Era un domingo al mediodía. El sol se sentía fuerte en las calles de San Cristóbal donde no se veía ni un alma. Faltaba poco para que llegara el verano, pero ya se estaba empezando a sentir.
Juli y la Hechicera Austral estaban parados frente a una casona antigua que le faltaba unas cuantas manos de pintura y cuyas ventanas de madera les faltaba mantenimiento. La Hechicera Austral tocó el timbre y una voz malhumorada la atendió como si le hubieran interrumpido el almuerzo. Saraia contestó y al cabo de un rato abrió la puerta una mujer de estatura alta, pelos largos en trenzas de color marrón y ojos grandes oscuros. Vestía un largo vestido de colores vivos y llevaba varios anillos y colgantes.
La Hechicera Austral meditaba cuando debía atacar la base de operaciones del Clan Noche Eterna. A la noche iban a estar todos despiertos y en su máximo potencial, en cambio, a la mañana iban a estar más cansados y no iban a poder correrla en plena luz del día. El horario ideal para iniciar el ataque era una vez que el Sol saliera por completo.
Otra cuestión a resolver era que armas llevar. No cabía duda de que bombas de estruendo y de sueño eran indispensables para este tipo de asuntos, además de que se iba a tener que enfrentar a varios vampiros. Las bombas de humo no servían ya que los vampiros no se veían afectados por eso. Y no iba a tener que usar el hechizo de teletransportación ya que una vez al aire libre no la iban a poder perseguir. Con todo esto en consideración, la Hechicera Austral iba a recuperar el libro que pidió la Nigromante.
La Hechicera Austral llegó al boliche “Calisto” en cuanto salió el Sol. No había nadie vigilando la entrada ya que había luz, además de que era un lunes y era muy raro que un boliche esté abierto ese día de la semana. “Erba atreup” pronunció la Hechicera y la doble puerta negra se abrió al instante. A tientas, sin saber a dónde se metía, Saraia se adentró en el boliche. No había ni una sola ventana en aquel lugar: estaba en la oscuridad total, a la deriva en medio de un agujero negro. Por suerte, sus muchos años de experiencia y sus luchas contra vampiros le enseñaron a acostumbrarse a ámbitos carentes completamente de luz. Agarró la poción de visión de murciélago, tomó mitad de ella y al instante el iris se le oscureció y la pupila se le puso de un color verduzco. Estaba cerca de los vestidores y los baños de la entrada principal. Haciendo el menor ruido posible, ella se dirigió a la pista principal: no había rastros de ningún vampiro. Ya ni se acuerda la última vez que había ido a bailar, pero las últimas veces que fue a un boliche, fueron por asuntos de vampiros u hombres lobos que se dedicaban a ese negocio por lo general. Cuando se disponía a dirigirse al sector VIP que se encontraba en el piso superior, se le aparecieron dos ojos rojos.
“¿Qué tenemos aquí?” Saraia escuchó una voz que vino de un hombre pálido, pelado, que llevaba puesta una musculosa blanca y un jean ajustado.
“No tengo tiempo para discutir. ¿Sabes lo que tengo en la mano?” Saraia sacó un círculo y el vampiro se rio, confiado de que la Hechicera no iba a hacer nada.
“Jajaja. Estás rodeada. No podés hacer nada” El pelado forzaba su voz para que parezca más grave y para demostrar autoridad. Saraia dejo caer la bomba y una luz intensa cubrió todo el boliche. Aprovechando que los vampiros se cubrían los ojos, la Hechicera corrió a un lado al pelado y ascendió al sector VIP donde abrió un agujero en el techo por el cual entro la luz del Sol.
“Yo no tengo problema en destruir todo el techo del boliche” dijo Saraia que volvió a abrir un agujero más cerca de la posición en la que se encontraban los vampiros. El pelado le hizo con las manos para que se detenga.
“¿Qué quieres loca de mierda?” le preguntó el vampiro y Saraia volvió a arrojar a una bomba cerca del grupo de 10 vampiros que se volvieron a tapar los ojos.