El mendigo deambulaba a oscuras en una ciudad que el desconocía y con calles que para el eran hogar (que nunca tuvo), su cuerpo vacilaba de no caerse por lo ebrio que estaba y sus ojos desorbitados buscaban un lugar en donde pasar la noche. Sabía que no aguantaría hasta diciembre, no sin dinero y sin comida, en esa época el frio es abundante y la necesidad de hambre se provoca más, así que en sus últimos meses decidió no preocuparse por sobrevivir, si no por disfrutar.
El cielo era grisáceo, sus enormes nubes avisaban de la llegada de la lluvia, el aire cada vez más era intenso, las hojas de los arboles caían por la presión y el mendigo trataba de acelerar el paso hacia un callejón que tenía en la mira desde hace minutos. Tambaleándose por todo el camino llego a su destino, el sitio no era más que basura y excremento de perro, su poco espacio acumulaba el olor de la pestilencia generada y eso provocaba que la persona que pasara ahí sintiera una presión en su garganta, casi a punto de vomitar.
El mendigo se dejó caer entre la basura sin pensarlo dos veces, se sentó contra la pared mirando la solitaria calle esperando que el sueño dominara su cuerpo y pudiera dormir. No supo cuantos minutos pasaron, o cuantas horas estuvo despierto, quizá fueron simples segundos pero sintió como si estuviera esperando esa escena para dormir.
Un hombre de corpulencia alta, vestido de traje, había bajado de un Volvo negro con una niña que llevaba un antifaz y reía con él, de lejos se podía notar la típica situación de padre e hija, pero si analizabas un poco más la situación sabrías que eso no era tan normal como parecía. Pero eso no lo noto el mendigo, lo que primero llamo su atención fue lo elegante que se veía el hombre, el imagino que no solo tenía un par de dólares en la cartera, si no mucho más. Así que saco su navaja suiza que utilizaba en momentos como estos, aunque nunca había herido a alguien con ello, si había rozado el cuello de algunas personas; se limitó a observar y espero el momento adecuado para que la niña se distanciara un poco más del hombre para poder atraparla.
Lo que parecía una niña pronto dejo de serlo, había tomado un aspecto tan mórbido que el propio mendigo paso de estar ebrio a sobrio, su piel paso de ser tenaz a un arrugado color verdoso que amenazaba entrar a la vejez, sus esqueléticas manos no tenían huella de lo que alguna vez habían sido sus manos cálidas, eso sí, su cabello rojizo era perfecto, si la mirabas de espalda podías confundirla con una jovencita pero la triste realidad era que eso no era ni humano. Y no hablar de su rostro, que era lo más tétrico de ella, no tenía nariz, de hecho, tenía tres ojos y cada uno de un color negro intenso que hacían dudar si tenían pupila, su sonrisa era tan amplia como la de un payaso, con dientes amarillentos y con ligeras arrugas en cada parte de sus dos pómulos, su risa paso de ser chillante a irritante.