Escena: Museo Británico, Londres. A las 3:00 PM. Ethan y Zara se dirigen a la entrada trasera para reunirse con Alistair, su contacto de la embajada.
El taxi dejó a Ethan y Zara a dos cuadras del Museo Británico. Se acercaron a la entrada de servicio. El ambiente era silencioso, roto solo por el murmullo del tráfico. Alistair, con su traje gris de oficina, estaba de pie junto a una furgoneta de entrega, nervioso, sosteniendo un maletín.
—Zara, estás loca —susurró Alistair, pasando rápidamente el maletín a Zara—. Tienen a la mitad de Londres buscando a este hombre. Tienen mis pelotas en una bandeja.
—Lo sé. Pero me debes una —dijo Zara, abriendo el maletín. Dentro, había tres pasaportes británicos nuevos con sus fotos, tarjetas de crédito falsas y una pequeña pistola Glock 26 con el número de serie borrado.
[El Ataque Sorpresa]
En ese momento, Ethan sintió un cambio en el aire. La experiencia en excavaciones le había enseñado a detectar patrones de movimiento. Miró hacia la calle. Dos furgonetas negras, idénticas a la de Alistair, estaban estacionadas justo al final de la calle.
—¡Zara, abajo! ¡No es Alistair! —gritó Ethan.
Demasiado tarde. Las puertas de las furgonetas se abrieron, y seis hombres de traje se precipitaron hacia ellos. Estos no eran los cazadores del campus; eran agentes de asalto.
Zara reaccionó con la velocidad de un felino. Abrió el maletín, tomó la Glock 26 y disparó un tiro al aire.
—¡Fuego! ¡Cubrid el vestíbulo! —gritó Zara, en una perfecta imitación de una alarma de seguridad.
—¡Necesitamos entrar! ¡El caos público es nuestra única cobertura! —ordenó Ethan.
[La Lucha en las Galerías]
Alistair, paralizado por el miedo, fue neutralizado en segundos. Ethan y Zara se lanzaron hacia la entrada trasera, usando los contenedores de basura como barricada.
Entraron en la galería de Arte Azteca y Maya. Era un santuario de historia, y ahora, su campo de batalla.
Dos agentes los siguieron de cerca. Ethan, sin arma, se deslizó detrás de un pedestal de exhibición que sostenía una réplica del calendario solar azteca.
—¡No tienes dónde ir, Hayes! ¡Entrega el códice! —gritó uno de los agentes.
Ethan y Zara estaban acorralados en la Galería Azteca. Dos agentes de la Corporación se acercaban, sus rostros duros y sus puños listos.
—¡Quieto, Hayes! —gritó el primer agente, sacando una porra extensible.
Ethan no se detuvo. En lugar de huir, se lanzó hacia una vitrina de cristal reforzado que protegía una colección de objetos de sacrificio y ceremonia. La vitrina tenía una pequeña fisura que Ethan había notado en visitas anteriores.
[Armas Ceremoniales]
Ethan usó todo su peso y el impulso de su carrera para embestir la vitrina en la fisura, protegiéndose la cabeza con los brazos. El vidrio estalló con un sonido impactante, y los fragmentos se esparcieron. La alarma principal de la galería se disparó con un chillido ensordecedor.
El primer agente se detuvo, deslumbrado por el sonido y la rotura del cristal.
Ethan no se molestó con los cuchillos de metal. Él se dirigió directamente al objeto más letal: dos dagas rituales de obsidiana, usadas por los mayas para sacrificios. Los bordes eran afilados microscópicamente.
El segundo agente avanzó, pero Zara le disparó a la pierna con la Glock 26 silenciada que Alistair le había dado. El agente cayó, gimiendo.
Ethan usó la distracción para su jugada maestra.
Sosteniendo una daga en cada mano, lanzó la primera con la precisión de un cazador hacia el hombro del agente restante. La obsidiana era frágil pero letal. Penetró la tela del traje y la piel.
—¡Agh! —gritó el agente, cayendo de rodillas.
[Fuga a la Mexicana]
—¡Vamos, Ethan! ¡La seguridad interna está en camino! —gritó Zara, cojeando ligeramente.
Ethan tomó la mano de Zara y corrieron hacia la salida del museo. Se encontraron en una sala de exhibiciones de Egipto. Ethan miró el maletín.
—Alistair nos dio los pasaportes, pero no las llaves del coche —dijo Ethan, revisando las llaves del hombre que acababan de derribar—. ¡Maldición!
—No importa —dijo Zara, señalando un pequeño respiradero de aire acondicionado cerca del techo—. El aeropuerto de Northolt está al oeste de Londres. Necesitamos llegar allí y necesitamos un coche que no puedan rastrear. Final Épico).
Ethan y Zara habían neutralizado a dos agentes de la Corporación en la Galería Azteca, usando las dagas de obsidiana. Ahora debían llegar al aeródromo de Northolt para tomar el vuelo privado que Alistair les había conseguido.
—¡El tráfico de Londres nos va a matar! —jadeó Zara, mientras corrían por la sala de la Piedra de Rosetta.
Ethan se detuvo en la entrada de servicio. Vio lo que necesitaba: un camión de mensajería blanco con el logo del Museo Británico, estacionado y con las llaves puestas, probablemente esperando una entrega de rutina.
—Un camión de mensajería no tendrá rastreador GPS de alto nivel. Y es perfecto para el tráfico —dijo Ethan, abriendo la puerta del conductor.
—Ethan, no sabes conducir eso —dijo Zara, entrando por el lado del pasajero.
—He conducido camiones del ejército en el desierto de Gobi. Esto es pan comido. ¡Agárrate!
[Escape a Toda Velocidad]
Ethan encendió el motor con un rugido que no se correspondía con un vehículo de entrega. Metió la reversa y luego aceleró hacia la estrecha calle de servicio, embistiendo una pequeña barrera de seguridad de plástico.
Apenas habían recorrido media cuadra cuando escucharon las sirenas a todo volumen. La Corporación había alertado a la policía.
—¡Maldita sea! ¡Nos han rodeado! —gritó Zara, mirando por el retrovisor.
Ethan manejó el camión con una temeridad salvaje, saltando aceras y obligando a los taxis a frenar bruscamente.
—¿Dónde está el aeródromo?
Zara sacó un mapa de su maletín.
—Northolt. Necesitamos tomar la M40. Pero el centro de Londres es un laberinto. Ethan manejaba el camión de mensajería con furia, evadiendo el tráfico mientras las sirenas se acercaban. Zara, la ex-agente, tenía que asegurar su ruta.
—Detente en el siguiente cruce. Rápido —ordenó Zara.
Ethan frenó el camión bruscamente. Zara se lanzó a la parte trasera, abriendo la puerta. El interior estaba lleno de uniformes del personal de mantenimiento y de limpieza del Museo Británico.
En menos de un minuto, Zara se había puesto un overol de limpieza sobre su ropa, se había atado el cabello y había encontrado un par de gafas de sol oscuras y una escoba. Sacó un teléfono desechable de su maletín.
—La policía de Londres responde a la jerarquía —dijo Zara, volviendo al asiento del pasajero.
Marcó el número de emergencia y, con un acento cockney impecable y una voz temblorosa, lanzó su bomba de humo:
—¡Sí! ¡Hay un coche negro abandonado en el aparcamiento sur de la universidad, cerca del tejado roto! ¡Vi a un hombre con traje sacar un rifle del maletero! ¡Creo que son terroristas!
La respuesta policial en la radio fue inmediata: la amenaza de terrorismo en la universidad superaba la persecución de un simple camión robado. Las sirenas que los perseguían se desviaron rápidamente.
—¡Funciona! ¡Tienes diez minutos antes de que averigüen el engaño! —dijo Zara, quitándose las gafas y el overol.
Ethan sonrió por primera vez en horas.
—Eres increíble, Zara.
—Lo sé. Ahora, a Northolt. Tenemos un vuelo que tomar.
[Rumbo a México]
Aprovechando la confusión, Ethan salió de Londres por la M40. Al caer la noche, llegaron al aeródromo de Northolt, un discreto campo de aviación militar.
Un pequeño jet privado esperaba en la pista. Junto a él, un hombre de uniforme de vuelo.
—Son los pasaportes correctos, Doctor Hayes —dijo el piloto—. Y me han dicho que no pregunte sobre el por qué de esta prisa.
Ethan y Zara abordaron el avión. Mientras despegaban, la ciudad de Londres se encogía debajo de ellos. Ethan sacó las fotos cifradas del códice.
—Ahora, Zara. Es hora de descifrar esto. La Corporación tiene el músculo. Nosotros tenemos la mente. Necesitamos saber qué es el "Sol Negro" y dónde está el punto exacto de la Reliquia.
Editado: 10.12.2025