Debajo de una plataforma, los temibles infectados se escabullían entre las sombras de su recinto, aguardando el momento perfecto para escapar de su cautiverio. Arañaban con sus alargadas uñas las paredes, intentando trepar hasta el borde. Su piel, exageradamente pálida, dejaba ver un mapa de venas traslúcidas que resaltaban sus ojos inyectados en sangre, delatando la cólera provocada por el hambre. Emitían gruñidos y alaridos, mostrando sus fauces afiladas como cuchillas vivientes.
Encima, en las plataformas metálicas, la doctora Hana caminaba junto al hombre de la reunión anterior. No era alguien en quien confiara (no después de su historial), pero su desesperación por completar la investigación era mayor que cualquier principio.
Ese hombre era su último recurso, el único con la información que necesitaba. Lo apodaba Feindlich (enemigo), ya que jamás le reveló su nombre. Fue el único que logró infiltrarse en ASIC años atrás. Aunque la había traicionado sin miramientos, su oferta actual podría ser la clave para recuperar su proyecto perdido. Feindlich conocía a fondo a sus enemigos y, por conveniencia mutua, ambos estaban dispuestos a cooperar… por ahora.
—¿Cuál es tu plan? —preguntó Hana, lanzándole una mirada penetrante mientras caminaban. Su voz estaba cargada de desconfianza—. Más te vale tener una buena razón para convencer al coronel...
Feindlich soltó un chistido burlón antes de girarse hacia las criaturas que se disputaban el rincón del recinto. Rió con ligereza, una risa cargada de una seguridad inquietante, mientras hacía crujir los nudillos de ambas manos.
—Déjame explicarte... —comenzó, con una sonrisa torcida—. Aprendí todo sobre las “bestias” durante mi tiempo en la organización. Son criaturas inteligentes, con una fuerza sobrehumana. Sus sentidos están perfectamente desarrollados para ser máquinas de matar... Si tan solo te detuvieras a pensarlo un poco, entenderías lo que estamos desperdiciando.
Tras concluir su explicación, una de las compuertas detrás de ambos se abrió con un chirrido metálico, dejando entrar a dos soldados con uniformes de protección biológica de un intenso color naranja. Sujetaban con firmeza a un científico por los brazos, obligándolo a caminar a empujones.
—P-por favor... m-mi trabajo está casi terminado... —tartamudeó el hombre al quedar frente a ellos, con la voz quebrada por el miedo.
—Inspector, qué gusto verlo —dijo Feindlich con una serenidad inquietante, posando una mano en su hombro y guiándolo con gentileza fingida hasta el borde de la barandilla metálica—. Decidí llamarlo para que aclare algunas dudas de la doctora. Todos aquí somos personas inteligentes, ¿verdad? ¿O acaso prefiere compartir su conocimiento solo con ciertos individuos?
—¡No! ¡Para nada! —respondió el inspector, temblando de pies a cabeza—. ¡Solo estoy intentando ayudar...!
—Claro, claro... vas a ayudarnos, ¿no? Mientras te ibas con los vástagos a nuestras espaldas. ¿Nos crees Durakhlov (idiotas profesionales)? —soltó Feindlich, sacando un cuchillo de su cinturón con lentitud calculada.
Al ver el brillo metálico, el inspector se exaltó e intentó zafarse, pero los soldados lo sujetaron con más fuerza. Antes de que pudiera gritar otra súplica, sintió una punzada aguda en la mano, seguida del ardor, y luego la tibia sensación de la sangre escurriendo entre sus dedos. Abrió los ojos, horrorizado, al ver a Feindlich sujetando su muñeca con fuerza brutal, el cuchillo aún en su otra mano manchada.
Hana observó la escena, sorprendida por la violencia repentina, pero su mirada descendió rápidamente al recinto bajo sus pies.
Las bestias, al percibir el olor de la sangre fresca, enloquecieron. Comenzaron a aullar con furia descontrolada, golpeando las paredes metálicas de la plataforma bajo la barandilla. A diferencia de unos momentos atrás, ahora buscaban con desesperación cualquier punto de apoyo, arrojando sus cuerpos grotescos contra los muros, intentando escalar como una marea de pesadilla sedienta.
—No se preocupe por eso. Ya sabemos que las bestias aman el olor de la sangre fresca y harán lo posible por rastrearla. ¿Por qué? Porque significa una presa débil... y una presa débil es una comida rápida —explicó Feindlich con cizaña, observando al inspector, que intentaba retroceder aterrado.
—¡Deme otra oportunidad! —suplicó el inspector, mirando a la doctora con ojos desesperados.
Sin embargo, sus ruegos fueron ignorados. Los soldados lo tomaron con fuerza y, sin decir una palabra, lo arrojaron por encima del barandal. El cuerpo cayó con un golpe seco, rebotando entre tubos y plataformas hasta llegar al piso del recinto.
—¿Para que escapes y termines uniéndote a esos vástagos? —preguntó Feindlich con ironía, asomándose junto a Hana. Ella solo observaba en silencio. Sabía que la caída no sería suficiente para matarlo, pero sí para dejarlo a merced de los instintos más salvajes de las criaturas.
Él quería eso. Quería mostrarle su “descubrimiento”.
El rostro de Feindlich mantenía esa sonrisa burlona y satisfecha mientras las bestias se abalanzaban sobre el desdichado, desgarrándolo con sus garras y colmillos. Las maldiciones y gritos del inspector se desvanecieron poco a poco, ahogados por el tasajeo de la carne y los gruñidos excitados.
Entonces Hana lo vio. Una de las bestias (una mujer, por lo que quedaba de su figura), con el cabello largo y sucio cubriéndole parcialmente el rostro, la observaba fijamente desde el fondo. Le sonreía. Una sonrisa torcida, casi humana. Y entendió: había olido su nerviosismo... y se burlaba de ello.
—Es simple —continuó Feindlich con tono frío y calculador—. Si controlamos el hambre de las bestias, podremos atraerlas hasta la organización con un “cebo”. De esa forma, las mantendremos ocupadas mientras nosotros hacemos el trabajo pesado.
La doctora asintió lentamente, sin apartar la vista del recinto.
—Hablaré con el coronel —afirmó Hana, esta vez convencida.