La sala donde se reunían Los Memoria cambió con el tiempo. Ya no era solo un refugio. Era un taller de ideas, un espacio vivo. Había estantes improvisados, mapas en trozos de tela, frases cosidas en los bolsillos del alma. Pero lo más importante estaba aún por nacer.
La imprenta.
No como las antiguas, con ruido y papel a montones. Esta debía ser mínima, silenciosa, imposible de rastrear. Una máquina que sobreviviera a la persecución. Y para eso, necesitaban ayuda.
Fue entonces cuando llegaron tres nuevos rostros.
Martha, ex técnica de comunicaciones, apenas hablaba. Tenía las manos manchadas de tinta permanentemente. La habían dado por muerta tras un incendio en el Archivo Central, pero sobrevivió con la mitad del cuerpo quemado y un corazón intacto. Su talento: reconstruir circuitos obsoletos como si bordara.
Manu, antiguo operario de limpieza, tenía la capacidad de colarse en cualquier instalación sin ser visto. Sabía moverse como un pensamiento indeseado. Casi no sonreía, pero era leal como un perro herido.
Y Jimena, la más joven del grupo, 13 años, huérfana desde que tenía memoria. Recitaba libros enteros sin errar una palabra. Era su biblioteca viviente. Cuando hablaba, todos callaban. Porque en su voz estaba la infancia que les habían robado.
La tensión apareció cuando Jadiel propuso imprimir un solo texto: un manifiesto poético, lleno de frases que invitaran a sentir, a recordar, a imaginar. Un texto imposible de ignorar.
Gorka, sin embargo, tenía otra idea.
—Necesitamos algo más directo —dijo, con los puños cerrados—. Una guía de nombres prohibidos, ubicaciones del Consejo, planos internos… No poesía. Estrategia.
—La poesía puede mover más que un plano —contestó Jadiel.
—¿Y si no tienen tiempo de leerla antes de morir?
Hubo silencio.
Saúl intentó mediar, como siempre.
—Podemos hacer ambas cosas. Dos textos, dos almas. Que el pueblo elija qué le salva más.
Inara asintió.
—A veces hay que sembrar belleza y furia al mismo tiempo.
Jadiel y Gorka se miraron. Diferentes, sí. Pero inseparables. Porque en medio de sus discusiones, sabían que el otro nunca los dejaría caer.
Durante días trabajaron en la sombra. Martha adaptó piezas con huesos de metal viejo. Manu trajo tinta química que no dejaba rastro en los detectores. Jimena fue la primera en imprimir una frase:
“Somos palabras que no pudieron quemar.”
Cada vez que la leían, alguien lloraba.
Una noche, mientras trabajaban, Jadiel se quedó dormido en el suelo. Gorka lo cubrió con su chaqueta. Lo miró largo rato. Y murmuró algo que no le diría jamás en voz alta:
—Si me matan, que sea antes que a ti. Alguien tiene que contar esto.
Al amanecer, la imprenta clandestina cobró vida.
Imprimieron 37 copias de dos textos distintos:
Uno era una lista.
El otro, un poema.
Ambos terminaron con la misma frase:
“Si estás leyendo esto, recuerda: tú también eres un libro.”
Dos días después, una de las copias apareció pegada en la entrada del Consejo Supremo.
Nadie supo cómo llegó ahí.
Pero a las pocas horas, seis sectores fueron puestos en cuarentena.
Y el rumor se esparció como el fuego: "Los libros han vuelto."