Parecía re fácil deshacerse de un brazalete. Sin embargo, no era cualquier brazalete. Juli se acordaba de memoria la fecha en que habían comprado esos brazaletes y cómo había sido la secuencia. Adquirirlo fue fácil: pagó lo que tenía que pagar y punto. No obstante, tener que quemarlo para invocar el espíritu de su amigo era una decisión complicada. Se podía comprar otro brazalete igual, en el mismo puesto, pero no iba a tener el mismo significado. El brazalete celeste y verde era un símbolo de muchos años de amistad. Desde que se la había comprado, nunca se la había sacado; incluso Javo la llevaba puesta cuando lo encontraron muerto.
Es increíble ese capricho por atarnos a una insignificante cosa, cómo ese objeto se vuelve una parte fundamental de nosotros como si fuera otra extensión o parte del cuerpo. ¿Nos cambia la vida tener esa cosa? Absolutamente en nada. Entonces, ¿Por qué defendemos a muerte un simple objeto por más que su valor monetario sea ínfimo? Porque el valor emocional es incalculable. No hay forma de medir el valor sentimental que tiene un objeto; se eleva hasta el infinito. Y perderlo es como si nos arrancaran una parte del alma o del cuerpo. Juli sentía que algo se le iba cuando le entregó el brazalete a la nigromante.
Estaban en El Bolsón, en una feria de artesanos, un domingo a la noche. Estaba repleto de turistas que querían llevarse algún recuerdo de ese pueblo y Juli y Javo no eran la excepción.
Habían pasado por casi todos los puestos ya que Melody y Valen daban mil vueltas con respecto a que llevarse. Todo lo que había en esa feria les parecía lindo, pero la capacidad de sus valijas y su presupuesto les decían lo contrario. Juli y Javo se habían sentado en un asiento y leían tweets para matar el tiempo. Todavía tenían que ir a Bariloche y no querían malgastar su plata en artesanías.
- Che amigo, ¿y si nos compramos alguna boludes? – Juli lo miró raro a su amigo. Hasta hace un momento quería volver al hostel y ahora quería comprarse algo.
- ¿Me estás jodiendo? Me estás jodiendo – Juli se rio, pero Javo se paró y lo miró serio.
- Es en serio. Una pulsera o alguna tobillera. Gastamos poco y nos queda como recuerdo – Juli bajó la mirada, pensativo. Él no era de usar adornos en las manos, los pies o la cabeza porque nunca le había interesado, además de que no tenía sentido.
- Mmm… bueno. Una pulsera de tela está bien – afirmó Juli y se levantó.
Javo y Juli pararon en el primer puesto que vieron pulseras de macramé y compraron de una combinación rara de colores. Ni siquiera consultaron precios en otros puestos y no sabían si los estaban estafando. Tampoco revisaron si había pulseras de mejor calidad y de mejor material. No querían perder tiempo como lo habían hecho las mujeres que todavía no sabían que iban a llevarse. En cuanto las compraron, con la ayuda del vendedor, se colocaron las pulseras, ambos en la mano derecha. Una simple pulsera para cualquiera, pero un recuerdo invaluable para Juli y Javo.