El sudor les recorría la frente como gotas pesadas. Cada paso que daban sobre la tierra húmeda parecía dejar una marca en el aire denso, que les impedía respirar con facilidad. El silencio era absoluto. Ningún insecto, ningún pájaro, ni el murmullo de un arroyo. Todo estaba tan quieto que la sensación de estar siendo observados era palpable, como si la isla misma los estuviera estudiando.
Claire caminaba al frente, su linterna iluminando el camino, pero cada sombra parecía moverse de manera sospechosa, como si la jungla estuviera viva. Miraba hacia atrás, buscando la mirada de los demás, pero ninguno se atrevía a hablar.
—No me gusta esto —susurró Rob, su voz apenas audible, pero su rostro reflejaba una tensión que no podía disimular.
Javier no respondió. Estaba demasiado enfocado en algo más, algo que sentía en el aire. De repente, levantó la mano, pidiendo silencio. Claire y Rob se detuvieron al instante, y el capitán, que caminaba al final, se acercó rápidamente.
Un crujido sordo resonó en la espesura. No era un animal, no era el viento. Era algo mucho más grande. Algo que se movía lentamente, calculando cada paso.
Javier susurró sin girarse:
—Nos están observando.
De pronto, el ruido se detuvo. El silencio volvió, más pesado que antes. Los árboles, que antes crujían con el viento, estaban ahora tan quietos que el aire parecía espeso, denso. El equipo permaneció en silencio, con los ojos bien abiertos, sin atreverse a moverse. Claire sintió cómo su corazón latía fuerte en su pecho.
—Vamos —dijo el capitán finalmente, su voz tensa—. No podemos quedarnos aquí.
Y sin más, avanzaron, siempre sintiendo esa presencia invisible que los acechaba. Cada paso era más pesado que el anterior, y el sudor empapaba sus ropas. La isla no dejaba de susurrar en sus oídos, pidiéndoles que se detuvieran, que dieran la vuelta.
Pero no podían. Algo los llamaba.
A medida que se adentraban más en la selva, las sombras parecían alargarse. Las formas de los árboles se retorcían en extrañas figuras, y las raíces que salían del suelo parecían extenderse como dedos, listos para atraparlos. Un eco extraño de una risa distante se filtró por el aire, como si alguien estuviera burlándose de ellos desde lejos.
—¿Escucharon eso? —preguntó Rob, visiblemente pálido.
—Sigue caminando —ordenó Javier, con un tono tan firme que no admitía discusión.
Pero el miedo ya había tomado forma. Y no sabían si era el miedo a lo desconocido, a lo que se escondía en la oscuridad, o si era el miedo a lo que la isla misma quería revelar.
El camino se hizo más difícil, la vegetación más densa. De repente, algo brilló entre los árboles. Un destello de luz roja. El grupo se detuvo nuevamente, sin palabras. Claire dio un paso adelante, pero Javier la detuvo con la mano.
—No es... —comenzó a decir, pero no terminó la frase.
Delante de ellos, iluminado por la tenue luz de sus linternas, había una estructura. En medio de la selva, en un claro que parecía haber sido apartado del tiempo, se alzaba una pirámide. La pirámide estaba cubierta por un manto de raíces, como si la isla misma intentara ocultarla. Pero no podía ocultar el brillo que emanaba, extraño y antinatural.
El capitán miró hacia los demás, su rostro lleno de incertidumbre.
—¿Qué es eso?
La pregunta flotó en el aire, y la respuesta parecía venir desde las entrañas mismas de la isla.
Editado: 24.01.2025