La Última Oportunidad

TEMP 2 CAPITULO 12 "EN MEDIO DEL BOSQUE"

Pasaron algunos meses desde el incidente. Parte de sus heridas habían sanado y todo había vuelto a una relativa calma en su nuevo hogar. Con total libertad, Jack enfocó su tiempo en obtener los conocimientos necesarios para servir a la organización. Aunque convertirse en investigador no era su meta, estaba dispuesto a aprender y aportar a la causa, tanto como su padre lo deseaba. Dentro del laboratorio, terminó de ajustar la cámara frente a sí. Con ambas manos, levantó una pequeña pecera de vidrio que contenía una rata albina.
Sus brillantes ojos carmesí recorrían el exterior mientras sus bigotes subían y bajaban al ritmo de su pequeña nariz rosada, olfateando la barrera de cristal.

Carraspeó un poco antes de hablar, sentándose nerviosamente frente a la cámara.
-Primera bitácora de laboratorio... mi nombre es Jack... -Su voz se tornó tímida al escuchar los suaves balbuceos de la doctora Alice al otro lado de la sala, animándolo a hablar sin nervios. El chico suspiró y continuó, ahora con más energía-: Soy ayudante de laboratorio. He realizado una prueba de inmunidad sobre un roedor de aproximadamente tres bucles (meses) de edad. Infectado con el parásito NO32 con el propósito de confirmar su propagación en animales...
Pero físicamente no hubo respuesta. De hecho, el paciente ha engordado tras la última dosis de suero, por lo que concluyo que el parásito no se aloja en todos los mamíferos, al parecer, solo en humanos. Este ha sido mi reporte.

Apagó la cámara, y esperando aprobación, alzó la mirada hacia Alice y sus compañeros. Un aplauso leve y cálido llenó la sala.
-¡Excelente! Lo has hecho muy bien. Tus resultados, sin duda, serán útiles para la organización -dijo la doctora Alice con entusiasmo, retirando la memoria de la cámara-. Has aprendido muchísimo.

-¿De verdad? Digo... hago lo que puedo -respondió él con una sonrisa tímida, pasándose la mano izquierda por el cabello, las mejillas levemente sonrojadas.

-Espera, yo tengo una duda -intervino Petryck, alzando la mano-. ¿Y si acaso la rata puede infectar humanos? Faltó comprobar eso...

Jack estalló en una carcajada mientras recogía sus cosas.
-Si quieres, puedes meter la mano allí y averiguarlo.

-¡No le des ideas! -replicó Isaak, cruzándose de brazos con una ceja alzada.

-¿Eso no lo hacían con los hombres de CAPSULA que atraparon? -preguntó Petryck con su tono burlón de siempre, pero su broma no duró mucho. La doctora Alice se acercó con firmeza y levantó un poco la voz.

-¡Vamos, chicos! Dejemos de lado ideas inmorales. Nadie atrapó a nadie -dijo, con una sonrisa tensa y los brazos cruzados-. Es momento de regresar al trabajo. Por favor, Jack, lleva a tu sujeto de prueba a la bóveda mientras yo reviso los datos.

Jack asintió en silencio, tomó la pecera con cuidado y se dirigió hacia la bóveda. Al abrir la pesada puerta usando su pase sobre el dispositivo, un crujido metálico reverberó por el pasillo oscuro. Encendió la luz. Uno a uno, los focos comenzaron a iluminar el camino, revelando una hilera de cubículos metálicos a cada lado. Celdas reforzadas, selladas, frías.
Tuvo que caminar frente a ellos, tragando saliva, sin apartar la vista de los contenedores. Algunas de las bestias descansaban tras los muros de vidrio blindado, apenas visibles a través de pequeñas ventanillas. Pero con solo oír los pasos de Jack, varias reaccionaron.

Un golpe seco. Luego otro.
Las criaturas comenzaron a chocar contra las puertas, agitadas por la presencia humana.

El corazón de Jack se aceleró. El sonido de los impactos metálicos, los quejidos ahogados y esas figuras desfiguradas moviéndose en la penumbra... todo le erizaba la piel.

Apretó la pecera contra su pecho como si fuera un escudo, y siguió caminando, tratando de ignorar a las bestias. Uno de los dedos metálicos de la prótesis comenzó a golpear involuntariamente el cristal, produciendo un Clink... clink... tic... irregular acompañado de un leve rechinido. El metal vibraba con un clink apenas perceptible, sincronizado con el temblor nervioso de su brazo. Como si su propio cuerpo pudiera delatarlo.

A duras penas, los rostros deformes que se asomaban por las ventanillas pegaban sus carnes corroidas al vidrio, hambrientos, ansiosos. Los chillidos guturales se mezclaban con el parpadeo errático de las luces, cuyo zumbido eléctrico parecía corear la escena.

Sus piernas temblaban. Cada paso lo hacía arrepentirse más de haber cruzado aquel corredor. Su mente jugaba con imágenes: puertas que se abrían por error, garras estirándose, su cuerpo siendo arrastrado a la oscuridad...

Finalmente llegó. Frente a la puerta de contención de uno de los Liomenos. El ambiente allí parecía aún más denso, casi espeso como un gas invisible que le nublaba los pensamientos. Por una mezcla de morbo y temor, se puso de puntillas y miró por la ventanilla.

La criatura estaba encorvada contra el muro, inmóvil, con la mirada vacía. Pedazos de piel colgaban de su cuerpo, y la carne putrefacta parecía haberse fusionado con las paredes de concreto, como si tratara de ser parte del encierro. Su respiración era lenta, irregular... pero presente.

Jack bajó la mirada hacia la pequeña rata en la pecera. Seguía olisqueando con curiosidad el cristal, completamente ajena al lugar en el que se encontraba.

Él suspiró hondo.
-Lo siento, amigo -murmuró.

Con manos temblorosas, su prótesis respondió con una secuencia de crujidos metálicos. Cada movimiento involuntario era delatado por un clack hueco, casi una queja mecánica. Retiró el seguro de la caja de alimentación y abrió el compartimiento. Algo torpe, los dedos de metal emitieron un leve chirrido al cerrarse alrededor del recipiente, y con un movimiento final, introdujo al roedor en el alimentador, sabiendo que no había vuelta atrás.

El silencio volvió por un segundo... pero no duraría mucho.

En cuanto la rata entró por el tubo, Jack cerró rápidamente la puertilla y volvió a asomarse por la ventanilla. Vio al Liomeno incorporarse, atraído por el ruido, y comenzar a caminar con torpeza hacia la desorientada criatura. La rata corría por las orillas del recinto buscando una salida que no existía. Jack se apartó de golpe, retrocediendo sin girarse. El chillido agudo del roedor llenó el pasillo durante unos segundos, hasta que fue reemplazado por un gruñido húmedo, ansioso, que le heló la sangre.




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