¡Genial! Justo a quien quería ver hoy.
Normalmente, me habría apresurado a saludarlos, como la hija consentidora que soy. Pero hoy no. Fingí no verlos y, en cambio, les hice más preguntas sobre el perrito nieto de María y Kristoff.
—Ella —la voz de Margaret interrumpió nuestra conversación—. No esperaba verte aquí hoy.
No lo dijo con cariño. A Margaret nunca le había caído bien, y mi presencia aquí, en un evento más informal, probablemente la incomodaba más de lo que se atrevía a admitir. Siempre le importaba muchísimo si yo era lo suficientemente buena para Alexander. Como si lo único que pudiera hacer bien fuera esconderme en mi mansión y representar el papel de ama de casa perfecta.
—Eso me recuerda —señaló María—, que también me sorprende verte aquí, Ella. Solo te habíamos visto en eventos más formales.
—Sí. Suponíamos que no te gustaban estas cosas —añadió Kristoff—. Normalmente Alexander asiste con su Beta y Sofia. —Sonrió con picardía—. ¿O tal vez prefieres evitar la compañía de Alexander?
No pude evitar soltar una risita. Alexander se movió un poco a mi lado, pero pude ver cómo sus labios se curvaban levemente en respuesta a la broma.
—Bueno —dijo Margaret, interrumpiéndome antes de que pudiera responder—, es propio de la naturaleza hosca de Ella no disfrutar de este tipo de eventos alegres. No culpemos al pobre Alexander, que no ha hecho nada malo.
Me contuve para no poner los ojos en blanco. Margaret siempre hacía lo imposible por adular a Alexander. Le importaba un bledo mi dignidad, sobre todo si eso significaba que Alexander le pagara un sueldo mayor.
Y después de la cantidad que vi en ese recibo… Debió de haber funcionado.
Antes, quizá habría soportado esos comentarios hirientes. Pero ya no. Cuando te dan un año de vida, de repente dejas de sentirte cómodo siendo pisoteado.
Estaba a punto de hablar cuando Alexander carraspeó repentinamente.
—No, es culpa mía —dijo Alexander, y su confesión me tomó completamente por sorpresa—. Siempre he mantenido a Ella ocupada con sus deberes como Luna. Mientras tanto, yo evitaba los míos y venía al festival a descansar.
Al oír eso, me quedé atónita. No sabía si Alexander lo decía en serio o si solo lo hacía para contentar a los demás.
Pero entonces una voz familiar interrumpió: —Ella siempre ha sido perfecta. Diligente, hermosa, capaz.
Levanté la cabeza de golpe y vi a Liam acercándose con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Se colocó a mi lado, al otro lado de Alexander, y miró fijamente a Margaret con severidad.
—Es diez veces más Luna de lo que tú la pintas, Margaret —dijo con frialdad—. Quizá deberías preocuparte más por tu hijo, que, dicho sea de paso, no aparece por ningún lado.
Margaret se puso rígida. Parpadeé. Alexander se quedó mirando a Liam, tan sorprendido como yo.
—Sí, ¿dónde está Brian? —preguntó Kristoff, volviéndose hacia Margaret—. Pensé que ya habría venido a saludar.
Margaret palideció. —Él está… ocupado comprando comida en los puestos —admitió en voz baja.
María echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
Sofia
Desde la distancia, Sofia observó toda la escena. Su ira había estado latente todo el día, pero ahora… Ahora, prácticamente emanaba de su piel.
¿Cuándo se convirtió la obediente Ella en el centro de atención? Incluso cuando debería haber sido humillada y sometida, de alguna manera salió victoriosa, como el ave fénix que resurge de sus cenizas.
Sofia había dudado sobre su plan, insegura de si era demasiado arriesgado tras el intento fallido de esta mañana. No quería enfadar aún más a Alex ni que la descubrieran de nuevo.
Pero ahora, al ver a Ella reír junto a un sonriente Alex, supo que tenía que hacerlo.
Esta noche, junto a la hoguera, Sofia atacaría.
Ella volvería a ser el centro de atención, pero no de la manera que ella esperaba.