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Lía
Aparentar ante la gente no era el problema, podía hacerlo sin problema alguno. El verdadero problema era mentirme una y otra vez, algunas veces ya no sabía diferenciar que era verdad y que era mentira.
Desde que tengo memoria, recuerdo que si mi madre me ponía un vestido en tono verde y me preguntaba si me gustaba decía que sí, aunque odiara ese color, y solo para complacerla y de esa manera me acariciaría diciendo que era una buena niña. A estas alturas nada ha cambiado, toda la gente a mi alrededor cree que soy la mujer perfecta, pero la verdad es que solo me adapto a sus gustos, creía que de esta manera podía hacer felices a las personas, inclusive lo creía de mi esposo, pero no era así.
Ya había pasado más de dos horas desde que había llegado a nuestra cita por nuestro aniversario, el hielo ahora solo era agua, las velas estaban por consumirse, la comida fría. Quizás no era el matrimonio perfecto, pero siempre cumplí sus expectativas, sin en cambio en estos momentos probablemente se encontraba en otra cama, olvidando que tenia una esposa que lo esperaba.
Suspire profundo, mire una vez más el reloj, 10:49 p.m. era realmente una perdida de tiempo, en estos momentos podría haber adelantado mis pendientes, o bien podría estar descansando, pero no aquí estaba en una estúpida suite esperando a que mi adorado esposo llegara, cuando no lo haría, era una completa idiota.
Era el cuarto aniversario y él nunca se aparecía, sin en cambio tenía la esperanza que este fuera diferente.
Tome mis cosas, saliendo de aquel lugar, ese nudo en la garganta, un vacío en mi interior, de esas ocasiones en las cuales sabes que, si te hablan, lloraras sin poder detenerte.
El elevador se abrió, al entrar pude percibir aquella tonada, el vals de nuestra boda, recordándome que hacia cuatro años que me había casado por no saber decir no.
Sabia que era la peor decisión que pude tomar, sin en cambio nunca pude decir nada, era una tonta y lo peor de todo, es que a pesar de saberlo, no hacia nada para que esto cambiara.
Mi mente era un caos.
Al bajar del elevador pude visualizar la gente en la entrada del hotel, una gran lluvia se había desatado, algunas personas esperaban su auto, otras más buscaban un refugio para no mojarse, pero a que le temían, solo es agua.
Caminé con la mirada en alto, como si fuera una noche normal, pero me di cuenta de que no lo era, el agua fría que empezaba a chocar con mi cuerpo, el aire que hacía más intensa la sensación, mis lagrimas que al fin salieron mezclándose con las gotas de lluvia.
Había sido una pésima idea traer tacones y vestido, teniendo en cuenta que había una gran probabilidad que no vendría.
-¡MIERDA!- Fue el sonido que percibí, después del intenso dolor. Mi cabello húmedo en mi rostro, el frio de la banqueta, la sensación tan miserable que sentía.
Un leve sollozo saliendo de mí, es que este día acaso podía empeorar más, aquella noticia en la mañana, haber esperado horas en una habitación sola y ahora esto.
-¡SEÑORITA!- El grito de aquel joven, que al fin había escuchado- ¡SEÑORITA! – Aquel rostro que me miraba preocupado, las gotas de agua que caían sobre él- ¿Se encuentra bien?
-Yo... yo...- Las palabras no salían, es que esa terrible sensación no se desvanecía
-Tranquila, primero tome mi mano le ayudare a levantarse- Poso su mano frente a mí, tomándome con suma delicadeza. Aun haciendo aquel acto, el dolor en mi interior estaba siendo reemplazado por el exterior, mi tobillo estaba herido.
-Esp..espere- Mencione, mientras apretaba con fuerza su brazo- Me duele
- ¿Qué le duele? - Me miro preocupado- ¿Es su tobillo?
- Si-
-Disculpé mi descortesía – Y sentí como me tomaba entre sus brazos, aquel vestido tan hermoso que había tardado días en encontrar se encontraba manchado de lodo y roto, mi maquillaje probablemente era un caos, mi cabello revuelto y húmedo, no podía dar una peor apariencia.
Es que no solo era tristeza y enojo lo que sentía, si no también vergüenza. En estos momentos me veía tan vulnerable, tan débil, algo que no solía mostrar a nadie, pero en cuanto lo vi, aquella mirada de preocupación no hubo nada en mi mente más que dejarme llevar por mis emociones.
Algo demasiado infantil a mi edad.
Las lagrimas no eran visibles ante la fuerte lluvia que caía sobre nosotros, él miraba de frente, no me observaba de cierta manera eso me causaba un gran alivio, porque esos cálidos brazos que me llevaban y ese silencio eran suficientes para aliviar el vacío de mi corazón. No sabia si decir que era algo bueno o no.
Esto era algo nuevo para mí.
-Ya casi llegamos- Susurro, no quise alzar la mirada.
Ahora que lo pensaba, a donde se suponía que llegaríamos, la verdad no me atrevía a preguntar, quizás irme con un desconocido no había sido la mejor decisión sin en cambio que más daba. Podría morir en estos momentos en manos de un hombre que parecía gentil, pero quizás era todo lo contrario.
Sin en cambio a quien le importaría mi muerte, claramente a nadie.
Mis ojos se empezaban a cerrar, el frio cada vez se hacia más intenso, mi cuerpo temblaba, las lágrimas habían parado en algún momento sin que pudiera percibirlo.
{...}
Una habitación diferente a la de todas las mañanas, la intensa luz entrando por la ventana, observe a mi alrededor una pequeña pantalla, el color beige en la pared, el delicioso aroma de un perfume masculino y...
- ¿Dónde estoy? - Comente una vez razone y escuche el ruido de la habitación continua.
Me levante rápido, percatándome de que la ropa que traía puesta no era mía, una polera que cubría mi ropa interior y sola la parte baja, puesto a través de esta se remarcaba perfectamente la silueta de mis pechos.
#1763 en Joven Adulto
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Editado: 24.01.2024