El fiscal abandonó el hospital, sintiendo que su estoicismo se destruía. Sudaba y tenía frío, su piel palideció repentinamente. Pensó en las siglas, ¿Acaso era terrorismo? No, no puede ser posible. Sacó un pañuelo de su traje y aplacó el sudor. Debía tranquilizarse ante la nefasta idea propuesta. Se ubicó en una banca y anuló así, la premisa intransigente.
Ya era tarde para seguir con sus labores. Después de ver el cuerpo, la imagen no se desprendía de su memoria instantánea. Recordó su estancia en Cuzco y que, en los días similares a estos, solía beber un trago para despejar su estado de estrés. Se levantó y caminó por la avenida a espaldas del hospital. Halló un grifo y frente a él, se ubicaba un bar llamado “Don Gato”. Hernán Centeno ingresó al establecimiento y observó que había varios bebedores, eran cuatro y estaban en mesas distintas. En la barra se ubicaba el joven que atendía y algunas mujeres que llevaban excesivo maquillaje. El sonido era relativo, entre música popular y el partido de fútbol trasmitido.
— ¿Qué le sirvo? — preguntó el joven.
— Una cerveza bien helada, por favor.
— ¿Algo de comer?
— No, solo la bebida.
El muchacho fue por la botella al vertedor. Un aroma a perfume afrodisiaco ambientó el recinto. Las vistas de los sujetos se desviaron al ver el ingreso de una mujer atractiva acompañada de su pequeña amiga. El joven destapó la cerveza y se la entregó al fiscal, junto a un vaso de vidrio. Centeno observó con dudas a las damas y recordó a las meretrices que conoció en Cuzco en una diligencia judicial. En aquella oportunidad querían cerrar el burdel por quejas de los vecinos y el fiscal fue el encargado de la licitación. Tuvo que visitar el establecimiento peregrino de miles de ciudadanos y verificar las condiciones, es allí donde conoció a las mujeres, con quienes tuvo un trato de respeto, tal y como fue educado. La ley otorgó el permiso, bajo normas específicas, generando el fiscal, un grato recuerdo entre la madame y sus damas de compañía. Todo lo que le rodeaba estaba vinculado a su pasado. La mujer de cabello laceo y recogido con una coleta, se acercó hacia el fiscal con un trago en la mano. Centeno bebió un sorbo de cerveza.
— ¿Eres nuevo por aquí?, nunca te he visto.
— Soy de acá, pero estuve de viaje por el sur.
— Entonces deberíamos celebrar tu regreso, quizá ir a comer y bailar en otro lado.
— Me encantaría, aunque hoy no es el momento.
— Siempre es un buen momento para relajarse.
— Detesto se descortés con una mujer tan atractiva, pero de verdad, no es el momento, solo quiero terminar esta cerveza y descansar.
— Toma— la mujer le entregó un papel— pareces buen tipo, llámame cuando gustes y divirtámonos juntos.
El fiscal llegó a su vivienda en un taxi. Había bebido una cantidad considerable de botellas. Se desplomó en su sofá y observó el papel el cual contenía un número y el nombre Antonella. El cabello claro y laceo extenso, era similar al de la mujer que se impregnaba en sus más profundos recuerdos. Hernán Centeno ingresó con cautela a la habitación, acarició el aparador polvoriento y trasteó los ternos que colgaban en el vestíbulo. Cogió uno y lo tendió sobre la cama. Se abalanzó al costado de ella, muy al borde.
— Hoy no pude visitarte viejito, tuve un muerto, un ministro. Me perturba, tengo temor y no sé cómo actuar, quizá el tipo sea un terrorista ¿Qué debo hacer, viejito?
Sacudió el polvo del traje dándole unas breves palmadas
— Vi al señor Paita. Quizá lo recuerdes, el maestro de secundaria con el que tomabas whisky cada jueves y conversaban amenamente. Ya tiene cierta edad y problemas en la cadera, le recomendé un fisioterapeuta, esperando ser un aporte.
Sintió un vaho, que se esparcía como una luz cálida. Acarició el saco y lo llevó al mostrador.
— Rezaré por el fallecido ministro y para que su familia obtenga la paz por el dolor que están sintiendo. Sé cómo se siente perder a un ser querido, deben pasar por lo mismo que pude asentar cuando te arrebataron de mi vida. Aún no es seguro la amenaza, no te preocupes, resolveré este caso y atraparé a ese delincuente.
Se dirigió hacia la puerta, sentía el aroma a guardado. Hace cuatro años que no estaba en su hogar.
— Voy a descansar viejito. Necesitaba estar un momento contigo, ojalá no te moleste.
Se persignó y cerró la puerta. Echó un vistazo antes de irse, le dolió recordar que el cuarto seguía vacío desde la partida de su padre. Llegó a su dormitorio y se desplomó agotado.
Una y cincuenta y cinco de la madrugada, el teléfono no dejaba de vibrar. El fiscal atendió sollozo, con los ojos inflamados.
— Hola.
— Doctor, buenas noches.
— ¿Con quién hablo?
— Soy Lucía, disculpe la hora, pero es una noticia urgente.
El fiscal procedió a sentarse.
— ¿Qué sucede Cárdenas?
— Debo informarle que asesinaron al juez Asprilla, fuera del local Luna Roja.
El fiscal se levantó, caminó hacia la ventana y observó la enorme luna llena cobrando el color rojizo, aquella de la sangre derramada.
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Editado: 30.11.2025