante las lesiones expuestas, por más que, la respuesta fuese negativa. El fiscal se reclinó en la silla, bebió un poco de agua y solicitó comenzar con el interrogatorio.
— El día 5 de agosto a las 8:20 de la mañana, entregaste un paquete a la joven Delia Ísmodes en el departamento 406, ubicado en el sector A de la urbanización Carrión Linares.
— Sí— su tono apagado no contenía expresión.
— ¿Eras consciente del contenido del paquete?
— No.
— ¿Quién fue el emisor del envío? Necesito saberlo.
— Solo soy alguien que reparte paquetes por dinero.
— Tu respuesta es discutible en contraparte a tus actos, eres parte de una secta delincuencial y a pesar de tu negativa, tú confesarás.
— No entiendo a qué se refiere, señor fiscal.
— Mira estas fotos — el fiscal le mostró los cuadros obtenidos en Tocha— compraste el combustible en la estación de Tocha, el mismo que fue utilizado en el asesinato de la familia Sanabria. Tú sabes quién lo hizo y cooperaras, porque si no te pudrirás en la prisión.
— Trata de culparme, porque no puede atrapar al que hizo esto y sabe algo fiscal— levantó la cabeza para observar directamente a los ojos de su hostigador— nunca lo hará, porque mientras usted da un paso el ya dio diez más, el reloj sigue contando y usted no se percata de lo que él hace.
— ¿Quién es el asesino?, y por qué busca atacar a los líderes de la república ¿Qué tiene que ver esto con la operación del 95?
— Usted y yo somos iguales, fiscal. Trabajamos y seguimos órdenes para alguien más. Somos lacayos de lo que nos toca, la diferencia está en que, usted es condecorado por sus hallazgos y a mí me juzgan por ser eficiente. Cree en su postura de justicia, por qué no se pregunta ¿Qué es lo justo para quienes perdieron todo y no obtuvieron respuestas?
— No te compares conmigo. Yo trabajo para el orden, para ayudar a la sociedad que vive atemorizada por actos delictivos, no soy un maldito criminal. No justifico mis acciones, buscando revalidar el pasado.
— ¿Quiere un culpable señor fiscal? — la mujer sonrió con sarcasmo— qué pensaría tu viejito al saber que su hijo no es capaz de actuar con certeza.
— Qué mierda dices ¿Cómo sabes de mi padre? — el fiscal frunció el ceño.
— Todo se sabe fiscal, porque tenemos ojos en lugares inesperados. No diré nada más hasta obtener un abogado, siga haciendo sus labores y déjeme en paz.
El teléfono en custodia empezó a sonar. El fiscal, vislumbró el nombre de Sandro en la pantalla, por lo que ordenó a la mujer que atendiera el llamado.
— Yanela ¿Dónde estás? te estoy esperando en la pileta ¿Por qué no vienes?
El fiscal le indicó a la joven proseguir con la conversación. Ella se expuso tenaz y dio un grito de auxilio, la llamada se cortó. A pesar de ello, el fiscal obtuvo el número y empezó con el escaneo de ubicación. Los nombres Yanela y Sandro, ¿El asesino?, exhortó esa idea en su interior. El equipo tecnológico, ubicó el punto a través del registro de operadora. El hombre identificado como Sandro, se hallaba en la pileta Unión cerca al supermercado y la Universidad Nacional de la República. El fiscal entró a su auto y fue tras el lugar de acceso. En el marcador, el punto vibraba, cada vez más cerca de la ubicación exacta. El fiscal dobló la avenida junto al parque frente al colegio privado Intelectuales, en defecto, se olvidó del sentido único de la vía, por lo que fue en contra del tráfico, consiguiendo evadir a los autos, más, no pudo con un puesto de frutas popular. El fiscal retrocedió y siguió su trayecto. La avenida que conectaba la Universidad era una recta inmensa y en su final estaba la pileta Unión frente al centro comercial. El fiscal llegó presuroso, esta vez llevaba un arma de corto alcance, instigó el lugar y vio el punto correcto, sin embargo, no había nadie, revisó con cautela y cuando se asomó lo más cercano posible el punto parpadeante, este desapareció. Diego Saldívar expresó un grito de frustración y sacudió su cabello oscuro con rabia, estuvo tan cerca de atrapar al sujeto y se le escapó. A pesar del fracaso, el fiscal, capturó a su cómplice y solo era cuestión de tiempo para dar con el paradero del asesino.
La anomalía prevista estableció un análisis profundo que el fiscal buscaba estudiar en casa con tranquilidad. En su mente se impregnó el inciso de duda, cómo los asesinos estaban al tanto sobre sus diálogos con su padre. El fiscal nació en un yugo familiar adecuado con unos padres amorosos. Cuando tenía 2 años su madre falleció de forma imprevista, producto de una diadema cerebral. Todo el tiempo creció junto a su padre. El señor, Marco Felipe Saldívar Guevara, un abogado judicial en el estado de San Martín, por esos imprevistos del destino se enamoró nuevamente de una mujer que conoció en las diligencias y renació su vida amorosa. El joven, Diego Saldívar, de 12 años, vio con alegría que su ejemplo de vida volviese a creer en la esperanza marital. En los dos años posteriores, la pareja se casó. Él fue su guía y motivación, lastimosamente aquella mañana del 95, un atentado terrorista finiquitó esa esperanza y el fiscal vivió sumiso en la tristeza. Sediento de justicia, Diego Saldívar, decidió dedicar su vida a combatir las fechorías, llevando con honor el emblema de fiscal de la nación. En esos años, nunca pensó en amar, hasta que apareció Diana y su historia cambió. Descubrió que podía festejar con anhelo el sentimiento del amor y también que aquello era capaz de otorgarle los mejores momentos y generarle una decepción de desierto perpetuo. Luego de la partida de Diana, el fiscal se graduó y nunca más pensó en enamorarse. Fue complejo, vivió aislado de contacto femenino y solo se enfocó en su crecimiento profesional. Por lo tanto, no solía frecuentar con mujeres. Cuando ingresó a la fiscalía nacional, le delegaron como compañera a Lucía Cárdenas Zavaleta, una dama de piel canela y cabello oscuro, de coquetos ojos café y un lunar cerca al labio. Al principio no existía comunicación, supeditado por los traumas del fiscal. Casi inminentemente, todo ello cambió, cuando en el primer caso, capturaron a un abusador de mujeres, siendo Lucía quien atrapó al sujeto luego de encestar un golpe certero, despejando así el camino para que el fiscal sujetase del cuello al opresor y de esta manera, Lucía le pudo colocar los grilletes. Ese día volvieron a la oficina y decidieron comer un rico platillo tradicional de la zona, carne asada con vino tinto. El fiscal adjunto, pensó que este día de progreso ameritaba lo mismo, es por ello que llamó a su colega y le propuso almorzar. El fiscal recogió a Lucía desde la estación de San Martín, donde se encontraba ultimando los detalles restantes de la acusada encarcelada. El fiscal dialogó con su asistente en el transcurso de su viaje hasta el restaurante de asados uruguayos. Cuando el fiscal ingresó y se ubicó junto a su compañera en la mesa de reserva, se percató que Diana se encontraba junto a la comitiva de jueces en la mesa posterior, desarrollando un breve esparcimiento, generando así, un encuentro imprevisto. Los magistrados se acercaron a saludar a sus demás colegas, siendo una comitiva de 6 personas, entre ellos: tres fiscales, dos jueces y un senador. Luego de saludar, Saldívar se situó nuevamente con Lucía y procedieron a consumir el aperitivo. El dialogo afectivo, y las risas abrumadoras, entumecían el ambiente. Ambos estaban compactados por sus avances laborales y su grata amistad. Llevaban tiempo sin salir solos y platicar sobre sus actividades distractivas. El fiscal amaba leer y disfrutar de largometrajes, adversamente, Lucía disfrutaba de comprar cosméticos, bailar y realizar actividades físicas. Durante el dialogo, el fiscal sentía una mirada acechante. Diana lo observaba constantemente. Diego decidió verla y ella volteó el rostro. Concluido el almuerzo, el fiscal se apartó al exterior del recinto, junto a su automóvil y Lucía se dirigió a los servicios higiénicos. En ese transcurso, el fiscal adjunto del distrito de San Marcos, José Ángel Cruz Maguiña, increpó a Diego Saldívar.
— ¿Cómo te ha ido Diego? no te veo desde la celebración por el trigésimo aniversario de la fiscalía nacional de San Martín.
— Todo muy tranquilo José ¿Tú cómo estás?
— Hasta unos días en paz, hasta que llegó la fiscal Lucano y se acabaron los días sosegados.
— Es alguien muy apasionada por su labor, deberías adaptarte a sus métodos.
— Me alegra encontrarte. Debo confesarte que iba a buscarte mañana a tu oficina. Hay algo que no entiendo del caso de la mujer del bar.
— ¿Qué te hace dudar?
— El asesino en serie siempre deja como señal, una nota o un artilugio, como el anillo de la república y los escritos. En la dama que hallamos cuya presunción es un suicidio, no encontramos nada similar. La fiscal cerró el caso por ahora como parte de los asesinatos masivos……. Diego, siento que esto no encaja, porque si se tratase de que la víctima sabía algo, el asesino la hubiese matado sin piedad y nos mostraría su razón, es su método. Por lo que, tengo una injerencia. Y sí esto ¿Tiene otra secuela?
— ¿Podría tratarse de otro criminal?, alguien externo al caso. De ser así, ¿Por qué asesinaría a la mujer del bar, si no es por aquella noche con Asprilla?
— Observa el expediente y saca tus conclusiones. Hazme un favor…no le comentes a nadie que te otorgué el informe, sobre todo a Lucano, ella es muy persuasiva con los secretos del estado. Es necesario que tú, el encargado de la diligencia indague en lo profundo de esto.
— Te llamaré luego de estudiar la escena y te prometo, no comentarle nada a Diana.
— Gracias compañero, nos vemos.
El fiscal guardó el expediente y observó como Diana salía del restaurante a expenso pasos de Lucía. Diego, realizó un gesto cortés, para despedirse, acto que fue correspondido. Diego Saldívar dejó a Lucia en su departamento, estuvo feliz de haber pasado la tarde a su lado y distraerse del caso. Luego regresó a casa y consultó el expediente. ¿Por qué Cruz Maguiña insinuaría esto?, señalando el acto, como una consulta de asesinato externo. El expediente exponía las fotografías, se encontraron rasgos, toscos de daño en las perillas. Las huellas dactilares no demostraron ADN alterno a la occisa identificada como Katherine Pedraza Merma (21) y su madre la señora Samara Solís Merma (45). La secuencia oficial encontró asfixia y daños lascivos en el parietal como las causas de muerte, debido a sus labores nocturnas y de haber acompañado a el fiscal Asprilla, se dictaminó que su muerte fue parte del ataque organizado que asesinó a dos miembros del estado. Después de todo, la pericia oficial, tenía sentido, en cambio, como dijo José, este caso no poseía el sello del asesino. El fiscal recordó el rostro de Diana ¿Debía llamarla y preguntarle? saber su opinión sería importante, aunque sería un acto que dañaría su juramento diplomático con José. Finalmente pudo verla otra vez y estar cerca de ella. Las horas avanzaban y el fiscal adjunto, decidió descansar.
El fiscal se levantó temprano y se duchó. Se preparó una taza de té. Estudió las pruebas, pensó en Sandro, como el nombre del asesino; anhelaba saber su aspecto y cuál sería su siguiente paso. Sus opciones, las siguientes; el presidente de la República y el coronel general del ejército, en contraste, era casi imposible acceder a ellos por el resguardo, por lo que conseguir la acometida sería una trampa mortal para el asesino. Súbitamente, el teléfono empezó a sonar, Diego resopló y atendió. Enrique Corzo Ortega, había obtenido los registros. El fiscal le propuso encontrarse en la pastelería Sevilla a las 10:30 am. Diego Saldívar, observó en el puesto del canillita como la prensa señalaba el hallazgo policial, con estos títulos “GOLPE AL TERRORISMO”,” EL FISCAL CONSIGUE ATRAPAR A SUBVERSIVO” “HORAS CONTADAS PARA LOS OPOSITORES”. El encuentro se desarrollaría, ya con ambos en la pastelería.
— ¿Qué averiguaste?¬—cuestionó de inmediato.
— El 5 de agosto de 1985 en la Clínica Nacional Universitaria, nació el primer hijo de David Sanabria, siendo identificado como Orlando Sanabria Rivera.
— La sospecha inmediata es cierta, ¿Qué paso con el niño?
— Aquella noche, el parto fue complicado— el editor cató un poco del café—Emma pasaba por un cuadro de alcoholismo. David me contó muchas veces sobre sus percances y actitudes incorrectas. Al vulnerar su cuerpo con el alcohol, su proceso de parto fue complejo. Observe— Enrique planteó sobre la mesa. documentos médicos oficiales.
— El estudio clínico indica, gestación forzosa, y psicosis postparto.
— Así es, después de dar a luz y estar al borde de la muerte, Emma no quería cargar a su propio hijo, supongo fue desgarrador para David.
— Quizá lo suficiente para tomar una decisión drástica y errónea.
— El 20 de agosto luego de 15 días junto a su hijo, David Sanabria, se vio envuelto en la encrucijada de; tener a su hijo o prevalecer con el amor de su vida. El ministro, en aquel entonces presidente de la CNU, viajaría por la avenida industrial hasta el convento de la Santa Trinidad Benedictina, en el distrito de Prado, para dejar a su hijo en adopción. Siendo este el último contacto que tuvieron padre e hijo. No pude instigar más, porque la madre que en aquel entonces recibió al joven ya no se encuentra en el convento y las puritanas no me permitieron el acceso al registro.
— Yo encontraré la pieza faltante, para descubrir el paradero de ese niño.
— Cree que pueda ser el asesino, tendría ahora 25 años y de saber su pasado, la razón sería justificable para cometer el delito.
— Todos son posibles asesinos, hasta que la justicia compruebe lo contrario. Voy a esculcar hasta el último rincón, para capturarlo.
Editado: 28.03.2025