Aarón caminó con Luisa por los fríos pasillos del hospital oriental, en sus dependencias el silencio gobernada por la mayoría de los sitios.
—¿Por qué te dejaron aquí? —preguntó Luisa, caminando sonoramente con sus tacos por el piso helado.
—Es que evacuaron el hospital, algunos se fueron, otros nos quedamos y como yo tengo mucha suerte, me dejaron aquí, cuidando a los que tienen sintomatología extraña.
—¿Sin-sintomatología extraña? —pregunto Luisa, mirando el rostro de Aarón.
—Hay sospechas de que el virus Barterra está atacando, no como lo hizo en los otros países, pero si con esta especie de gripe, por eso están aislados los pacientes que siguen aquí.
Aarón y luisa fueron hasta la consulta donde atendía el, Luisa se fue de inmediato hasta la ventana por la cual se colaba el cielo rojizo con ciertas franjas de color lila, lo cual era maravillosamente extraño.
—¿Qué miras tanto? —preguntó Aarón, acercándose hasta Luisa.
—El cielo, tienes buena vista desde aquí —expuso la mujer volteando hasta Aarón.
Luego de aquella respuesta Aarón mantuvo un silencio breve, que duró solo cinco segundos para mirar a Luisa de forma fija y preocupada.
—¿Qué hacía Chris contigo? —preguntó Aarón, los celos eran modulados a través del tono de voz, el cual siempre tenía características terapéuticas.
—Estaba con Scarleth cuando tuvimos que evacuar el centro, ella nos llevó a su casa, ahí encontramos a Chris.
—Entiendo, te lo pregunto por...
—Sé porqué lo preguntas, no soy tonta, es obvio que estás celoso y créeme que lo lamento, yo nunca he querido hacerte daño Aarón Vieth, estos meses juntos han sido buenos, pero antes de ti, antes de todos los momentos que hemos compartido, a mi Chris ya me interesaba, Scarleth lo sabía, tu también lo sabías.
—Pensé que eso era pasado.
—Pero te equivocaste, Aarón, quiero que sigamos siendo amigos.
Aarón soltó una carcajada, que lejos de producir alegría en la mujer, provocó cierto desconcierto.
—¿De que te ríes?
—Me siento tan tonto, soy un imbécil.
—No deberías sentirte así, eres un buen hombre, eres simpático, alegre y muy inteligente.
—¿Entonces porqué no te quedas conmigo? ¿Por qué quieres seguir con la tonta esperanza de que el hermano de tu jefa te haga caso? El tiene novia, y me parece absurdo que tú limites tu vida solo porque te gusta alguien que no ha considerado incluirte en la suya, es tonto, es loco y me molesta.
—Lo intenté Aarón, intenté hacerlo, te lo juro, pero no pude, sabes que en las cosas del corazón no se manda.
—Siempre he odiado esa frase, en mi opinión son excusas tontas de gente tonta, pero. —Aarón interrumpió todos sus gestos de molestia y su actitud con Paloma para cambiar radicalmente de tema. —Iré a dejarte a tu casa, si el bloqueo sigue levantado, entonces te dejaré en la casa de Scarleth.
—Preferiría ir a la casa de mi madre, no la he visto —acusó la mujer.
—Tu madre vive lejos, como a dos horas —pronunció Aarón, evidenciando cierta indisposición para llevarla hasta allí.
—Es el lugar donde debo ir —afirmó la mujer.
—Espero que tenga la misma disposición que yo cuando seas su esposa —comentó Aarón, irónicamente, en referencia a Chris, haciendo que Luisa se cruzara de brazos con molestia.
—Muy gracioso —comentó la mujer en el mismo tono.
—Muy gracioso —reparó con burla el hombre, sacando a Luisa de la oficina, junto con su bolso y chaqueta.
La pareja se dirigía con calma hasta Psiquiatría, donde aguardaban los pacientes bajo sospecha del síndrome de Lázaro.
—Este lugar me da escalofríos —advirtió Luisa, cerrando su abrigo.
—Es que están las ventanas abiertas.
—¿Porqué tienen las ventanas abiertas? —preguntó la mujer.
—No tengo idea, por difícil que suene creerlo, nunca vengo a esta sección del hospital, no trabajo con pacientes con trastornos, sino en el área de oncología, ya te lo he contado como ochenta y cuatro veces —declaró Aarón.
—No hay modo contigo, cuando estás enojado te comportas como un niño de cinco años.
Al entrar hasta una sala grande con piso de madera, Aarón le solicitó a Luisa que se quedase ahí, que el iba a avisar que se retiraba.
Aarón viró por un pasillo hasta una puerta blanca grande, al cruzarla siguió con otro largo pasillo con muchas puertas a los costados, donde antes se encontraban los internos, ahora dormían ahí los pacientes con Barterra.
En cuanto Aarón caminó por ese sector, esperaba llegar hasta el fondo, donde la cocina del recinto y otras dependencias se ubicaban. Al hacer arribó se encontró con uno de los militares solo en ese sitio.
—¿Dónde están los demás? —preguntó Aarón.
—En la sala común donde están la mayoría de los pacientes —respondió el hombre. Su nombre era Ben, era muy alto de piel trigueña y ojos oscuros.
—Voy a irme, volveré mañana temprano, también tiene que venir más personal así que no creo que pasen mucho tiempo aquí.
—Está bien, no hay problema, aunque debes consultarlo todavía con mi superior, ella debe autorizar tu salida.
—La buscaré, en la sala común me dijiste ¿cierto? —preguntó Aarón.
—Así es.
Aarón entonces se apartó del sitio, buscando tal sala común, la cual parecía ser un cuarto grande rodeado de ventanas acrílicas, detrás de ellas había una profunda oscuridad que impedía ver algo.
Aarón pensó que era extraño que estuviesen con las luces apagadas, pero cuando entró, encendió la luz develando el panorama.
Las camillas estaban vacías, todos los pacientes se habían volcado al suelo, arrodillados en él comían a los enfermeros y militares que estaban cuidándoles. El pavor invadió a Aarón, no faltó el paciente que se levantó con las intenciones de comerse al psicólogo, pero este cerró las puertas para pensar que debía hacer.