La salida de la pirámide estaba a la vista, pero algo en el ambiente les decía que no sería tan fácil. La isla, como si tuviera vida propia, parecía cambiar con cada paso que daban. El aire, que antes estaba húmedo y pesado, ahora se volvía denso y electrificado, como si una tormenta inminente estuviera por desatarse.
Mientras caminaban por el angosto pasillo de la pirámide, Javier sintió una sensación extraña de estar siendo observado. A su lado, Claire avanzaba cautelosa, sus ojos recorriendo cada rincón, mientras Rob no dejaba de mirar atrás, como si temiera que algo los siguiera.
De repente, un sonido sordo rompió el silencio, seguido de un fuerte crujido. El suelo bajo sus pies comenzó a moverse, y las paredes de la pirámide parecieron vibrar con una fuerza inusitada.
—¡Rápido! —gritó el capitán, tomando la delantera y señalando hacia la salida—. ¡Tenemos que salir ya!
Pero antes de que pudieran llegar, una serie de trampas ocultas se activaron. En cuestión de segundos, enormes bloques de piedra cayeron del techo, bloqueando el camino de salida. Los gritos de desesperación resonaron en el aire mientras el suelo debajo de ellos comenzaba a ceder. Los ecos del colapso llenaron la pirámide, y el polvo se levantó, dificultando la respiración.
—¡Estamos atrapados! —exclamó Rob, con la voz llena de pánico.
Javier miró alrededor. La pirámide estaba llena de secretos, pero ahora sentían que ellos eran las presas. Cada trampa activada parecía una advertencia, como si los dioses de la isla quisieran que se detuvieran allí, condenados a ser parte de la historia de la isla maldita.
El capitán, con rapidez y destreza, sacó un machete y comenzó a cortar algunas cuerdas que parecían sujetar grandes piedras. Claire y Rob lo siguieron de cerca, buscando una salida entre las grietas que empezaban a formarse en las paredes. El sonido del crujido de las piedras caídas era ensordecedor.
—¡Aquí! —gritó Claire, señalando una pequeña abertura entre las piedras caídas.
Javier y el capitán ayudaron a mover algunas de las rocas, abriendo un pequeño pasaje por el que podían pasar. Pero la sensación de estar siendo observados no desapareció. A medida que avanzaban por el estrecho túnel, la oscuridad se volvía más densa y las paredes parecían acercarse peligrosamente, como si quisieran aplastarlos.
A lo lejos, pudieron escuchar el sonido del mar rompiendo contra las rocas, un recordatorio de que aún estaban en la isla, rodeados por sus misterios. El túnel se ensanchó ligeramente antes de abrirse en una gran cámara subterránea. En su centro, un altar oscuro estaba rodeado por estatuas de criaturas que no pertenecían a este mundo. Los ojos de las estatuas brillaban con una luz roja que parecía provenir de su interior, y el aire estaba impregnado con un olor a metal y a sal.
—Este lugar... —susurró Rob, con la piel erizada—. No es solo una pirámide. Es una trampa.
Javier asintió, observando el altar. Había algo en ese altar, algo que sentía que los había estado esperando todo este tiempo.
El capitán se acercó cauteloso, examinando el altar. A medida que sus dedos rozaban una piedra en la parte superior, un rugido ensordecedor llenó la cámara, y las estatuas comenzaron a moverse. No eran solo estatuas, sino guardianes de la isla, despertando de su sueño milenario.
Las paredes de la cámara comenzaron a temblar, y un portón de hierro se abrió, revelando una oscuridad más profunda. Algo, o alguien, estaba esperando allí.
La isla, con su fuerza imparable, parecía haberlos condenado. Cada uno de ellos sentía que el tiempo se les acababa, y lo único que quedaba por hacer era enfrentar lo que los dioses de la isla les deparaban.
Editado: 24.01.2025