El rugido de la criatura seguía retumbando en las paredes de la caverna, como si las mismas entrañas de la isla se estuvieran desgarrando. Javier, Claire y Rob no se atrevían a mirar atrás, pero sabían que no podían seguir corriendo sin un plan. El hombre misterioso había desaparecido en las sombras, y la gigantesca bestia que había emergido de las grietas del techo los acechaba con una lentitud mortal.
Javier y Claire se miraron, sus rostros pálidos, pero Rob seguía adelante sin dudar. Era claro que, en ese momento, solo había una opción: llegar al final de esa caverna, encontrar una salida y, con suerte, sobrevivir.
—¡Rápido! —gritó Javier, tomando la delantera. Sus piernas dolían, pero el miedo los mantenía en movimiento.
El túnel se extendía frente a ellos, más oscuro que nunca. Un silencio mortal se había instalado entre los tres, solo roto por el sonido de sus pisadas apresuradas. El aire pesado parecía volverse más denso, como si la misma isla los estuviera presionando para que sucumbieran a su voluntad.
De repente, el suelo comenzó a temblar nuevamente, y una figura apareció ante ellos: un viejo altar de piedra, cubierto de musgo y raíces. Su superficie estaba marcada con símbolos que brillaban débilmente, pero lo más extraño era la figura tallada en su centro. Era una representación de la criatura, con ojos vacíos y un cuerpo cubierto de marcas como las que llevaban las estatuas.
Javier se detuvo, mirando fijamente el altar. No tenía sentido, pero algo en su interior le decía que este lugar era importante.
—¿Qué es esto? —murmuró Claire, acercándose al altar.
Rob tocó la piedra, y al instante, el altar comenzó a vibrar. El símbolo que representaba a la criatura brilló con fuerza, y de inmediato, la caverna se llenó de un rugido ensordecedor. El techo comenzó a desplomarse, y fragmentos de piedra caían a su alrededor.
—¡Tenemos que irnos YA! —gritó Javier.
Pero era demasiado tarde. Desde las sombras, la bestia se lanzó hacia ellos con velocidad brutal. Sus ojos brillaban con furia, y los tentáculos que sobresalían de su cuerpo se estiraban hacia el altar. Javier vio cómo una de las tentáculos alcanzaba a Rob, levantándolo por los pies y arrastrándolo hacia la oscuridad.
—¡NOOO! —gritó Claire, extendiendo las manos, pero era inútil.
Javier, sin pensarlo, corrió hacia Rob, sacando su machete. Golpeó el tentáculo con toda su fuerza, logrando que éste soltase a Rob, pero no por mucho tiempo. La criatura se retorció, y la batalla por la supervivencia comenzó en la misma caverna que había sido su prisión.
—¡Claire, corre! ¡Vete! —gritó Javier mientras la criatura atacaba de nuevo.
No podía perder más tiempo. Javier empujó a Claire hacia un túnel lateral, mientras él mismo luchaba contra la bestia. El machete apenas lograba hacer mella en su piel escamosa, y sus ataques eran desesperados, como si intentara arañar la superficie de un muro impenetrable.
Claire, con lágrimas en los ojos, miró a Javier una última vez antes de escapar. Sabía que no podía hacer nada para detener la monstruosidad que se cernía sobre él.
Rob, con la respiración entrecortada, se arrastró hacia el túnel con Claire. Juntos corrieron como si sus vidas dependieran de ello, sin atreverse a mirar atrás.
Pero Javier no pudo seguirlos. En ese momento, la criatura lo alcanzó, y sus garras se clavaron en su hombro, inmovilizándolo. Sin embargo, antes de que pudiera ser devorado, la figura del hombre misterioso apareció de nuevo, esta vez con un extraño artefacto en la mano. Era una especie de cristal resplandeciente que brillaba con un poder que no podía ser comprendido. El hombre apuntó hacia la criatura, y en un instante, el monstruo se detuvo, como si algo le hubiera cortado su conexión con el mundo exterior.
—¿Qué... qué estás haciendo? —preguntó Javier, sorprendido.
El hombre, con una expresión vacía, lo miró por última vez antes de hablar.
—La isla nunca olvida a sus hijos... Pero aún puedes escapar. Ellos aún tienen una oportunidad.
Con un último gesto, el hombre activó el cristal, y una onda de energía atravesó la caverna, enviando a la bestia hacia las profundidades, donde desapareció en un rugido final. La criatura fue absorbida por la isla, como si nunca hubiera existido.
Javier, herido pero vivo, se levantó lentamente. Su corazón latía con fuerza, y el sudor recorría su frente. El sacrificio del hombre misterioso no había sido en vano, pero él ya no estaba allí. Solo quedaba el eco de sus palabras.
Con la luz de la esperanza titilando a lo lejos, Javier caminó hacia el túnel, sabiendo que aún quedaba una oportunidad para escapar. La isla había mostrado su peor rostro, pero algo en su interior le decía que su historia no había terminado.
Editado: 24.01.2025