La Última Maldición de la Isla

La Sombra en la Jungla

El aire estaba denso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. La pirámide, aunque oculta en la espesura de la jungla, emanaba una energía extraña, una presencia que parecía llamar a los exploradores, como si la isla tuviera una voluntad propia. Ninguno de ellos se atrevió a acercarse más a la estructura, como si un instinto primario les dijera que aún no era el momento.

—¿Es... esto real? —preguntó Claire, su voz temblorosa, como si su mente no pudiera procesar lo que sus ojos veían.

Javier dio un paso adelante, sus ojos fijos en las raíces que cubrían la pirámide. Podía sentir que algo no estaba bien, que cada centímetro de la isla parecía estar conspirando contra ellos.

—Esto... no tiene sentido —murmuró Rob, su mirada fija en las sombras que se movían alrededor de la pirámide—. No hay registros de ninguna estructura como esta en la zona. ¿Cómo es posible?

El capitán, que hasta ese momento había mantenido un silencio incómodo, se acercó al grupo. Sus pasos eran cautelosos, como si el suelo debajo de él pudiera ceder en cualquier momento. Observó la pirámide, luego miró hacia la jungla que los rodeaba.

—No estamos solos —dijo, casi en un susurro, mirando más allá de los árboles, donde las sombras parecían moverse con un propósito.

Claire se giró hacia él, su respiración se aceleró al sentir la creciente presión del ambiente.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, su voz temblando de ansiedad.

El capitán no respondió de inmediato. En su lugar, levantó la mano y, con una mirada de alerta, hizo una señal para que se callaran. La jungla estaba en silencio absoluto, una quietud ominosa que se extendía sobre ellos.

Entonces lo escucharon.

Un crujido, distante pero claro, como si alguien o algo estuviera caminando entre los árboles, moviéndose en su dirección. El sonido no era natural. Era el crujir de ramas bajo un peso que no pertenecía al ecosistema habitual de la isla.

—¿Alguien más lo escuchó? —dijo Rob, su voz temblorosa.

Javier asintió, pero no dijo nada. Tenía la sensación de que la jungla, la misma isla, estaba esperando algo, o quizás... alguien.

—Esos no son animales —dijo el capitán, con una expresión sombría en el rostro—. Alguien está ahí.

Claire dio un paso hacia atrás, sus ojos recorrían frenéticamente los árboles, buscando cualquier movimiento. Un susurro, casi inaudible, atravesó el aire, como un canto lejano, etéreo, que no pertenecía a ningún ser humano.

De repente, una sombra se movió entre los árboles. Era una figura alta, delgada, que se deslizaba de manera antinatural. No podía distinguirse claramente, pero la forma humana era inconfundible. La figura los observaba desde lejos, pero el movimiento era tan rápido que apenas podían seguirla con la vista.

—¡Tenemos que irnos de aquí! —exclamó Claire, el miedo evidente en sus ojos.

Pero antes de que pudieran moverse, un grito desgarrador cortó el aire. No era humano. Era un sonido de dolor, de terror, que venía de algún lugar cerca de la pirámide. Todos se giraron hacia el origen del sonido, sus corazones latiendo al unísono, la adrenalina disparándose.

—¿Qué demonios... fue eso? —preguntó Javier, su voz llena de incredulidad.

El capitán no contestó. Su rostro se había endurecido, sus ojos se movían rápidamente, como si calculaba cada posible salida. Finalmente, señaló en dirección al grito.

—Avancemos, pero con cuidado. Si nos quedamos aquí, seremos los siguientes.



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En el texto hay: supervivencia, secretos, terror

Editado: 24.01.2025

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