Ethan Hayes sintió el escalofrío de la muerte en el pasillo. El hombre de traje no era un coleccionista; era un activo. El Profesor sabía que, si lo atrapaban, el códice de hueso de jaguar (la clave de la Reliquia de Aztlán) sería confiscado y él silenciado para siempre.
El cazador avanzó, con la mano deslizándose hacia el bolsillo interior de su chaqueta.
—Profesor Hayes —repitió el hombre, su voz grave—. Haga esto fácil.
La mente de Ethan, entrenada para el engaño y la supervivencia en ruinas antiguas, reaccionó antes que su cuerpo. No se detuvo a pensar. Se lanzó inmediatamente contra la ventana de vidrio reforzado del pasillo.
El vidrio estalló con un rugido ensordecedor que hizo sonar las alarmas de la universidad y provocó gritos de pánico en la sala de conferencias cercana. Ethan se cubrió la cabeza y cayó sobre un pequeño tejado de pizarra, rodando para absorber el impacto. Se levantó de un salto, ignorando los cortes superficiales de los brazos y las manos.
[Persecución por el Campus].
Ethan no era un militar, pero su agilidad, adquirida escalando templos mayas y evadiendo trampas de foso, era su mejor arma. Sabía que no podía enfrentarse al cazador directamente; el hombre irradiaba entrenamiento.
Corrió por el tejado inclinado, saltó a una chimenea cercana y descendió por una bajante de plomo hasta el patio trasero de los dormitorios. Escuchó un segundo estruendo detrás de él: el cazador no había dudado en seguirlo.
Ethan corrió hacia la zona de servicio. Sabía que la Corporación no dudaría en usar fuerza letal, incluso en Londres.
El cazador, más rápido de lo que Ethan esperaba, estaba ganando terreno.
—¡Detente, Hayes! ¡Esto no es un juego de niños! —gritó el hombre.
[La Distracción Clave].
Ethan llegó a un callejón estrecho lleno de contenedores de basura. Vio la oportunidad perfecta. Sacó de su bolsillo un pequeño objeto que siempre llevaba consigo: un fragmento de cerámica maya con bordes afilados. Lo arrojó con fuerza contra la cabeza del cazador mientras corría.
El cazador se agachó por el impacto. Ethan usó el segundo ganado para saltar la cerca y caer en una calle lateral muy transitada. Ethan usó el fragmento de cerámica como distracción y saltó la cerca, cayendo en la calle lateral. Escuchó el sonido de dos coches deportivos acelerando desde el campus; sabían quién era y a dónde se dirigía. El tiempo se agotaba.
Corrió por la calle lateral, ignorando los cláxones furiosos, y se escondió en la entrada oscura de un pub. Su corazón latía a mil por hora, pero su mente estaba fría. Sabía que necesitaba a alguien que pudiera entender tanto el antiguo códice como el peligro que representaba la Corporación.
Sacó su teléfono, un modelo antiguo y cifrado que solo usaba para contactos de campo, y marcó un número.
[La Llamada a Zara]
Sonó una sola vez antes de que una voz femenina, fría y controlada, contestara en un tono bajo:
—Dime.
—Zara, soy Ethan. Estoy en Londres. Código Rojo. —Ethan jadeó, intentando recuperar el aliento—. La Corporación me encontró. Me persiguen por el códice.
Hubo un silencio breve pero tenso al otro lado de la línea. La Dra. Zara Khan no era solo una de las mejores epigrafistas del mundo; su pasado en una agencia de inteligencia la hacía experta en esta clase de situaciones.
—¿El códice que te envió Jorge? ¿El que tiene el mapa de la profecía de Aztlán? —preguntó Zara.
—Sí. La profecía del Sol Negro es la clave. Necesito que me cubras. Necesito salir de Londres en las próximas dos horas. Están en el campus.
—Escúchame bien, Ethan. No regreses a tu piso. No confíes en nadie. Ve a la estación de metro de Liverpool Street. Yo te recojo. Pero antes... Escúchame bien, Ethan. No regreses a tu piso. No confíes en nadie. Ve a la estación de metro de Liverpool Street. Yo te recojo. Pero antes... —la voz de Zara se hizo más urgente—: tienes que poner el códice en un lugar seguro y crear una prueba.
—¿Qué tienes en mente?
—Ve al baño de caballeros del pub en el que estás. Esconde el códice en el tanque de la cisterna de agua de uno de los inodoros. Pero ANTES de esconderlo, ¡fotografíalo! Todo, cada lado, con la hora y fecha visibles en el marco. Mándame las fotos. Luego, destruye ese teléfono. El que estás usando ahora.
—¿El tanque de la cisterna? ¿En serio, Zara?
—Es el último lugar donde buscaría un profesional. Una vez hecho, toma un autobús a la estación de Liverpool Street. Mándame las fotos desde un terminal de Internet público. Tienes diez minutos. Ve.
Ethan asintió, aunque sabía que ella no podía verlo. Se descolgó el teléfono y miró a su alrededor. El interior del pub era sombrío, lleno de oficinistas que ahogaban sus penas.
Entró en el baño de caballeros. Estaba, como era de esperar, sucio y concurrido. Ethan escogió el último cubículo. Con manos temblorosas, sacó el códice de hueso de jaguar.
El ritual le tomó menos de tres minutos:
Usó su segundo teléfono (sin tarjeta SIM y solo con la cámara) para capturar el códice en alta resolución, asegurándose de que el fragmento del mapa y la profecía fueran legibles junto a la hora.
Subió las imágenes a un servidor cifrado que solo él y Zara conocían.
Desactivó la alarma del segundo teléfono y lo arrojó a un cubo de basura lejos del pub.
Levantó la tapa de la cisterna, sintiendo el agua fría. El códice era pequeño. Lo envolvió en un pañuelo de papel y lo depositó cuidadosamente. Ahora, el artefacto estaba a salvo en las profundidades del pub, y él tenía un respaldo digital.
Al salir, el pub se sentía diferente. Sabía que había cruzado una línea. Ya no era solo el Profesor Hayes; era un fugitivo con el conocimiento del arma más poderosa que la civilización mesoamericana había escondido.
Tomó la primera ruta de autobús hacia Liverpool Street. El cazador de la Corporación estaba cerca, pero Zara estaba más cerca. La aventura acababa de comenzar
Editado: 10.12.2025