El vagón número 3 fue el primero en salir.
Recubierto de chatarra y óxido, parecía una ruina sobre ruedas. Pero dentro, late algo más fuerte que el motor: libros impresos, encuadernados a mano, apilados en cajas marcadas con un solo símbolo.
Una pluma negra atravesada por una línea roja.
 El emblema de los guardianes.
Jadiel observaba desde la estación oculta mientras Jimena organizaba los paquetes por barrios. Gorka hablaba con los más pequeños, que escuchaban como si fueran soldados antes de una misión.
—¿Y si nos descubren? —preguntó uno de ellos.
Gorka respondió sin levantar la voz:
 —Entonces se llevarán papel. Pero no las ideas. Las ideas ya están adentro de ustedes.
La red de distribución comenzó con bicicletas, zancadas, mochilas rotas. Los niños recorrían callejones, subían por cañerías, se colaban entre muros agrietados. Dejaban los libros en los lugares más impensables:
El sistema no reaccionó de inmediato. Los drones aún buscaban pantallas apagadas, no papel sucio. Pero pronto, las primeras lecturas comenzaron a filtrarse por la ciudad.
Una mujer leyó en voz alta un fragmento en mitad del mercado y todos se quedaron callados.
 Un hombre rompió su licencia digital después de leer un poema sobre la libertad del pensamiento.
 Un niño se tatuó en la pierna la frase:
“El silencio no me educa. Me encarcela.”
Jadiel y Gorka no dormían. Iban de estación en estación, activando los puntos seguros. Martha, desde el archivo, imprimía día y noche. Inara recopilaba relatos nuevos.
Jimena y Luna comenzaron un mural en la entrada de un túnel. Lo llamaron La Biblioteca de las Sombras. Cualquier niño podía pintar allí una escena de su libro favorito.
Y así lo hicieron. Con pinceles. Con dedos. Con sangre.
Una noche, llegaron noticias. El Consejo del Control preparaba una redada general en el sur.
 Querían capturar al supuesto “autor principal” de los textos insurgentes.
Jadiel.
Pero cuando entraron a la estación señalada, encontraron a cien niños esperando.
 Cada uno con un libro en las manos.
 Cada libro distinto.
Un oficial preguntó:
 —¿Quién los escribió?
Jimena dio un paso al frente y respondió:
 —Todos. Nadie. ¿Importa?
Ese fue el día que no arrestaron a nadie.
 Fue el día en que por primera vez, los guardias bajaron las armas para leer.
El archivo se volvió escuela. El tren, editorial.
 Las paredes, bibliotecas.
Y aunque el sistema siguió existiendo, algo dentro de él ya no era intocable.
 Las pantallas comenzaron a tener texto.
 Las voces comenzaron a citar frases no autorizadas.
 El miedo cambió de lugar.
Gorka una vez le preguntó a Jadiel:
—¿Crees que ganamos?
Jadiel no respondió. Solo señaló una niña que leía en voz baja, al pie de una estatua rota.
Ella levantó la vista y dijo:
—Estoy en la última página. Pero no quiero que termine
Y entonces, el lector de este libro —tú— lo entiende:
Este no es un final. Es un nuevo prefacio.
La historia continúa.
 Donde hay palabras,
 hay fuego.
 Donde hay libros,
 hay libertad.