Jack hizo una breve pausa, intentando hilar recuerdos que no terminaban de encajar. Había huecos, fragmentos incompletos, y eso complicaba el poder explicarse del todo.
— Miroslav era mi amigo… en su momento nos ayudó a escapar a mí y a mi grupo de una prisión. Me entregó su radio para que pudiera pedir ayuda cuando yo y mi madre la necesitáramos. Aunque durante el trayecto jamás logré captar una señal... no entendía cómo funcionaba. Solo cuando llegué a la ciudad pude oír algo… supongo que así fue como ustedes me encontraron. —explicó con una tristeza contenida, recordando el peso de lo perdido.
Daniel se rascó la barbilla, pensativo, como si intentara resolver un rompecabezas con piezas faltantes. Mientras tanto, Jack comenzó a recorrer la habitación principal con cautela, incluyendo el pequeño baño. Tenía esa vieja costumbre: asegurarse de que el lugar fuera seguro antes de bajar la guardia.
Observó los tres únicos muebles con cierto detenimiento: un escritorio con una lámpara, un ropero con pocas divisiones y un catre cubierto por una manta gruesa, casi como una bolsa de dormir. Se sentó en el catre y dejó escapar un suspiro. Una extraña sensación de calma lo envolvió. Después de tanto tiempo en ruinas, de dormir a cielo abierto con el miedo como compañero, la privacidad y seguridad parecían ahora lujos que podía volver a nombrar.
— Es... muy acogedor —dijo en voz baja, como si no quisiera romper la paz repentina.
Daniel levantó la mirada.
— Más acogedor que las ruinas, ¿eh? —bromeó con sarcasmo—. En fin… no sabes lo mucho que me has facilitado las cosas.
— ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Jack, frunciendo el ceño.
— Supongo que es justo intercambiar un poco de información —dijo Daniel, apoyándose contra el marco de la puerta—. Mira, no quiero alarmarte, pero los jefes están teniendo una pequeña disputa sobre tu identidad. Créeme, las preguntas te van a cansar... así que será mejor que estés preparado para cuando vengan por ti.
— ¿Y qué se supone que voy a decirles? —replicó Jack, levantando la voz, nervioso.
— ¿Quieres un consejo? Sé cuidadoso con lo que digas. —Daniel ya se estaba preparando para marcharse—. En fin, tengo trabajo que hacer. Te veré en la reunión.
Justo cuando estaba por salir, Jack lo llamó una vez más. Daniel se detuvo, girando ligeramente la cabeza sobre su hombro.
— Solo… quería agradecerte por haberme salvado la vida en las ruinas.
Daniel guardó silencio unos segundos. Luego respondió con un tono frío, apenas un susurro.
— La verdad es que no quería hacerlo.
Jack lo miró con los ojos bien abiertos, sin saber cómo reaccionar. Pero entonces, una leve sonrisa apareció en los labios del rubio.
— Es broma… —agregó con tono socarrón—. Recuerda las reglas. Las anoté en tu mapa. El toque de queda es al reloj 22:00.—Y con eso, se fue.
Jack se quedó sentado en el catre. Luego desdobló el mapa con cuidado, como si al hacerlo fuera a desatar algún secreto importante. La hoja, un poco arrugada por los pliegues, tenía marcados los corredores principales del complejo. Entre los dobleces, encontró una pequeña nota adherida con cinta, aquella que Daniel le había dejado:
• Toque de queda: 22:00 RJ. Toda circulación debe estar autorizada.
• Inspecciones semanales por el área de control interno.
• Prohibido ocultar materiales no autorizados, sustancias o armas fuera de su almacenamiento oficial.
• La decoración personal es permitida si no interfiere con el orden.
• En caso de conducta inadecuada, el habitante puede ser trasladado a módulos disciplinarios.
Leyó las reglas en voz baja, con el ceño ligeramente fruncido, repitiendo algunas como si necesitara digerirlas mejor.
— ¿Decoración personal...? —susurró, confundido. Miró a su alrededor, como si de pronto el cuarto pudiera responderle.
Sacó un bolígrafo desgastado de uno de los cajones a su costado (aunque creía que estaban vacíos), con letra pequeña, empezó a hacer anotaciones sobre el mapa, inclinándose sobre él con la lengua levemente asomada por la comisura, como si cada marca fuera una cirugía ya que no estaba acostumbrado a escribir con la mano izquierda.
— Salas donde conocí a Isaak y al trabajador enojado... oficina de Daniel... ¿Se enojaria si lo visito? —escribió en un recuadro al lado de uno de los corredores donde recordó estar. Luego dibujó una pequeña ‘x’ junto a un dibujo de engranajes torpes— máquinas raras pero bonitas. Mucho ruido...Oficina del Dr. Schwarz... (papá) Área médica, Dr. Adrik. Gentil. Me ayudó. Zona de flores y macetas. Huele bien. Tranquilo. Luz natural... ¿Por qué hay plantas aquí?
Guardó un momento de silencio al pensar en la última zona. Las flores le habían parecido irreales. Tan vivas, tan ajenas a todo lo que había conocido en las ruinas. Finalmente, sacó otra hoja doblada que Adrik le había entregado antes de despedirse. La desdobló con cautela y la leyó, repasando las indicaciones sobre el cuidado de su prótesis y mano. Eran instrucciones claras, con diagramas simples, pero había algo inquietante en ellas: como si su brazo ahora fuera una extensión de una máquina más grande.
— Evitar humedad excesiva. Limpiar herida una vez al dia. Si la sensibilidad es alta, dolor o fiebre, avisar al área médica. No forzar los mecanismos. —leyó en voz baja.
Tocó con la yema de los dedos los bordes metálicos de su prótesis, justo donde se unía con su piel. A veces, aún le costaba aceptarlo. Doblando cuidadosamente ambas hojas, volvió a esconderlas dentro del mapa, que ahora tenía más garabatos personales que rutas oficiales y notas de Daniel. Lo colocó sobre la mesita junto al catre y, por un segundo, no se sintió del todo en casa, pero al menos ya no se sentía del todo perdido.
Luego se recostó boca arriba, apoyando el brazo herido sobre su pecho con cuidado de no lastimarse. Se quedó mirando fijamente la vieja lámpara del techo durante un largo rato, mientras una pregunta rondaba su mente: