La Última Página

Capítulo 6: Voces que arden

Martha no dormía desde hacía días.

Pasaba horas reparando las piezas de la imprenta portátil, con los ojos inyectados de tinta seca. Jimena la seguía en silencio, como si percibiera que algo en Martha estaba a punto de romperse.

Gorka la observaba desde lejos. Jadiel, en cambio, no podía quedarse quieto.

El grupo había sufrido la ausencia de Saúl. Aún nadie hablaba mucho de eso. Cuando alguien se va con miedo, deja un eco distinto. No es muerte. Es abandono. Y duele más.

Inara convocó una reunión especial.
—A partir de ahora, no escribiremos solo mensajes —dijo—.
Vamos a escribir vidas.
Una frase por cada uno. Un capítulo por cada herida.
Nace la biblioteca nómada.

Luna fue la primera. Talló sobre una lámina de madera fina, usando una aguja oxidada.

“Fui obligada a destruir libros. Hoy guardo sus cenizas como semillas.”

Luego Jimena, con voz firme:

“Me prohibieron leer. Por eso recuerdo todo.”

Gorka, simple:

“No sé escribir bien, pero cada cicatriz mía ya es un texto.”

Y Jadiel...

“No quiero salvar el mundo. Solo impedir que se olvide lo que ya pasó.”

Martha se levantó, con la mandíbula tensa.

—Yo trabajé para ellos. Fui diseñadora de algoritmos de censura —dijo sin titubear—. Creé los primeros filtros que borraban poemas de los registros digitales. Quemé más palabras de las que puedo contar.

Silencio.

—Mi castigo fue justo —añadió—. Pero no basta con arrepentirse. Por eso, me quedo. No para redimirme. Para reconstruir lo que ayudé a destruir.

Jadiel asintió.
No perdonó. Pero entendió.

Gorka no habló. Pero esa noche, sin que nadie lo viera, dejó una página bajo el catre de Martha. Decía:

“Todo traidor fue antes un creyente. Y a veces, quien más destruye es quien mejor sabe cómo proteger lo que queda.”

El plan cambió. La imprenta ya no sería solo para reproducir ideas. Ahora sería un taller de memorias. Cada hoja impresa sería parte de una gran recopilación: un libro sin autor, sin final. Cada copia, distinta. Cada lector, también escritor.

El arte como arma. La memoria como raíz.

Jadiel propuso una consigna:
“No salvamos libros. Nos convertimos en ellos.”

Gorka, con una sonrisa seca, le agregó:
—Y si nos queman, que al menos arda el sentido.

Una noche, mientras trasladaban la imprenta a una vieja estación subterránea, escucharon un estallido lejano. Luego, interferencias en la radio.

—Quemaron la Galería Norte —dijo Luna —. Donde guardaban las pinturas ilegales. Es oficial. Ahora también persiguen el arte visual.

Inara tembló.

—Van por todo lo que no puedan controlar.

Jadiel pasó horas esa noche dibujando sobre una sábana vieja. No era artista. Pero pintó lo que recordaba de una portada: la silueta de una mujer leyendo bajo un árbol, con letras cayendo como hojas.

—No podemos salvar las imágenes reales —dijo—, pero podemos inventar otras nuevas.

Jimena sonrió.
—Eso es dibujar con rabia.

Gorka se acercó.
—¿Y si ya no queda nadie para verlas?

—Entonces que las encuentre quien venga después.

Cuando terminaron, guardaron todo en una caja negra con un grabado que decía:

“Para quien resista el olvido.”

La enterraron bajo la estación.
No era un mensaje para los vivos.
Era un pacto con el futuro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.