Elijah corría junto con dos sujetos hacia una sala oscura, al entrar algunos frenéticos sujetos sentados en sillas le pidieron silencio, necesitaban escuchar el televisor, quizás confirmar lo dicho antes. Los obreros cubrían sus caras, algunos de ellos salieron a llorar al exterior, para que sus demás compañeros de trabajo no les viesen derramar lágrimas, como si eso fuera a calmar la angustia y desesperación de sus vidas.
Hombres con barbas, vestidos con chalecos de seguridad, con cascos de color naranjo, amarillos y blancos, manchados con aceite, robustos. Aquellos que tenían vellos gruesos en su rostro, ellos no podían dejar de llorar en torno de esa radio infame que no paraba de dar malas noticias.
Marckova había sido bombardeada, o por lo menos eso entendían aquellos que oían la radio a esa hora. Mientras todos escuchaban atentamente el mensaje del gobierno, Elijah se apartó de todos saliendo hasta un amanecer extraño, el frío cubría esos montes rocosos del norte.
Elijah se sentó para ver el teléfono, adivinando casi proféticamente que continuaba sin señal.
—¡Maldita sea! —exclamó, tirando lejos el aparato, mientras seguía ahí, sobre esa silla, cubriendo su cabeza con las manos. ¿Cuán culpable podía sentirse un hombre por dejar a su esposa en una ciudad que sería bombardeada?
Elijah solo imaginaba su casa cubierta de ceniza y escombros, sepultando eternamente a Scarleth. Sin embargo Edmond proporcionó opciones para los trabajadores.
El hombre alto de aspecto formal, habló a todos diciendo que se acercaran, así que la mayoría comentaba cuales serían las determinaciones de la empresa con sus trabajadores.
—Amigos míos, sé que todos están bastante afectados por lo que salió en la radio hace un rato, de hecho ni yo mismo me lo creo, pero independiente de eso, es mi deber como supervisor, señalar que tienen el derecho de retirarse a su hogar, para que estén con sus familias, a saber si están bien, ojalá así sea.
—¿Nos llevarán en algún bus? —preguntó un trabajador joven.
—Así es, la empresa puede proporcionar un bus para llevarlos de regreso a sus hogares —respondió Edmond.
Tantas palabras y tantas conversaciones ocurrieron en esa hora, pero Elijah no logró concentrarse en ninguna, solo oía las voces de fondo, lejanas y frías. Los ojos fijos de Elijah se perdían en un punto lejano en el horizonte, su mano se había detenido en sus labios, obnubilado.
—¡Elijah! —pronunció con fuerza, Edmond.
—¡Dime! — Elijah despertó de su extraño nivel de conciencia.
—¿Qué harás? ¿Te vas o te quedas? —preguntó su amigo.
—Me-me voy —respondió Elijah levantándose del asiento.
—Vale, ve por tus cosas, el bus llega en una hora, si queda cerca la cuadrilla de buses de la empresa —comentó con ironía.
—Lamento no haber podido seguir trabajando aquí —La disculpa de Elijah hizo que Edmond hiciera un gesto de relajo.
—No te preocupes, amigo, veré que recibas tu cheque, llévate también una caja de mercadería que se llevan los trabajadores, tenemos siempre cajas que sobran para dejarle a los trabajadores.
—No es necesario —afirmó Elijah en tono despreocupado.
—Lo será. — Las palabras de Edmond sonaron diferente, entonces Elijah borró su despreocupación del rostro, repasando una y otra vez por qué Edmond le dijo aquello.
—¿Por qué? —preguntó sin poder ocultar su curiosidad.
—Nada, nada ¡Llévate una caja, hombre! —gritó en tono amistoso el hombre, haciendo que Elijah le mirase con extrañeza, como si quisiera ocultarle algo.
Toda la empresa se movilizaba en pos de la emergencia. Una hilera de camiones blancos de todos los tipos se encontraban reunidos, probablemente sea unos trecientos vehículos que partirían todos juntos al oriente del país, sin embargo Elijah continuaba creyendo que el cuento del millonario guarda semillas era algo estúpido o por lo menos no era del todo verdad.
Mientras se paseaba por la hilera de camiones, observó cómo vehículos aljibes, camiones cisternas llenos de combustible, agua y otros.
Los camiones partieron dejando desnuda la plataforma de vehículos, dejando los buses afuera del recinto, contemplando con cierta admiración como tal flota se movía. Elijah no estaba exento de aquello, sino que se acercó a la espalda de Edmond para poner su mano en el hombro del sujeto.
—¿Qué harás ahora? —preguntó Elijah.
—Esperaré a que se vayan todos, debo atender unos asuntos en uno de estos pueblos, pasar a buscar a mí esposa y ver la manera de viajar hasta la casa de mis suegros —respondió el hombre.
—¿Viven muy lejos?
—En las afueras de Centralia, así que como no hay aviones por eso de los satélites, estoy obligado dar un largo viaje.
—Así veo, bueno, dale saludos a tu esposa, nos vemos cuando todo pase —pronunció Elijah en tono amistoso.
—¡Suerte amigo! —respondió con cercanía Edmond, abrazando a Elijah fraternalmente.
Elijah asintió con la misma actitud, contemplando como su amigo se alejaba una vez concluido el abrazo.