Personas vestidas de negro lloraban y conversaban en una habitación pintada de blanco puro. Juli no se hacía eco de los murmullos de los asistentes ni de las conversaciones que llevaban a cabo sus amigos como si estuviera encerrado en una burbuja invisible. Estaba en otro plano dimensional que lo alejaba del resto de las personas. Los sándwiches de miga que tanto le gustaban le daban nauseas, las cuerdas vocales no le respondían, y sus piernas estaban tan flácidas como una casa de paja. En esos momentos, deseaba estar encerrado en una caja hasta que el dolor y la angustia se le fueran.
Al finalizar el servicio fúnebre, Verónica y Roberto, los padres de su difunto amigo, lo invitaron a cenar. Juli aceptó por obligación y educación, además de que el dolor de los padres era aún más grande que el suyo. Al joven le temblaban las manos y sus pies estaban rígidos. Respiraba de a ratos porque no tenía ni idea de cómo llevar esta situación. No sabía cómo contener a la madre y al padre de su amigo, no sabía que palabras elegir para no quedar mal, para no quedar como una persona fría e insensible.
Durante el viaje a la casa donde vivió su amigo, Juli no pudo decir ninguna palabra. No se le ocurrió ningún tema de conversación para desviar el asunto del deceso de Javier. La boca formó una muralla para que las palabras no le fluyeran. Miraba por la ventana para no tener que encontrarse con las miradas de Vero y Robert.
Al llegar al edificio en el que vivió su amigo con sus padres, colocó el mantel, los cubiertos y los platos en el pequeño living. Se quedó frente a frente con Robert que, sin previo aviso, lo abrazó y empezó a sollozar. Un hombre que de altura y tamaño parecía un ropero y al cual nunca pensó que lo iba a poder ver tan frágil. Juli devolvió el abrazo con igual intensidad. “Porque se tuvo que ir” dijo entre lágrimas el padre de su difunto amigo y agregó “Es injusto lo que le paso”. Juli solo atinó a decir “Lo sé” porque lo sobrepasaba la situación. No había forma alguna de consolar a unos padres que vieron morir a su hijo. Juli estaba dolorido, pero el dolor que sentían los padres de su amigo no se comparaba con el suyo. El solo podía acompañar en el dolor y hacerlo lo más leve posible. Y como una represa que no soporta la fuerza de la corriente de un río o lago, se largó a llorar y se resguardó en el hombro de Robert.
Después de que se cesaran las lágrimas y los sollozos, Juli y los padres de Javo se sentaron en la mesa del living. Era necesario descargar. Se había sacado un peso de encima. Eso no quería decir que se sintiera mejor. Apenas había retirado una piedra de las varias que tenía acumuladas.
Juli se puso a charlar con los viejos de su amigo con cerveza y pizza de por medio. Contaron varias anécdotas y varios momentos vividos con Javo y se rieron toda la noche. De los llantos y las lágrimas a las sonrisas y las carcajadas. Aunque su amigo se había ido, sabía que siempre iba a estar presente en esos recuerdos que se forjan para toda la eternidad. En cada asado, en cada previa, en cada juntada, en cada vacación, Juli sabía que lo recordarían a Javo porque él vive en la memoria de todas aquellas personas que lo conocían, ya sean familiares o amigos.
Ya pasadas las 12 de la noche, Juli se despidió de los viejos de Javo, los cuales le dieron un fuerte abrazo y le agradecieron por haber aceptado la invitación y por la charla tan agradable que tuvieron. Además, le recordaron que, si precisaba algo, que no dude en llamarlos. El joven les agradeció por todo y les dijo que no duden en llamarlo.
Al llegar a su pequeño departamento, Juli se tiró en la cama y se puso a observar fotos con su amigo. Fotos de los últimos momentos que vivieron juntos, videos graciosos, fotos impresas de la primaria y del jardín, aquellas que se sacaban con una cámara digital, incluso leyó chats y escuchó grabaciones de voz. Cualquier cosa que le hiciera recordar a su amigo. Era la única manera de sobrellevar ese dolor. Cada uno lo procesa a su manera: llorando, recordando, olvidando, mirando fotos o videos y de cualquier otra manera. No hay una fórmula, no hay ley que disponga como se debe llevar el duelo.
Mientras se aferraba a esos recuerdos, una paloma gris claro le invadió el cuarto. En cuanto Juli se levantó de su cama, la paloma ya había tomado vuelo, no sin antes dejar un objeto color madera en uno de los muebles de su cuarto. Se acercó al mueble y agarró una hoja ecológica que tenía escrita una nota, la cual decía lo siguiente: “Juli tenemos que hablar. En cuanto puedas contáctame. Saraia” El mensaje era así de conciso y directo. Él, que no quería aguantar hasta mañana a pesar de que los párpados se le cerraban, llamó a la Hechicera que no demoró ni un segundo en atender. Al parecer el asunto era de gran importancia porque tenía que venir el apocalipsis para que Saraia contestara al primer llamado.
- Saraia recibí tu mensaje – le dijo Juli que se sentó en la cama.
- Buenísimo. ¿Podrás venir mañana después de la jornada laboral? – le preguntó la Hechicera Austral. Juli no tenía muchas ganas: entre procesar la muerte de su amigo y de que iba a estar agotado con el trabajo de reunirse con Saraia. Sin embargo, sabía que lo iban a consumir la intriga y la ansiedad de averiguar que pretendía quien fue la tutora de su amigo por varios años.
- Por supuesto. Ahí estaré – le respondió Juli.
- Muy bien, si no hay nada más que agregar, cortó entonces – le dijo ella.
- Ah Saraia. Podrías haberme mandado un mensaje de texto o haberme llamado en lugar de enviar a una paloma mensajera – le recordó el joven, lo cual desató la carcajada de la Hechicera Austral.
- Prefiero comunicarme de las formas tradicionales. Hasta luego, Juli – ella cortó, sin darle tiempo al joven de despedirse.
A la tarde siguiente, Juli estaba presente en el hogar de La Hechicera Austral entre demoras del transporte público y el caos del centro de la ciudad. Ella lo recibió con un fuerte abrazo y con una buena merienda: había medialunas, tostadas, café recién hecho, leche, fruta, etc., en la pequeña mesa del comedor donde solo entraban dos personas. Juli se comió unas tostadas con una mermelada de frutos del bosque y tomó un café con leche mientras que la Hechicera Austral se decidió por unas medialunas y un té.