Un grito estremecedor lo despertó de su profundo sueño. Al encender la luz de la habitación, no vio a nadie. Miró por la ventana, buscando en el invernal paisaje nocturno que le enseñaba aquel campo nevado de Irlanda. Pensando que era su imaginación, volvió a acostarse con incertidumbre.
Al cerrar los ojos, el grito lo sobresaltó, lo oía cerca, tan cerca que podría jurar que estaba en la misma habitación, pero en ella sólo estaba él.
Atemorizado, tomó su abrigo y salió de la cabaña en la que se hospedaba alumbrándose con una linterna. Sus pies se hundían en la nieve en cada paso que daba, pero no se detuvo. No sabía a dónde iba, caminaba sin rumbo, guiándose por los gritos.
Al entrar al bosque, sus manos no fueron suficiente para defenderse del grito que lo aturdió, dejó caer la linterna que se rompió al tocar el suelo. Siguió caminando a la luz de las auroras boreales que se dibujaban en el cielo. Esquivando las ramas, tropezó con una raíz, su rostro se golpeó con un árbol. Se acomodó al lado de éste y con sus dedos peinó su cabello. Su corazón latía rápido y le costaba respirar. Concentrado en recuperarse, alzó la mirada y sus ojos se dirigieron a una mujer de cabello rojizo y despeinado, descalza, que le daba la espalda un tramo más adelante de él. Tenía los brazos descubiertos y el vestido tan sucio que no se podía distinguir su color, se alejaba lentamente. Impactado por la imagen, se levantó como pudo y la siguió. Cuando logró alcanzarla, se sacó su chaqueta y se la colocó en los hombros sintiendo su piel.
Estaba helada, tenía los labios partidos, el rostro marcado por lágrimas congeladas y sus pestañas escarchadas. Él no podía sacarle la vista de encima, sentía algo extraño en ella, como si no tuviese vida "¿Quién eres?" le preguntó. Dudaba que los gritos que oyó fuesen de ella, pero entonces lo miró. "Kionah" dijo la mujer sin aliento. En sus ojos se notaba el dolor. "Banshee" susurró ésta y gritó.
Él no pudo contenerse, sus oídos comenzaron a sangrar, sentía cómo explotaban sus arterias dentro de su cabeza que estallaba de dolor, sus músculos se tensaron y no pudo mantenerse de pie. De sus ojos brotaban cascadas de lágrimas que pronto se tornaron de un color rojizo, su voz se tornó afónica mientras gritaba del dolor. Desde el suelo, la observaba moribundo, esperanzado, deseando que cesara.
En un momento dado, el extenso grito culminó, dejando al bosque en un silencio profundo, aturdido y con notoria sensación de duelo, no había viento, los árboles no movían ni una sola de sus hojas, las estrellas quedaron estáticas y la luna brillaba débil. Cuando la mujer bajó la vista, el hombre yacía tendido en la nieve, rodeado de su propia sangre y sin un sólo signo vital.
Dina Gandul.
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Editado: 01.11.2020