El aire dentro de la pirámide se volvía cada vez más pesado, como si la misma estructura los estuviera envolviendo en un abrazo mortal. Cada paso que daban los acercaba más a un destino desconocido, y la sensación de estar siendo observados nunca desaparecía. Los ecos de la isla seguían resonando en sus oídos, pero ahora parecían distorsionados, como si el lugar mismo estuviera burlándose de ellos.
La escalera finalmente llegó a su fin, abriéndose hacia una sala vasta y oscura. En el centro de la cámara había una especie de altar, y sobre él, una extraña llama azulada brillaba débilmente. No era una llama común. No parecía seguir las leyes de la naturaleza; su luz era fría, irreal, y el fuego parecía no consumir nada, como si fuera una llama eterna que nunca se agotaba.
—¿Qué es esto? —preguntó Claire, dando un paso hacia adelante.
Javier y Rob se acercaron también, cautelosos. El capitán estudió la llama con atención. Era como si una fuerza invisible emanara de ella, pero a la vez parecía... inofensiva. Extrañamente serena.
—No lo sé, pero no parece natural —dijo Javier, frunciendo el ceño.
De repente, los símbolos en las paredes comenzaron a brillar con una intensidad desconocida. Una vibración extraña se apoderó del suelo, como si la pirámide misma estuviera resonando con una energía ancestral. Un ruido suave, casi inaudible, comenzó a llenar la sala, como si algo en las profundidades de la isla estuviera despertando.
—¿Sienten eso? —susurró Rob, mirando a su alrededor.
La temperatura comenzó a descender, y el aire se volvió más denso. Los susurros aumentaron de volumen, y la llama en el altar comenzó a moverse, a retorcerse en formas extrañas, como si estuviera viva. Cada vez que lo miraban, la llama parecía cambiar, pero de una forma sutil, casi imperceptible. Una visión fugaz de lo que parecía ser una figura humana brilló en el interior de la llama, y una voz grave resonó en sus mentes.
—¿Quiénes son ustedes? —La voz parecía provenir de las paredes, de la llama, de todo a su alrededor.
El grupo dio un paso atrás, sorprendidos. Nadie había hablado, pero la voz seguía allí, llenando la sala. Era una voz que no pertenecía a un ser humano, pero a la vez tenía una extraña familiaridad, como si estuviera conectada con algo mucho más antiguo.
Javier miró a los demás y asintió con la cabeza.
—Tenemos que averiguar qué es esto. Si no lo hacemos, no entenderemos lo que está pasando en esta isla.
Con un gesto, el capitán se acercó al altar, observando la llama con una mirada de concentración. Mientras lo hacía, los susurros se hicieron más intensos, como si la isla estuviera respondiendo a su presencia. Cada uno de los símbolos en las paredes ahora parecía moverse, como si estuvieran vivos, y las sombras de las figuras representadas en las paredes parecían cobrar vida.
En el fondo de la sala, una sombra se movió rápidamente. No era una sombra común, sino una presencia oscura y palpable que parecía provenir de las profundidades. Javier sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Claire, apretando el machete en sus manos.
La sombra se desvaneció rápidamente, pero la sensación de peligro persistió. Era como si algo estuviera a punto de ser revelado, algo que cambiaría para siempre su comprensión de la isla.
Javier se acercó más al altar, extendiendo una mano hacia la llama, pero antes de que pudiera tocarla, la sala tembló violentamente. Los símbolos en las paredes comenzaron a girar a una velocidad vertiginosa, y la llama, que hasta ese momento había sido serena, comenzó a girar rápidamente. Su luz se intensificó, y un sonido ensordecedor llenó el aire, como un rugido que provenía de lo más profundo de la tierra.
El grupo retrocedió rápidamente, sus linternas parpadeando mientras intentaban encontrar estabilidad. La pirámide parecía estar a punto de colapsar, y el eco de los susurros aumentó en volumen, envolviéndolos.
De repente, todo se detuvo. Un silencio absoluto llenó la sala, tan denso que era casi palpable. La llama en el altar se extinguió, y la oscuridad la reemplazó.
Javier miró a su alrededor, su respiración acelerada.
—Lo que sea que estaba aquí... no quiere que sigamos —dijo, su voz temblando levemente.
El capitán asintió y se dio vuelta hacia la entrada de la sala. No sabían lo que había despertado en esa isla, pero estaba claro que no debían continuar adentrándose más.
Sin embargo, el peso de la isla parecía empujarlos, como una fuerza invisible que los arrastraba hacia lo desconocido.
Editado: 24.01.2025