Aquel incidente marcó un antes y un después en la organización. Los líderes, hasta entonces firmes, ahora dejaban entrever grietas de desconfianza. Incluso días después del suceso, la atmósfera seguía cargada de duda y paranoia.
—Estoy completamente seguro de que mi paciente no haría algo así —declaró Adrik, dejando los documentos sobre la mesa con firmeza—. ¡Simplemente es absurdo!
Uno de los hombres presentes, alto, delgado, con una barba y bigote enroscados, aún vestido con su overol de Ingeniería armamentística (ZELLKAMPFKERN), alzó una ceja con ironía.
—¿Acaso no es deber del area médica vigilar en todo momento a sus pacientes? —preguntó, cruzando los brazos—. Digo… es sospechoso que el personal no se haya percatado de nada.
—¿Qué estás insinuando, Erich? —espetó Adrik con el ceño fruncido, pero Robert lo interrumpió antes de que la discusión escalara.
—Debemos entender que el personal médico no atiende a un solo paciente al ciclo —dijo Robert con voz firme—. Todos los ciclos ingresan casos graves. No es una tarea sencilla. Además, recordemos que nuestro equipo de seguridad ha disminuido considerablemente en las últimas etapas.
Carsten, que observaba a Adrik en silencio, notó cómo toda la atención se volcaba hacia el médico. Decidió intervenir antes de que se convirtiera en chivo expiatorio.
—Robert tiene razón. Si hay quien cree que el personal médico estuvo implicado en el incidente, me parece carente de sentido. —dijo con tono tajante—. Confío plenamente en que esto se trata de un malentendido.
Robert lo miró de reojo y asintió con sutileza. El ambiente en la sala era tenso. Las miradas se cruzaban con expectativa, como si todos esperaran que él ofreciera una explicación que pusiera fin al asunto.
Sin embargo, algo lo desconcertaba: Audel. Su camarada de confianza se mantenía en silencio, apoyado en el escritorio, revolviendo su café con una cucharilla, sin mostrar interés aparente. Y eso no era propio de él. Audel nunca se quedaba de brazos cruzados ante una amenaza.
—Bien… recapitulemos el historial de nuevo —ordenó Robert, dirigiendo la mirada a Carsten.
El aludido carraspeó antes de leer el informe.
— Segmento Freiwillag — ciclo 5 — bucle Eiskrólv — Rj 22:00
se reportó un fallo en los sistemas de seguridad de tres pasillos cercanos al área médica. La interrupción duró exactamente un minuto con dieciséis segundos. En el momento se tomó como un simple reinicio técnico. Al reloj 23:50 se descubrió el cadáver del recluta. No hubo signos de violencia externa ni rastros de otra arma más que los restos de su propio pase de identificación, con el cual aparentemente se provocó la herida. Los estudios confirman que el tiempo de muerte coincide con el fallo del sistema.
Un silencio pesado llenó la sala hasta que Joseph, con el ceño fruncido, rompió la pausa.
—Yo, por lo menos, no creo que ese fallo haya sido una coincidencia —dijo, dirigiendo una mirada directa a Robert.
—En efecto, Joseph… no es ninguna coincidencia —rectificó Robert, cruzado de brazos.
Joseph soltó una sonrisa burlona, tan cargada de cinismo que podría haber prendido fuego a los papeles sobre la mesa.
—No hay más que huellas del “suicida” en el pase. No hay muestras. Técnicamente, no hay evidencia que diga lo contrario… ¿Qué vamos a hacer? ¿Iniciar un programa de prevención de suicidios para los más débiles? ¿O mejor advertimos a todos que hay un fantasma asesino rondando los pasillos porque el sistema de seguridad está cayéndose a pedazos? Robert, es evidente que necesitas dar un comunicado.
Audel, hasta entonces inmóvil como una sombra, dejó caer su taza contra el escritorio con un golpe seco. El sonido retumbó en la sala como un disparo. Todos lo miraron.
—No —sentenció, con una mirada que congelaba la sangre—. No diremos nada al respecto.
Se inclinó levemente hacia adelante, con los ojos encendidos por una mezcla de rabia y preocupación.
—¿Acaso pretenden que los trabajadores pierdan la confianza en la organización? ¿Qué creen que ocurrirá cuando el rumor de una estructura disfuncional empiece a correr como pólvora? ¿Se les ha pasado por la maldita cabeza lo que eso significaría?
Robert se irguió y señaló con firmeza los documentos frente a Joseph.
—Audel tiene razón. La organización necesita mantener esa confianza para sostenerse. Si la perdemos, el miedo se extenderá como una infección. Y el miedo, Joseph, mata más rápido que cualquier virus. Los trabajadores dejarán de rendir, las protestas vendrán, los vínculos se romperán… y entonces sí estaremos perdidos. A partir de ahora, este incidente tendrá total confidencialidad hasta que la investigación se concluya. —Empujó los papeles hacia Joseph—. Que así conste.
Joseph resopló, acomodando los documentos en su portafolio con desdén.
—Como digas… pero que conste que si no se soluciona esto pronto, estaremos metidos en un problema serio. Nadie se siente seguro sabiendo que hay un traidor entre nosotros.
—Entonces, doy por concluida la reunión —cerró Robert, mirando a todos los presentes—. Hasta que se demuestre lo contrario, esto fue un suicidio. Y debe aparentarse como tal.
Mientras la sala se vaciaba, Robert intercambió una breve mirada con Adrik, quien le agradeció en silencio su intervención. Pero la realidad era clara: la confianza entre los jefes se estaba erosionando. Y si algo sabía Robert, era que las grietas pequeñas, con el tiempo, derrumban muros enteros.
Audel se quedó unos segundos más en el escritorio, con los ojos clavados en el vapor que salía de su taza. Bebió un sorbo, esta vez sin prisa, y luego habló con un tono bajo y grave, como si las paredes pudieran traicionar sus palabras.
—¿Sabes? Es una completa estupidez culpar a Adrik... Lo conozco bien. Su sentido del deber es tan grande que sería incapaz de dañar. Es el tipo de persona que se compadecería incluso del enemigo.
Robert no dijo nada. Solo lo observaba, mientras los restos de la discusión anterior aún flotaban en la habitación como humo invisible.