Era una noche fría en Buenos Aires y a medida que se acercaba el invierno, las temperaturas bajaban aún más, aunque no tanto como años anteriores. Julián recién llegaba de jugar al fútbol. Lo primero que hizo fue darse una buena ducha ya que no podía soportar el olor a chivo que tenía.
Inmediatamente después de ducharse, agarró el celular y miro las notificaciones. Entre ellas, figuraba una que le llamó especialmente la atención: varias llamadas perdidas de la vieja de su mejor amigo, Javier. Juli miró con extrañeza su celu y se preguntó qué quería Verónica. Tenía que ser algo muy urgente porque era muy raro que lo haya llamado varias veces. Juli llamó y lo primero que escuchó cuando lo atendió fueron sollozos.
- Hola Vero. Recibí varias llamadas tuyas. Disculpa que no atendí antes. Estaba jugando al fútbol. ¿Qué pasó? – le preguntó Juli expectante a la respuesta de la mamá de su amigo.
- Es… Javo – a Vero le costaba decir cada palabra y tenía que hacer un esfuerzo descomunal para combatir el llanto. Juli se empezó a rascar la cara y el pelo. Algo malo había pasado con su amigo, pero no era la primera vez y tampoco iba a ser la última.
- ¿Qué le pasó esta vez? Así veo de qué manera puedo ayudar – el joven agarró un anotador y una lapicera. Conocía gente que podía ayudar a su amigo y no era la primera vez que lo hacía.
- No… no es eso – los sollozos no se detenían y Juli se quedó pensando hasta que le cayó la ficha.
- ¿Qué tan grave es? ¿Lo tuvieron que internar? – él hacía pregunta tras pregunta y su preocupación iba en aumento a medida que la madre de su amigo no podía contarle lo que le había pasado a Javier.
- Javo… murió – el joven se quedó paralizado unos minutos mientras escuchaba a la mamá de su (ahora) difunto amigo llorar desconsoladamente.
- ¿Javo murió? –necesitaba corroborarlo. No era que no le creyera a la madre de su amigo, pero era una revelación difícil de digerir. Nunca pensó que iba a tener que preguntar eso. Su amigo se había involucrado en innumerables situaciones peligrosas y siempre había desafiado a la muerte. Eran tantas las historias que Javo le había contado de sus peligrosas aventuras que lo veía como a alguien invencible. Sin embargo, su amigo siempre corría un riesgo enorme y sabía que podía llegar el día en el que…
- Murió. Lo encontraron muerto en el depto – Juli se desplomó en el sofá y se quedó mirando el techo. Vero repetía su nombre varias veces, pero él no podía responder. Parecía como si alguien le hubiera arrancado la voz. No sabía cómo reaccionar ante esa revelación. Nadie lo había preparado para ese momento: ni la escuela, ni la facultad, ni sus padres, ni sus amigos. Nadie. El golpe fue tan duro, tan duro como pegarse en el asfalto después de caer de un edificio de 30 pisos. Se le habían muerto familiares muy cercanos y pensó que iba a saber reaccionar en una situación como esta, pero ni la vida misma ni la experiencia te preparan para eso. Siempre va a ser igual de duro, igual de triste, que la primera vez que uno lo experimenta porque se va un pedazo de alma con aquella persona que fallece.
- Después te llamo Vero. Gracias por avisarme. Volve a llamar si precisas que te ayude con algo – Juli cortó y siguió mirando al techo.
De repente, el hambre se le había ido y solo quería irse a dormir. El estómago cerró sus puertas por hoy y nada más ingresaba. Mañana no sabía cómo iba a hacer para levantarse para ir a trabajar y cómo poner buena cara. “QUE MIERDA QUE ES LA VIDA” pensó y le pegó una fuerte piña al respaldo del sofá azul marino al grito de “LA PUTA QUE LO PARIÓ”.
El grupo que tenía con sus amigos, donde estaba Javo también, se reactivó después de estar unos días dormido. Juli no sabía que escribir, le costaba volcar en palabras lo que sentía. Solo se dedicó a leer lo que escribían sus amigos y se quedó tendido con los ojos cerrados pensando que todo eso era una pesadilla. Una pesadilla real a la que iba a tener que sobreponerse. Solo tenía al tiempo de su lado, que con su pasar le iba a sanar las heridas. O no.