Liam se puso rígido.
—Estoy intentando prepararla para…
—Sé lo que intentas hacer —le interrumpió Alexander—. Pero eso no es lo que Ella necesita. Sé lo que ella necesita.
Parpadeé.
—¿Qué quieres...?
Antes de que pudiera terminar, Alexander se puso a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo, atrayéndome hacia él. El contacto repentino me dejó sin aliento. Era cálido y sólido, con ese aroma que tan bien conocía, y a pesar de todo, mi cuerpo reaccionó al instante a su tacto.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y no pude evitar apoyarme un poco en él.
—Inténtalo de nuevo —le dijo Alexander a Liam, apretándome con el brazo—. Hazle otra pregunta.
Liam vaciló un instante, mirando hacia donde Alexander me rodeaba con el brazo. Finalmente, se volvió hacia mí.
—Luna Ella, ¿por qué tú y el Alfa Alexander decidieron mantener en secreto su matrimonio por contrato?
Abrí la boca, esperando volver a tartamudear. Pero sucedió algo extraño. Con el brazo de Alexander rodeándome, mi mente se aquietó de repente. El caos a mi alrededor pareció desvanecerse y pude concentrarme en la pregunta.
—Nuestro acuerdo era privado —dije con firmeza—. Nunca tuvimos la intención de engañar al público, pero algunos asuntos son personales, incluso para figuras públicas como nosotros.
—¿Y los pagos mensuales a tu padre?
—Forman parte de un acuerdo más amplio entre Ashclaw y Stormhollow —respondí con naturalidad—. Nuestras manadas siempre han sido aliadas, y el apoyo financiero tenía como objetivo fortalecer esa alianza.
La mano de Alexander me apretó suavemente el hombro. ¿Era una señal silenciosa de aprobación? Era irónico: el hombre que me había causado tanto dolor era ahora quien me ayudaba a superar esto.
Y lo único que había hecho era rodearme con el brazo.
Continuamos así durante varios minutos más, con Liam haciendo preguntas y yo respondiéndolas. Finalmente, Gabriel se aclaró la garganta.
—Ha llegado el momento. La prensa está preparada.
Sentí un nudo en el estómago, pero el brazo de Alexander permaneció rodeándome mientras nos dirigíamos a la salida. Justo antes de cruzar las puertas, se inclinó para susurrarme al oído.
—Tal como lo practicamos. Estaré a tu lado todo el tiempo.
Su aliento contra mi piel me provocó un escalofrío.
En cuanto pusimos un pie en la entrada, los flashes de las cámaras nos cegaron. El jardín estaba abarrotado de periodistas, que se gritaban preguntas unos a otros antes incluso de que llegáramos.
Llegamos al podio, si hubiera estado sola me habría quedado paralizada pero Alexander me rodeó con su brazo firmemente, tal como me lo había prometido. Observé el mar de rostros e inhalé profundamente. Su aroma me envolvió, tranquilizándome.
Gabriel se acercó primero al micrófono, nos presentó y pidió orden. Luego fue el turno de Alexander.
—Gracias a todos por venir —comenzó—. Estoy seguro de que todos han visto los artículos recientes sobre mi matrimonio con Luna Ella. Me gustaría referirme directamente a esas informaciones.
Luego explicó que sí, nuestro matrimonio había comenzado como un acuerdo entre manadas; pero la alianza había beneficiado tanto a Ashclaw como a Stormhollow, enfatizando que no era unilateral ni inapropiada.
Claro, omitió los… detalles personales. Como el hecho de no dormir en la misma habitación durante años y nunca comportarse como marido y mujer en la intimidad.
Cuando me tocó hablar, me acerqué al micrófono, sorprendida por la calma que sentía. La mano de Alexander seguía apoyada firmemente en mi espalda baja.
—Cuando me casé con Alpha Alexander, fue por deber hacia mi manada —dije—. Pero con el tiempo, se volvió algo más profundo. Al principio éramos extraños, pero los años nos permitieron conocernos.
La mentira me supo extraña en la lengua, pero continué de todos modos.
—Somos almas gemelas predestinadas. Y aunque nuestra relación haya tenido un comienzo poco convencional, con el tiempo nos hemos vuelto más cariñosos y unidos.
—¿Así que el contrato era real, pero desde entonces te has enamorado? —preguntó un periodista.
—Sí —respondió Alexander sin dudar—. A veces el destino obra de maneras misteriosas.
Traté de disimular mi sorpresa. Amor. Ciertamente no era un concepto que hubiera formado parte de nuestro matrimonio y sabía que era mentira pero la forma en que lo dijo sonó demasiado real.
La mentira era tan convincente que, por un momento, casi me la creí yo misma. Casi podía imaginar un mundo donde Alexander y yo nos hubiéramos enamorado de verdad, donde nuestro vínculo predestinado hubiera superado las barreras que nos separaban pero solo era una fantasía. En nueve mese cada uno seguiría su camino, ese era el plan.
Eso era lo que yo quería. Era la única manera de sobrevivir a esto, porque no había forma de que él realmente me amara alguna vez, en ese preciso instante, Gabriel señaló a una mujer de la primera fila que tenía la mano levantada.
La periodista se puso de pie, con la pluma lista sobre su libreta para escribir.
—Si estás tan enamorado —preguntó—, ¿por qué aún no has tenido un heredero?