Juli llegó a San Martín de los Andes por la tarde noche en el último vuelo del día. Tuvo que usar una parte de sus ahorros para comprar un pasaje de avión e iba a tener que trabajar unos meses para recuperar lo que gastó. Tuvo suerte de que había asientos disponibles ya que el vuelo estaba casi todo vendido. En dos horas, ya estaba en el Aeropuerto Chapelco donde se tomó un taxi hasta la dirección de la Hechicera Austral.
Más de una hora después y de transitar más de 40 kilómetros, Juli llegó a la casa de Saraia, ubicada en Quila Quina. Ya se había hecho de noche. La cabaña de la Hechicera Austral era austera, pero su vista era impresionante: se podían apreciar las aguas cristalinas del Lago Lácar y la flora y la inmensidad del Cerro Bandurrias. La cabaña contaba con un living conectado con la cocina, un baño, dos habitaciones y un pequeño lavadero. Tenía un pequeño patio en el frente donde había una hamaca paraguaya y una silla reclinable.
Saraia lo recibió a Juli con unas ricas milanesas que él devoró en cuestión de minutos. Después de eso, tomaron un té antes de irse a dormir. Mañana tenían que encontrarse con los elfos del lago, los cuales tenían una buena relación con la Hechicera Austral, la cual los había asistido en reiteradas ocasiones.
A la mañana siguiente, después de un desayuno completo que incluía medialunas, frutas, tostadas, panqueques, mermeladas y tantas otras cosas más, Juli y Saraia partieron hacia el Lago Huechulafquen que se encontraba dentro del Parque Nacional Lanin. El lago se encontraba a varios kilómetros de la ciudad, a una hora y media aproximadamente, pasando Junín de los Andes. La mitad del trayecto estaba asfaltada, pero llegando al lago se hacía de ripio y tenían que ir a unos 40 o 60 kilómetros por hora.
El término “Huechulafquen” significa en lengua mapuche “lago grande”, huechu (lago) “lafquen” (grande). “Lanin” quiere decir “roca muerta” en la misma lengua le explicó Saraia a Juli. Algo de sentido tenían esos nombres excepto el del Lanín que se lo considera un volcán activo. Juli iba mirando el paisaje el cual era precioso: un cristal enorme rodeado de los colores del otoño y de gigantes rocosos, además de que se asomaba por tramos el Lanin con su pico nevado. Después de varias subidas y bajadas y de doblar en varias curvas, llegaron a una cabaña bastante grande que estaba asentada al lado de un pequeño muelle y que tenía una granja donde se encontraban caballos, gallinas, ovejas, gatos, perros, etc. Los recibieron un hombre y una mujer, ambos jóvenes, de la edad de Juli, ambos con los cabellos oscuros y largos. Juli se detuvo en las orejas puntiagudas de los elfos, lo cual él creía que era toda una imagen imaginada por los escritores. Los elfos llevaban puestos unos buzos, unos jeans y unas zapatillas de marca, lo cual significaba que no estaban desactualizados en cuanto a la moda.
- Yo soy Talia. Él es Nelak – se presentó con voz cantarina la elfa ante Juli. Saraia ya los conocía.
- Buenas, soy Julián – Juli les dio un beso en la mejilla a ambos.
- Pasen que el N’Duhen les está esperando – los elfos se hicieron a un costado y Talia abrió la puerta para que pasen. Un viejo estaba sentado, tomando una infusión y mirando las aguas transparentes del lago.
- Saraia, que gusto verte. ¿Qué es lo que te trae por aquí? – le preguntó el viejo que llevaba puesto una túnica color beige con unas sandalias del mismo color.
- Buenos días, N’Duhen. Trajimos esta caja porque necesitamos que la abra – Juli saludó al hechicero y le tendió la caja, la cual el viejo observó de arriba abajo, en cada costado, en cada punta. Luego, la dejó en el piso, cerró los ojos y colocó sus manos sobre ese objeto.
- Sith xob llahs reven eb denepo. Eht tcejbo edisni ti lliw gnirb niur dan soahc ot eht dlorw. Eht ohw snepo ti llahs yortsed eht noilladem ecno dan reverof - Después de pronunciar estas palabras, que eran indescifrables tanto para Juli como para los mismísimos elfos jóvenes, la caja se abrió y una luz intensa de color rojo salió de la caja, la cual cegó al Hechicero y a los que estaban allí presentes. Juli, tapándose el rostro, se acercó a averiguar lo que había dentro de la caja: un medallón circular que emitía una luz radiante escarlata y que tenía una estrella negra grabada en el medio. El viejo cerró la caja y se la devolvió a Saraia. Juli quedó impresionado tanto con el medallón como con la facilidad con la cual el elfo viejo había abierto la caja. Lo hizo parecer una estupidez.
- Esconde el medallón en el lugar más recóndito que encuentres – le sugirió el viejo a Saraia que volvió a agarrar la caja. Saraia asentó con la cabeza.
- ¡Ah! Los podemos invitar a almorzar. Si es que tienen tiempo – Juli todavía tenía que buscar un pasaje de vuelta, pero no había chances de que se pueda volver ese mismo día. Entre la vuelta y la ida al aeropuerto, iba a perder muchas horas y no le iba a dar el tiempo para adquirir un pasaje y hacer el check-in. Saraia lo miró al joven, esperando su decisión.
- Dale, no hay problema – afirmó Juli.
Mientras esperaba el almuerzo, Juli se tomó unos mates junto con los elfos y el viejo que le hicieron miles de preguntas. Les resultaba extraño el hecho de que un individuo no mágico tenga conocimiento del mundo escondido e interactúe con personas de ese mundo. Lejos de ponerse nervioso y de sentirse un “extraño”, Juli respondió tranquilo a cada una de las preguntas y nunca se sintió dejado de lado en las conversaciones de Saraia y los elfos. Después de todo, Javo siempre le había contado anécdotas relacionadas con el mundo escondido y también sobre los seres que pertenecían a ese mundo.
Después de poner la mesa, Juli fue a caminar por la orilla del lago, el cual estaba agitado al igual que las ramas y las hojas de los árboles ya que soplaba bastante viento. De a poco se acercaba el invierno y las temperaturas empezaban a disminuir.