La Última Luna

Capítulo 1

El fiscal Hernán Centeno Blanco finalizó su informe. Volvió a leer el documento, era uno correcto, respetando todos los puntos reglamentarios de un acta jurídica. Sacó varias copias y las insertó en sus respectivos sobres. Posteriormente, se trasladó por la plaza de armas en ruta a la comisaría del distrito.

La megafonía popular difundía a los ilustres miembros locales que insuflaron con sus actos el valor de la ciudad. El nombre del doctor Walter Pinillos, insigne representante de la solemnidad popular, quien albergó con resiliencia su vocación de servicio permitiendo el seguro social libre para los ciudadanos, modelo que más tarde fue adoptado por las demás instituciones regionales a lo largo del país. Su busto en medio de la plaza representaba un mérito a su labor. Además, lo acompañaba la escultura del notable miembro de prensa Austero Orellana, propulsor de notas informativas que impulsaron a los sindicales trabajadores del Valle Chicama a obtener sus réditos y evitar la explotación, por lo cual fue censurado y encarcelado, privatizándole así sus labores comunicativas, pero años después logró conseguir su libertad forjando el Grupo Norte junto a otros notables intelectuales regionales. El fiscal admiraba a los personajes modelo como ejemplos a seguir, cuyos nombres deberían exclamarse diariamente en la capital democrática.

Se asomó al puesto del canillita y solicitó el periódico La Industria. Cruzó el pavimento e ingresó a una cadena de comida comercial, para leer y degustar de algún platillo. La imagen del cadáver le produjo inquietud. Había vuelto desde el sur y ahora afrontaba la muerte del ministro, era un síntoma de progreso, de que reconocían finalmente su arduo trabajo, sin embargo, no tenía experiencia en el sector. Escribió en su libreta reiteradas veces la opción de ir directamente al fuero militar y que ellos se encargasen, por razones de seguridad nacional. La fiscalía no se encargaba de asesinatos, por lo general el trabajo era leve: peleas callejeras, maltratos domésticos, hasta llegar al punto más álgido; una violación.

En la estación policial, un oficial leía el periódico El Popular. El fiscal apareció erguido y palpando el suelo con firmeza.

— ­­Buenas tardes, solicito la presencia del capitán Antúnez.

El oficial observó con desprecio al parlamentario.

— ¿Para qué lo busca?

— Temas diligentes, con carácter de urgencia.

El fiscal mostró su emblema de parlamentario, el oficial lo observó con desgano, abrió su cajón y sacó un bolígrafo con el que anotó los datos del fiscal. A continuación, llevó el papel hacia la oficina. Se escuchaba un bullicio y carcajadas, lo que generó cierto asombro en el fiscal. El oficial salió del despacho luego de unos minutos.

— Hoy es complicado fiscal…… el capitán se encuentra en una reunión importante y luego tiene más actas que revisar.

— El procedimiento exige tener su firma para llevar a cabo la resolución y compulsar ambos informes.

— Mejor venga mañana y conversa con el capitán.

— Pero el occiso no puede esperar.

— Fiscal, ya está muerto, puede esperar el tiempo que quiera. Yo le haré saber de su pretensión a mi capitán.

Su presencia se fue diluyendo de la comisaría. Poco a poco se alejó. El fiscal quería refutar, no obstante, era tarde para hacerlo. Antes de retirarse, se fijó que en el aparcamiento se encontraba un automóvil conocido de color pardo.

Ante la negativa del capitán, sus planes se tergiversaron. Observó su reloj, eran las doce y cuarenta y cinco de la tarde, aún tenía tiempo para visitar al forense y reconocer los registros de la autopsia. Atravesó la ciudad en su coche, pasó por la avenida militar y pudo constatar el gigantesco cuartel, el cual le hizo rememorar la vez que vivió una leva impositiva en un distrito de Cuzco, a pesar de que este recurso había quedado invalidado por el actual gobierno. Aparcó en la zona de emergencias e ingresó al hospital Mayor Víctor Nolasco. Se acercó a recepción y solicitó referencias sobre la morgue. La enfermera le indicó que se encontraba en el sótano del pabellón B. El fiscal caminó entre los lisiados, observando el estado natural y moribundo de las personas. Sintió algo de hastío al proceder por las baldosas. Finalmente llegó al piso inferior y ubicó el despacho correspondiente. Centeno se preguntó cómo reaccionaría al ver el cuerpo presencialmente. En su precoz trayecto como funcionario público jamás había visto un cuerpo calcinado. Respiró profundo, tratando de apaciguar su nerviosismo. Insólitamente, una mano le tocó el hombro.

— ¿Fiscal Centeno?

Cuestionó un hombre de contextura robusta, bigote oscuro y cabello engominado, que masticaba goma de mascar.

— Buenas tardes, soy Máximo Huertas, médico legista.

Ambos se saludaron con un apretón de manos. El médico abrió la puerta, el fuerte olor a formol azotó con firmeza el vacante pasillo. Era la primera vez del fiscal en una morgue.

— ¿Es nuevo por acá? No lo había visto antes.

— Soy de aquí, pero estuve en Cuzco. Me trasladaron hace cuatro añosy regresé hace dos semanas.

— Del norte al sur, debió ser un cambio abrupto ¿Su conducta le generó el traslado?

— Yo exigí mi traslado, no específicamente al sur, no obstante, acaté la referencia que me otorgaron los superiores. Quise un ambiente distinto y Cuzco fue el lugar correcto.




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